Las muertes cruzadas de Txiki y Solé Sugranyes

Funeral en memòria d’Oriol Solé a la Parròquia de la Concepció, i manifestació de grups anti-sistema. Barcelona, 8 abril 1976. Foto: Manel Armengol

Txiki fue enterrado en un nicho de la familia de Josep Lluís Pons Llobet, militante del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación) como Puig Antich y Oriol Solé Sugranyes

Por Antoni Batista / Ara

“ Mientras he estado libre he cumplido como militante y como hijo del pueblo y, puesto que no he caído asesinado (legalmente) como mis compañeros, he pedido como única y última petición que sea fusilado ante un pelotón de fusilamiento como un gutario, recordando a todos los que han muerto por Euskadi y quitando en la mente a la ikurriña, puesto que voy a morir lejos de ella ”. Juan Paredes, Txiki , escribió este párrafo en la carta de últimas voluntades, horas antes de morir fusilado junto al muro del cementerio de Cerdanyola el 27 de septiembre de 1975. La suya fue una de las cinco últimas penas capitales que rubricó un Franco que moría matando. Una copia de la carta estaba en los legajos de Josep Benet del Archivo Nacional de Catalunya.

Lo defendieron abogados catalanes, Magda Oranich y Marc Palmés, porque cayó en Barcelona víctima de la delación de un infiltrado de la policía, y el antifranquismo catalán de todos los colores se volcó en apoyarle, a él y a sus compañeros. La ETA que luchaba contra la dictadura generaba simpatías que iban desde sectores católicos a socialistas. No suscribían la violencia -ni siquiera en aquellos años en los que el grupo armado le adjetivaba como “defensiva” y “selectiva” y la circunscribía estrictamente a “matar verdugos”- ni le daban apoyo logístico, pero sí cobijo y rescoldo en la solidaridad antirrepresiva. Maria Aurèlia Capmany, que militaba en el socialismo catalanista, hizo una versión de la Canción del ladrón dedicada a Txiki que cantó la voz de altísimos agudos de diapasón y morales de Marina Rossell.

A Txiqui le fusilaron en Cerdanyola; Solé recibió un disparo en Navarra

El último estado de excepción de la dictadura, el 26 de abril de 1975, comienza con una razia de ocupación militar del País Vasco. Habilitan la plaza de toros de Bilbao como centro de detención, escenario de posguerra, y escatiman en la tortura, que dejan caer con especial crueldad en el entonces sacerdote Tasio Erkizia, que con el tiempo sería uno de los fundadores y primeros parlamentarios de Herri Batasuna. Hicieron 4.625 detenciones: casi a cada familia le tocaba alguno.

Muchos buscarán escondrijos en Barcelona recurriendo a complicidades antiguas entre vascos y catalanes, fotografiadas en el paso de la frontera del exilio del presidente Companys y el lendakari Aguirre. La primera ola de militantes de ETA que buscaban refugio fue a raíz de las detenciones del Proceso de Burgos, en los años 1969-70. Josep Solé Barberà fue uno de los abogados de aquella farsa de juicio que acabó con seis condenas de muerte, conmutadas en buena parte gracias a la solidaridad que empezó con el encierro de 278 intelectuales, artistas y profesionales en Montserrat el 12 diciembre de 1970.

 

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