Propaganda, reclutamiento y hegemonía en ‘Top Gun: Maverick’

Top Gun: Maverick‘ es una secuela que aparece 36 años después de la primera entrega, en «coincidencia» con el repunte de otra Guerra Fría y la inflexión geopolítica que se produce justo ahora, por las arremetidas de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, usando a Ucrania como Estado ‘proxy’.

Por Misión Verdad

Aquella primera película ochentera aparentemente fresca, juvenil, llena de testosterona, armas de combate aéreo y hasta aclamada por homoerotica (Tarantino dixit), fue responsable según algunas fuentes de un aumento del 500% en el reclutamiento para pilotos de la Marina estadounidense.

Sin ánimos de hacer spoiler, la nueva entrega de Top Gun es presentada como un culto a la nostalgia por el cine a la vieja usanza. Pero más que eso, es también un culto al lenguaje audiovisual y semiótica de discurso propagandista militar de la primera entrega.

Reaparece el personaje central hiper-estereotipado de hombre valiente y «correcto», una presentación individualizada del unilateralismo estadounidense, esta vez abriendo paso a una nueva generación de jóvenes frente a un enemigo difuso, tecnológicamente amenazante e «invisible» (ya que no es nombrado explícitamente en la película), que «amenaza la paz y la seguridad» de los estadounidenses y del mundo occidental.

Tal como si se tratara de una reedición estilizada de la era Reagan, Top Gun: Maverick hace evocaciones a la «superioridad militar» estadounidense y las contradicciones del tiempo presente producto de la transición tecnológica, pues esta es la era, según la película, del fin de los pilotos de combate y entramos en la era de los drones y los operadores de joystick que ejecutan operaciones reales como si se tratara de un videojuego. Puro romanticismo militarista.

Según «Pete Maverick», el denominador que hará la diferencia seguirá siendo el arrojo y el atrevimiento de los hombres (y también mujeres, no olvidemos la inclusión) valientes con la gallardía para pelear contra «las fuerzas del mal».

Un ejercicio de relaciones públicas y propaganda

Top Gun adquiere su nombre de una academia real de altos estudios para pilotos de insignia de la Marina estadounidense. Tal como en la primera entrega, la producción contó con el apoyo de la Marina, quienes prestaron sus aviones y sus pilotos para las grabaciones.

Tom Cruise (actor y productor) se aseguró que él y el reparto hicieran un prolongado campamento de entrenamiento para subir a los aviones y no vomitar la cámara o desmayarse demasiadas veces en las grabaciones. La Marina alquiló sus aviones F-18 por más de 11.000 dólares la hora y la producción alcanzó unos 152 millones de dólares en costos.

En teoría, la realización de una película con aviones de combate reales podría ser más costosa que una con aviones generados por computadora. Los costos de Top Gun: Maverick son comparativamente más bajos que los de otras producciones con alto uso de imágenes digitales. Toda película de la saga Avengers supera los 350 millones de costos y Piratas del Caribe: Navegando en aguas misteriosas (que no contó con el elenco más caro del cine) costó 385 millones de dólares. Sin duda alguna, la nueva entrega de Top Gun contó con costos exteriorizados, es decir, no asumidos o reflejados por la productora cinematográfica.

Con poco CGI (imagen generada por computadora), mucho «realismo» y mucho nivel de detalle sobre equipamiento militar en primeros planos, vale la pena agregar que las autoridades militares se aseguraron de aprobar el guion de la película antes de contribuir a su realización.

Aunque la película se grabó para 2018 y su presentación se prolongó por la pandemia, su efecto hoy es claramente incrementado por el clima geopolítico y bélico. Sin embargo, desde antes de que iniciara su realización, ya había preocupación en la Marina estadounidense para aumentar los reclutamientos.

La situación no había mejorado, hasta ahora. Casi en simultáneo al estreno de Top Gun: Maverick, los números de reclutamiento estaban «por debajo de la meta», dijo el jefe de operaciones navales, el almirante Mike Gilday, a los miembros del Comité de Servicios Armados de la Cámara del Senado durante una audiencia para la solicitud de presupuesto de defensa del año fiscal 2023.

«Creo que enfrentamos un gran desafío este año», dijo Gilday a los legisladores este mes. «Creo que lograremos nuestros números en la fuerza activa este año, pero por un estrecho margen». ¿La guerra en Ucrania y Top Gun tendrán algo que ver?

El esfuerzo por reclutar y mantener a los pilotos ha sido un desafío continuo, dijeron las autoridades. El servicio de pilotos en 2018 se quedó corto en 1.242 puestos de aviador y estaba perdiendo pilotos de alto nivel por las lucrativas carreras de las aerolíneas, según los informes. La Armada en ese momento predijo que tomaría hasta 2023 para cerrar la brecha.

Las contradicciones del sistema armamentístico estadounidense tienen ahora un punto de convergencia. La misma industria militar estadounidense, que propone el uso de drones y su manejo remoto por operadores humanos o mediante sistemas de inteligencia artificial aplicada al ámbito militar, es la misma industria que provee al gobierno estadounidense de la infraestructura de servicios a los más de 5.700 aviones caza, aviones polivalentes y otros, que se mantienen en servicio y que demandan pilotos a la vieja usanza.

Siendo el déficit de pilotos una realidad, es evidente que los procesos de propaganda y relaciones públicas para aumentar los reclutamientos son necesarios. Más todavía en el complejo industrial-militar más costoso del mundo.

Para hablar sólo de este año, Biden pidió 753.000 millones de dólares de gasto global en defensa y seguridad nacional para el año fiscal 2022, pero finalmente se aumentó a 782.000 millones, sin referir al monto total que propiciará la «ayuda militar» a Ucrania en lo que queda de año.

La hegemonía militar estadounidense es una realidad, pero su épica triunfal y la supuesta rectitud de sus motivos es una farsa. Hay que entender esas dimensiones de manera diferenciada, de acuerdo a la magnitud de los hechos.

La primera Top Gun alentó las creencias en el ideario de superioridad militar en un Estados Unidos derrotado y desmoralizado poco antes en Vietnam. Top Gun: Maverick aparece luego de la humillante retirada y derrota de Estados Unidos luego de su ocupación de Afganistán durante 20 largos años.

Según la película (alerta de spoiler), Pete Maverick es el único piloto estadounidense que ha abatido pilotos enemigos en combate aéreo «cara a cara» desde Vietnam. En la realidad y oficialmente, no ha ocurrido tal cosa. El combate aéreo moderno ya no tiene a los ases de combate batiéndose entre sí, ni hay registros de ello en los últimos 40 años.

En la ficción, Pete Maverick logró derrotar desde un F-14 Tomcat (diseñado en los años 1970) a un grupo de Sukhoi Su-57 rusos, de quinta generación. Algo inconcebible desde un enfoque militar. Pero en la realidad, los Su-57 prueban sus armas en operaciones reales en Ucrania, se despliegan a sus anchas por ser completamente furtivos y, por otro lado, los actuales misiles hipersónicos rusos que atacan con precisión a blancos militares ucranianos son y serán imbatibles por cualquier sistema antiaéreo por los próximos 15 ó 20 años.

La propaganda es también un arma para cambiar las percepciones de la realidad y con ello fabricar la supuesta superioridad operacional-tecnológica estadounidense. Precisamente, en esta última, ocurre ahora la inflexión que abre paso al fin de la hegemonía militar de ese país.

Top Gun: Maverick es una película propagandísticamente polivalente y una de sus varias razones de ser es justificar ante el público de ese país el alto costo de su aparato militar. Pero es, además, sin pretender serlo y pese a su romanticismo, una evocación a una superioridad en declive, obsoleta y cada vez menos creíble, como el mismo Maverick en persona.

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