1973: las luchas obreras, represión, asesinato de Cipriano Martos

Cipriano Martos nació en 1942 en el Maldonadillo, un pequeño grupo de casas situadas en el cerro granadino del Escudero, a unos 12 kilómetros de Loja y a 8 kilómetros de Huétor-Tajar. Era el segundo de los hijos de Francisca y José, una familia de jornaleros empobrecidos en aquella negra España franquista, luchando contra el hambre y las penurias impuestas por los caciques y sus brazos armados

Por Rosa María García Alcón / LQSomos

Toda la familia trabajaba de sol a sol en los campos asolados por la miseria, tal y como se había hecho durante siglos; sin apenas otros medios que la fuerza bruta humana y animal. Con ocho o nueve años, Cipriano ya se tenía que ganar el jornal cuidando animales ajenos o participando, en la medida de sus fuerzas, en las labores del campo. Y, de adolescente, en trabajos esporádicos en la construcción o de jornalero. En definitiva donde surgiera, como surgiera.

A finales de los sesenta, después del servicio militar obligatorio –la mili–, se marchó a Cataluña a buscarse la vida, como tantas y tantos otros (millones de personas) que escaparon de la pobreza hacia el Dorado de las fábricas de las zonas industriales de España, Europa y del resto del mundo.

Cipriano recaló en Sabadell, una de esas ciudades en las que la industria del textil, ya veterana, y la del metal y la construcción habían ido absorbiendo mano de obra barata desde hacía años, de tal forma que su población se había triplicado en los veinte años anteriores. Dada la corrupción e inoperancia de las instituciones franquistas y su nulo interés en mejorar la vida de los habitantes –siquiera en lo más básico–, esa masa ingente de personas que acudían a las principales ciudades donde podían encontrar trabajo, acababa recalando en los barrios de infraviviendas que las rodeaban, cercanas a las fábricas o los centros laborales: Chabolas sin luz ni agua corriente; calles sin asfaltado ni alcantarillado; niños y niñas sin escuelas ni médicos; jóvenes sin lugares de cultura ni esparcimiento…

Las gentes que huían del campo se encontraron trabajos de jornadas extenuantes por sueldos de miseria, sin derechos sindicales, sin libertades ni por asomo. El Dorado resultó ser más de lo mismo: la explotación extrema de la clase trabajadora. Aún así, eran otras circunstancias, fuera del control de los capataces y de sus amos. En las ciudades había posibilidades de hacer otro tipo de vida, de relacionarse con más facilidad con quienes tenían situaciones similares y esperanzas parecidas.

Toda acción tiene su reacción y lo que no calibraron las clases dominantes que utilizaban esa mano de obra es que, precisamente las pésimas condiciones laborales y el hacinamiento de esos barrios marginales, iban a ser la semilla de un movimiento obrero y un movimiento vecinal que acabaría cogiendo fuerza y estallando a mediados de los sesenta y, sobre todo, en los setenta. ¿Quién se lo iba a decir? La lucha de clases a la que tanto temían y que creían vencida, volvió con fuerza justo cuando el dictador estaba casi con un pie en la tumba. El miedo del poder hizo que se agudizará, aún más si cabía, la represión policial y judicial. Y la consecuencia fue más lucha, más radical, más perentoria, en una carrera contrarreloj contra el “atado y bien atado” legado por Franco, el mayor asesino de la historia de nuestro país.

Aumentan las luchas obreras, aumenta la represión

Las luchas obreras en Sabadell habían sido una constante, particularmente en el sector textil. El desarrollismo español se basaba en el turismo, las divisas que enviaban los emigrantes y la “baja” conflictividad obrera para atraer inversiones extranjeras. Un juego de espejos que se les vino abajo a finales de los sesenta. Y precisamente Sabadell, que formaba parte de ese cinturón industrial que rodea Barcelona –junto a Terrasa, Martorell, Badalona, Cornellá de Llobregat, etc.– fue uno de los puntos más conflictivos de esa época.

Las organizaciones clandestinas actuaban como vasos comunicantes trasladando las luchas de unas fábricas a otras, sacándolas a la luz pública para conseguir la solidaridad de otros sectores, que hacían suyas las reivindicaciones obreras. El día a día de las personas que se atrevían a enfrentarse de forma organizada al régimen franquista consistía en hacer y repartir propaganda, pintadas, mítines, manifestaciones relámpagos (“saltos”) y acciones para atraer a más gente a la lucha. Todas estas actividades estaban consideradas ilegales y eran delitos. Hay que tener en cuenta que en la dictadura, cualquier mínima reivindicación acababa convirtiéndose en una confrontación política perseguida por la policía y los jueces. Un ejemplo de ello sucedió en octubre de 1971, en la fábrica de SEAT de Martorell donde tuvo lugar una importante huelga para que fueran readmitidos los delegados sindicales despedidos. La policía, avisada por la dirección de la fábrica, entró en el recinto, desatándose una batalla campal que se saldó con un trabajador muerto por varios disparos, Antonio Ruiz Villalba, de 33 años, y numerosos obreros heridos y detenidos.

La Guardia Civil de Reus detiene y tortura a Cipriano Martos

En este ambiente de lucha obrera y feroz represión militaba Cipriano Martos, una buena persona, al decir unánime de quienes le conocieron. Fue cambiando de lugar de residencia y de trabajo para huir de la persecución policial y para ampliar las filas de su partido. En 1973 se trasladó a Reus, una pequeña y tranquila ciudad a 20 kilómetros de Tarragona. Allí siguió su militancia y tomó contacto con campesinos de la zona. En agosto de 1973 participó en un reparto de octavillas en la fábrica de Punto Blanco de Igualada donde había habido varias huelgas. La acción transcurrió sin problemas salvo por el hecho de que un chivato les delató a la policía, dando la descripción de las personas que habían intervenido en el reparto y del vehículo que habían utilizado. A consecuencia de esta delación fueron detenidos varios de los integrantes de la célula donde militaba Cipriano y llevados al cuartel de la Guardia Civil, siendo víctimas de terribles torturas.

A Cipriano Martos le detuvieron el 25 de agosto y fue salvajemente torturado durante más de dos días. En la noche del 27 de agosto, ingresa por urgencias en el hospital de Sant Joan de Reus, en un estado crítico, con el aparato digestivo ardiendo por haber sido obligado a ingerir un líquido corrosivo, al parecer ácido sulfúrico y/o gasolina. Le atienden los doctores Prats y Cabrero que no se sorprenden de los claros signos de torturas que presenta Cipriano y no lo hacen constar en el parte médico. El hospital de Sant Joan era poco más que una Casa de Socorro, pertenecía a la Beneficiencia, estaba regentado por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y carecía de medios y personal adecuado para tratar las graves lesiones que presentaba Cipriano. Aún así, el juez Pedro Martín García, titular del juzgado de Instrucción número 2 de Reus, que estaba de guardia en ese momento, se hizo cargo del caso y le tomó declaración uno o dos días después haciendo la vista gorda sobre la situación en la que se encontraba, sin tomar la decisión de que fuera trasladado a un hospital de Tarragona o Barcelona donde, quizás, podrían haberle salvado la vida.

Veintiún días después, el 17 de septiembre, tras una larga y dolorosísima agonía, Cipriano Martos, el jornalero, el encofrador, el militante antifranquista, moría en absoluta soledad. Su familia no había sido avisada, nadie sabía lo que le había pasado y dónde estaba. Las autoridades ordenaron que se le enterrara en secreto –tras hacerle la autopsia–, en una fosa común, sin que estuvieran presentes su madre y sus hermanos venidos a toda prisa desde Huétor-Tajar (Granada). Semejante brutalidad, semejante maldad solo pueden ejercerla quienes se saben impunes. Y lo siguen siendo.

Muchos años después, el hermano mayor de Cipriano, Antonio Martos, puso una querella por su asesinato en el marco de la querella argentina. Merced a ello conocemos los nombres de sus torturadores y de quienes no le socorrieron como deberían haber hecho. Guardias civiles, jueces, médicos… una cadena de complicidad que acabó con la vida de una buena persona. Estos son sus nombres. Miembros de la Guardia Civil: Braulio Ramo Ferreruela, teniente de la Guardia Civil de Salou, “mando accidental” de la primera compañía de Reus. Juan Sánchez Pérez, Felipe Castañedo Delgado, José Carrasco Ortega, Francisco Melo Macarro, Eleuterio León García, Julián Segura Pozo y Manuel Reina Pérez. Médicos forenses y del hospital Sant Joan de Reus: Octavio Chiapella, doctores Prats y Cabrero. Jueces: Pedro Martín García, Adolfo Fernández Oubiña, que “investigó” el caso del asesinato de Cipriano por orden del Tribunal de Orden Público. No hubo nada.

Cipriano Martos nunca fue olvidado por su familia ni por sus compañeros de militancia y gracias a las organizaciones memorialistas, a los autos de la juez María Servini de la querella argentina, a la investigación del periodista Roger Mateos y al Departament de Justicia, Drets i Memòria de la Generalitat este mismo año se han podido exhumar sus restos de la fosa común del cementerio de Reus y el pasado 3 de junio fueron llevados a Huétor-Tajar donde volvieron a ser inhumados junto a sus padres, tras un emotivo y brillante acto al que acudieron más de doscientos vecinos y antiguos compañeros de militancia, así como el alcalde.

Cipriano Martos ha vuelto a su pueblo, envuelto en las banderas roja y republicana por las que luchó y ofreció su vida. Cincuenta años han hecho falta, cincuenta largos años. No olvidamos ese cruel crimen y lo que nos quede por delante lo dedicaremos a seguir luchando por su memoria y por que su valor y su vida sean conocidas y tenga el reconocimiento que merece. ¡Honor a Cipriano Martos, un héroe del pueblo!

– Cipriano Martos ¡no olvidamos! 

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