A la deriva

Por Víctor Chamizo

El Open Arms está poco menos que a la deriva. No le permiten siquiera el refugio de un puerto. Es un barco apestado porque, en su interior, se hacinan personas. Si fuese petróleo o coltán, o si fuese oro, o divisas, todo dios le dejaría alojarse en un muelle.

Pero lo que transporta el Open Arms son individuos desesperados que huyen de la miseria, de la guerra, de la tiranía. Son personas que no quieren sobrevivir, porque están hartos de hacerlo, quieren vivir, como hace la mayoría de ciudadanos en occidente.

Por lo visto, para esta sociedad tan avanzada de Occidente, esos individuos deben ser culpables de haber nacido en el continente africano, el más rico del planeta, ¡qué paradojas de la vida! Y que, precisamente los países de occidente se lo repartieron con escuadra y cartabón, para extraer de allí todas las riquezas posibles.

Occidente es esa, como decirlo, ¿entelequia? ¿falacia? ¿hipocresía? que elabora una Carta de Derechos Humanos para no cumplirla.

Los Derechos Humanos son como la ONU, algo que se creó para parecer que…, pero para no hacer nada.

En el Open Arms viajan personas, seres como nosotros, que sienten, que padecen, que son capaces de reír y llorar, de amar y de odiar y de pensar también. Las personas no se merecen un trato así de sus semejantes y que los países se jueguen a los dados a quién le toca recogerlos.

Resulta repulsivo que nos bombardeen a diario con los derechos de los animales – que sin duda los tienen – y se deje arrinconado el derecho a la vida digna de nuestros semejantes.

Es terrible que el mundo occidental se adjudique el derecho a decidir sobre el planeta, en un juego macabro de quién debe vivir y quién no.

Hasta que no entendamos que La Tierra no es de unos pocos, sino de todos los que vivimos sobre ella, seremos los únicos responsables de sus injusticias y de las diferencias que existen entre los seres humanos.

Creo que la mayoría somos conscientes de que la solución no estriba en que todo el continente africano se traslade a Europa. Hay que explorar otras vías, encontrar soluciones. Pero esas soluciones pasan por invertir. y el dinero no tiene alma, ni corazón, ni principios, ni siquiera religión, salvo la suya propia.

Hay quien cree que lo que existe, existirá siempre del mismo modo que ahora. Pero la Historia ha demostrado, en diversas ocasiones, que todo cambia. Algún día puede suceder que sea Occidente quién pida ayuda desesperadamente. ¿Le gustaría a Occidente que le diesen un portazo en las narices?

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