Por Adaia Teruel Regresar a un sitio en el que ya has estado te genera sentimientos ambivalentes. De repente, te das cuenta que no todo es igual a como tú lo recordabas. La ciudad ha cambiado.
Empieza el Ramadán. Y, una vez más, los informativos y periódicos contarán, exactamente, lo mismo que el año anterior. Así que no seré yo quien explique la historia del marroquí que trabaja en la construcción de sol a sol y no puede beber agua.
«Mi amiga Chaang y su marido viven en la Kasbah con sus dos hijas, pero la casa que tienen se les ha quedado pequeña y están buscando otra. Me dice que ha visto una que le gusta. Que es preciosa, que querría visitarla y saber cuánto cuesta.»
Estaba intentando poner una película cuando escuché a lo lejos el timbre del teléfono. Eran las diez de la noche de un martes. La casa estaba en silencio. Hacía ya un buen rato que había dejado a los niños en la cama y al Kalvo con ellos.
Tengo una cita con Claire. Hemos quedado esta tarde en uno de los barrios periféricos de Tánger. Es un lugar de difícil acceso, donde es fácil perderse, así que decido dejar el coche en casa y coger un taxi.