Andrés Iniesta López, in memoriam

Por María Torres

“Yo nunca he sido joven, desde los 17 años hasta los 26 me los pasé en las cárceles franquistas. Pido una vez más que todo esto se tenga en cuenta, y que no se eche en el olvido, para que nunca más otro niño como el que yo fui, tenga que escribir una historia como ésta, tan llena de barbaridades y atrocidades sin límite, que se cometieron contra quienes permanecimos leales al gobierno que el pueblo había dado en las urnas”

Andrés Iniesta siempre decía que nunca fue joven. Le robaron la juventud y la libertad un 5 de abril de 1939 cuando con 17 años fue detenido y encarcelado por el régimen franquista; le quitaron a su padre, Don Pio Iniesta, alcalde de Uclés y fundador del partido socialista en esa localidad, detenido el 28 de marzo de 1939 y fusilado el 15 de diciembre de 1943, cuyo cuerpo aún permanece en la fosa cuarta de Ocaña; le apartaron de su madre, Doña Alejandra, de la que no pudo despedirse al ser detenido y a la que no volvió a ver, y de sus tres hermanos menores.

A Andrés Iniesta, un vencido e hijo de vencido, le quitaron todo menos la Memoria. El testimonio de su represión y la de sus compañeros de cautiverio, quedó inmortalizado para siempre en el libro El niño de la prisión, una historia contra el olvido que escribió en 1982 cuando contaba 60 años y que vio la luz cuando tenía 84. Usó una vieja Olivetti y posiblemente muchas horas en el empeño. Aún recuerdo cuando hace unos meses su nieto Fernando puso en mi mano el manuscrito original, ese puñado de cuartillas que desgranaban la vida de su abuelo. La vida de un hombre menudo pero lleno de fortaleza que fue hasta su muerte sinónimo de resistencia. Resistencia contra el hambre, la tortura, la muerte y el olvido.

Largo fue su periplo carcelario desde su detención. Pasó por el campo de concentración instalado en el teatro de Tarancón junto a más de catorce mil republicanos. De allí fue trasladado a un almacén de cereales denominado Cámara de Capacha y a la improvisada cárcel en la Casa Parada de la misma localidad, donde es probable que compartiera hambre y penurias con mi abuelo.

El 8 de enero de 1940 Andrés Iniesta fue trasladado a la terrible prisión del Monasterio de Uclés. Este Monasterio siempre formó parte del escenario de la Guerra en Cuenca. En 1936 se convirtió en hospital del VIII Cuerpo Médico del Ejército Popular de la República y con la entrada de las tropas franquistas en marzo de 1939 se convierte en campo de concentración y en enero de 1940 en terrorífica prisión en la que se hacinaban más de cinco mil prisioneros.

Andrés Iniesta López sobrevivió al horror de esta prisión y a los estragos del hambre gracias a su gran fortaleza y a la “alacena” que encontró en la enfermería compuesta por mondaduras de hortalizas y cortezas de naranja revueltas con gasas ensangrentadas y llenas de pus.

Desolado, maltratado, aterido de frio, hambriento, durmiendo en el reducido espacio que ocupaba una baldosa y media, pasó tres largos años en la prisión del Monasterio, en los que fue archivando en su mente la identidad así como el día en que eran fusilados cada uno de sus compañeros. Tatuó en su prodigiosa memoria los 159 nombres de los ejecutados y los cuatro muertos por disparos de los guardias a las ventanas de prisión.

Después su destino fue el Penal de Ocaña, donde también se encontraba encarcelado su padre, Don Pío. Un amanecer del mes de diciembre de 1943, Andrés escuchó a lo lejos la descarga que terminó con la vida de su padre. No permitieron que pasara con él la última noche. No permitieron ninguna despedida.

En 1944 un nuevo traslado. Esta vez al Destacamento Penal de Cuelgamuros, donde fue esclavizado como tantos otros para trabajar en el mausoleo de Franco, conviviendo con la humillación de construir un monumento a la gloria de los vencedores, día tras día, picando piedras gordas hasta hacerlas pequeñitas. Permaneció allí hasta el 25 de julio que fue puesto en libertad “condicional” con la orden de presentarse al día siguiente en el Gobierno Militar para su incorporación a filas. El 11 de agosto fue reclamado por la Caja de Reclutas de Madrid para realizar el servicio militar siendo enrolado en la 2ª Compañía del 97 Batallón de la Agrupación de Batallones Disciplinarios de soldados trabajadores penados de Marruecos en Ceuta del que se licenció el 20 de marzo de 1947, después de dos años y cuatro meses. Tras esto, durante once años hubo de presentarse mensualmente a la Policía. Seguía siendo un preso de Franco. Y lo siguió siendo hasta el 11 de junio de 1958 en que consiguió la libertad definitiva tras 19 largos años de sufrimiento.

El franquismo no se conformaba con la privación de libertad, con el sometimiento de los vencidos, con las penurias materiales a las que se vieron obligados muchos, la mayoría. Además había que doblegar a los presos, aniquilar su identidad utilizando para ello toda la miseria integral de la que era capaz el sistema penitenciario franquista para después, decidir sobre sus vidas.

Pero Andrés perdonó. Decidió no olvidar, y no olvidó. Nos dejó su testimonio en El niño de la prisión para que nosotros no olvidemos nunca.

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