Ética del desorden. Notas contra la violencia de vivir

Por Puertos

En algún momento de mi vida me vi relacionado con la filosofía que este libro encierra, también con el responsable del mismo, Ignacio Castro Rey. De su anterior obra no pude obtener un consenso, enfrentado a todo lo que decía, pero mantuve con ella un aura atrayente que, por características personales, ahondan en una estrecha relación con el autor.

Ética del desorden (Pre-Textos, 2017) se aparece ante mícomo un mundo por descubrir, un camino al cual casi no me había atrevido a adentrarme nunca. Una senda que conocía por algún texto de Cioran, Nietzsche, Kierkegaard o Heidegger, pero que no había explorado. No puedo decir nada malo de uno de, para decirlo de manera simple y directa, los mejores libros que he leído en el 2017.

Y esto ya desde su contraportada, donde podemos leer de manera casi extraña: Lo mismo es ser y pensar —antes de Platón, también en Descartes—. Pero es solo un atisbo de lo que dentro encierra. Me quedo, sobre todo, con una pregunta que puede leerse entre sus páginas, una pregunta que desde que la vi, la he hecho mía: ¿Qué has visto hoy que no haya visto nadie? Una pregunta que, a priori, parece insignificante, aunque más tarde nos obliga a adentrarnos en nosotros, a preguntarnos. Una preguntaque, lejos de cerrarnos la puerta de un mundo exterior, nos abre la puerta de una exterioridad interna. Resulta paradójico esto, pero así es: el libro sostiene que el afuera existe en el eje del Yo. La espiritualidad de las cosas, desde Whitman a Joyce, se defiende en una poesía de la vida.

Hablando con el autor, le sostuve que el «yo» solo puede ser explicado por la poesía. Recuerdo su cara de asombro, como la del resto del grupo, pero me refería a una poesía no peyorativa. A una poesía que habita en todos, que está obligada a todos. El Tractatus, pues también Wittgenstein aparece con frecuencia, no puede ser catalogado de acientífico, pero sí de poético. Ese libro es un libro de mil lecturas —perdón de antemano por la escasez de mis recursos–, cargado con mil libros. Lo infinito en lo finito, se sostiene también en Ética del desorden.

De esta relación entre interior y mundo, entre ser y tiempo —Heidegger— se parte para explicar una perplejidadcomún. Pensemos en esta otra frase, que podría pasar desapercibida por cualquier persona en cualquier contexto: Si me duele el estómago, también el tráfico de la calle cambia de ritmo. El cuerpo y el afuera no están, ni pueden estarlo, independizados. Líneas más abajo sostiene: Todo es exterior, empezando por mi propio cuerpoPoco puedo hablar de la influencia hegeliana —que la hay—, pero síde una importancia vital del espíritu. El mundo, en su más amplia extensión, no lo es sin mí. El alma no es más que una relación con el afuera, con el exterior que comienza en mi cuerpo

A todos nos llega un momento en la vida en el que nos preguntamos qué nos ocurre, qué sentido nos rodea… desde la crisis adolescente, hasta la de los cuarenta. El conocimiento popular, cuyo espesor es continuamente «envidiado» en el texto, nos recuerda que la propia sociedad ha sabido tratar ese desequilibrio interno. Un desequilibrio que florece, y es obligado a hacerlo, en una sociedad que se tambalea. Nuestro sistema —Ética deldesorden es completamente ajeno al espíritu del capitalismo— nos obliga a educarnos, en una educación constante por actualizarnos. Más que educarnos a vivir, nos amolda con un afuera terrorífico. Ninguna región existe al margen del aquí, un aquí liquido —Ignacio Castro acogería alguna frase de Bauman— que no es un hogar y tampoco puede serlo. Aunque en una sociedad desconectada por el mar de conexiones, vivimos en una individualización extrema que pretende arrancarnos del tejido común.

Del sentir, del malestar, de cierta alegría salvaje…aparecen intuiciones a lo largo de todo el libro, una intuición propia de un genio visitante, que viene de lejos. La intuición como herramienta de vida y sexto sentido de supervivencia. Ignacio Castro desmenuza la importancia de lo que es trabajado, aunque parezca solo un espíritu latente. Del trauma que nos hace más grandes, de la oscuridad del genio común. La vivencia de quien puede aportar algo nuevo a la vida, la experiencia dura del extranjero que somos, recorre todo este libro. Somos nuestros sentidos, un yo y un violento afuera íntimo obligados a convivir.

Este libro tiene que ser leído: las anteriores frases son mías, mis notas son mías. Una lectura pausada, sentida con el peso de su tamaño —en esta sociedad de los 140 caracteres—, debe acompañar una filosofía que puede curar y, a la vez, hacer daño. Estamos probablemente ante un libro peligroso, pero el dolor de reconocer el vacío de nosotros, de todas las cosas, puede tener un efecto benéfico. El subtítulo del libro es Pánico y sentido en el curso del siglo… Un siglo que puede ser en este texto un segundo, un segundo que puede ser una vida. Allí donde los sentidos están, el tiempo no puede ser medible. Recomiendo una lectura desde el estómago, desde el riesgo. Una lectura que toque los cimientos de nuestra enorme y dudosa construcción.

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