Vivimos en una época llena de excepcionalidades. La crisis sanitaria provocada por la aparición del virus SARS-CoV-2 (que provoca la enfermedad COVID-19) ha abierto la puerta a nuevos problemas sociales antes no presentes. En medio de la crisis sanitaria, gobiernos de todo el mundo tratan de tomar medidas preventivas para evitar el contagio, así como el incremento del número de fallecidos. Se decretan Estados de Alarma – que no de Excepción -, se declara la cuarentena obligatoria de la población, así como medidas sanitarias encaminadas a evitar el menor número de contagiados posibles.
En este sentido, no estamos afirmando que no se deban tomar medidas de prevención a favor de los sectores sociales más vulnerables, al contrario, analizamos cómo afectan estas medidas a toda la población. Tampoco se pretende dar una alternativa, pues no hay lugar aquí: es una cuestión que corresponde al conjunto social. Quede esto bien esclarecido.
Las pandemias siempre han convivido con la humanidad. La historia nos aporta sucesos como los que estamos viviendo. Desde el inicio de la Edad Moderna –época en la que se tuvo conciencia de la peligrosidad de las enfermedades víricas– se comenzaron a tomar serias medidas sanitarias. Así, desde el siglo XVII, a raíz de la pandemia de la Peste Negra se tiene constancia de cuarentenas obligatorias para toda la población. Se marcaban las casas de los apestados, se establecieron patrullas y controles a fin de vigilar el cumplimiento de las medidas aprobadas; a la par se estableció una situación de disciplina social sancionadora y punitiva contra aquellos que osaban desobedecer la cuarentena. No era extraño que se ajusticiase a personas rebeldes y que se impusiera cuantiosas sanciones económicas contra los díscolos. En definitiva, la historiografía no solo observó un sistema político capaz de solucionar crisis sanitarias, sino todo un sistema de poder disciplinario que pretendía vigilar y castigar a quienes incumplían la ley.
En este sentido, fue el filósofo francés Michel Foucault (Vigilar y Castigar) quien analizó cómo el poder –que no es poseído, sino ejercido– tiene la facultad no de destruir u oprimir, sino la de crear y normalizar individuos en la sociedad. Poder que produce individuos disciplinados, obedientes y sumisos, es la premisa básica de Foucault. En oposición, se configuran todo un corpus de desviación social: individuos indisciplinados, no normalizados, estos son los enfermos, los locos, los delincuentes, los homosexuales, los extraños, los extranjeros. La ejecución de este poder destinado al control de la vida biológica es lo que el filósofo denomina biopolítica.
Byung-Chul Han ha establecido una relación entre el poder disciplinario descrito por Foucault y la posible génesis del autoritarismo occidental. Para Han, las sociedades occidentales atraviesan una fuerte crisis no solamente sanitaria, sino económica, política y social. Pronostica el fin del liberalismo, no como sistema económico, sino como sistema político y social: el fin de la libertad. El análisis de Han podría encuadrarse en el discurso posmoderno que augura el fin de los metarrelatos (comunismo, ecologismo, feminismo, tercera vía…).
Asimismo, asevera que la crisis traída por el nuevo virus inaugura una sociedad basada en el control disciplinario, aquel poder coercitivo y normalizador de los cuerpos, junto con el control y la vigilancia de la población. Se trata de la sociedad del panóptico.
Y es que sus efectos no han tardado en dar resultado. El poder ha creado un nuevo cuerpo social disciplinado. Es el nuevo caso del chivato, por decirlo de algún modo, que, ejerciendo la disciplina, observa y vigila desde su ventana a aquellos individuos desviados e indisciplinados, ahora llamado irresponsable o insolidario. El poder obtiene aquí todos sus efectos coercitivos: se genera un nuevo cuerpo social que asimila las funciones policiacas de vigilancia y control. Ya no hace falta policía cuando el vecino forma parte del nuevo ejército social, el ciudadano ha sido disciplinado.
Pero esto sería una descripción extrema de cómo actúa el poder. En su sentido más amplio, el poder es poder en tanto no requiere de legitimación alguna para que sea obedecido; o, en otras palabras, como describió Foucault al establecer la cualidad del poder, crea individuos predeterminados a obedecer. No requiere de nada más.
Asimismo, el poder, y sus mecanismos coercitivos, varían en función de la época. No se establecen los mismos controles que se establecían en el siglo XVII. En el siglo XXI, la tecnología juega un papel clave para entender como el poder es ejercido. Países asiáticos como China, donde existe una amplia cultura de la disciplina y la obediencia, se sitúan en la vanguardia de esta nueva forma de ejercer el poder. Las nuevas tecnologías de la información han abierto posibilidades antes inexistentes. Ya no es necesaria una presencia física de quien ejerce el poder, ahora la tecnología permite ejercer ese poder desde la distancia. En la sociedad del Gran Hermano de Orwell (1984), el poder era ejercido desde profundas y oscuras habitaciones a través de la telepantalla. La sociedad de la información ha abierto esta posibilidad, aunque remota, de ejercer la misma influencia que se ejercía en la ficción orwelliana.
En tanto, la crisis actual ha vuelto a abrir el debate clásico de libertad versus seguridad. El discurso social afirma que es necesario establecer controles más eficaces so pretexto de prevenir un agravamiento de la crisis sanitaria. Se abren posibilidades a nuevas formas disciplinarias de vigilancia basadas en el uso del big data, la geolocalización y los smartphones.
A modo de ejemplo, hace pocos días, el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska anunció, en una de sus habituales comparecencias, que el Gobierno monitorizará “los discursos peligrosos o delictivos”. A su vez, anunció que está función será llevada a cabo por las propias redes sociales que, estableciendo mecanismos de control, dificultarán la propagación de bulos y fake news. Del mismo modo, se han abierto la posibilidad de implementar aplicaciones móviles que tienen como objetivo escanear la movilidad de las personas para desarrollar teorías estadísticas de propagación del coronavirus. El objetivo es tanto extender la ejecución del poder como ampliar las nuevas fronteras de la biopolítica.
En contextos de crisis como la actual, la población tiende a pedir mayor seguridad en detrimento de la libertad. En determinadas ocasiones, dichas propuestas – que en un principio poseen un interés general – podrían acabar en contra del interés general. Fue Naomi Klein (La doctrina del shock) quien estableció que, en épocas de crisis, los regímenes políticos realizan agresivas campañas que acaban generando el miedo, permitiendo así, implementar políticas que de otro modo nunca hubieran sido legitimadas por la mayoría social. En definitiva, se acaba legitimando un discurso social que aboga por la seguridad en detrimento de la libertad.
Ya analizó Bauman en La Modernidad Líquida como se van segregando las sociedades; aislando los individuos que, sospechosos de ser extraños, defienden políticas de seguridad en sus ciudades, en sus barrios, en sus casas a extensas de protegerse de la otredad. Las comunidades cerradas (conjunto de viviendas amuralladas, videovigiladas con exhaustivos controles de entrada y salida) son un ejemplo claro de lo que acontece.
En cierto sentido, cabría preguntarse si la nueva excepcionalidad es la norma, o en cambio, si nos encontramos verdaderamente ante una situación sin parangón.
Lo que parece, y coincidiendo con Byung-Chul Han, es que nos acercamos al fin del liberalismo tal y como lo conocíamos. La nueva norma será la disciplina, vigilancia, castigo y control social. Buscamos en el Leviatán – aquella alegoría hobbesiana que es el Estado – la rápida y sencilla solución al problema. Empero, olvidamos todo principio revolucionario y libertario.
¿Estamos aún preparados para afrontar tal circunstancia, o pereceremos ante tal escenario?
Te leo «muy libertario» y estamos de acuerdo en general y en lo general. Pero lo que no adviertes es que esta es una situación particular (no general). Por ello, tal vez, no planteas alternativas, claro.
No diré que el debate general no sea importante, sobre todo para advertir sobre derivas autoritarias, sobre «el día después», sobre el falso debate (o debate interesado) entre Libertad y Seguridad, y para denuciar, SIEMPRE, abusos de autoridad (Estados de Alarma mediante o no). Pero hoy de lo que se trata es de dar solución al hoy, y ahí no das alternativas (¿Tal vez porque no las hay, o porque no serían diligentes ni efectivas?). Alguna respuesta a esto no sólo completaría tu reflexión sino que la haría más honesta (y no te digo, para nada, que seas deshonesto, que conste).
Te hago una pregunta: ¿Estás de acuerdo con las medidas restrictivas y sancionadoras llevadas a cabo por Cuba para evitar la propagación del virus?