Palestina: El legado de Mahmud Abbas

Muchos palestinos y palestinas recordarán a Mahmud Abbas como el dirigente que consolidó la realidad de la ocupación israelí

Por Tareq Baconi, Yara Hawari, Alaa Tartir, Tariq Kenney-Shawa / Al ShabakaViento Sur

El presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, es uno de los dirigentes más antiguos del mundo y ahora que su presidencia sobrepasa este año su mandato democrático en 14 años, cuatro analistas políticos de Al Shabaka reflexionan sobre su legado.

Además de orquestar los Acuerdos de Oslo de 1993, que restringieron el movimiento de liberación palestino a un proyecto nacional dentro de Cisjordania y Gaza ocupadas, Abbas ha reducido la economía palestina a la dependencia de la ayuda de los donantes y ha establecido un aparato de seguridad que garantiza la coordinación con el régimen de Israel. Por ello, muchos palestinos y palestinas recordarán a Mahmud Abbas como el dirigente que consolidó la realidad de la ocupación israelí.

Tareq Baconi, Yara Hawari, Alaa Tartir y Tariq Kenney Shawa presentan incisivas críticas al liderazgo palestino. En conjunto, dejan claro que lo que Abbas ha presidido es el mantenimiento del statu quo de la ocupación y el apartheid israelíes, la criminalización de la resistencia palestina, la supresión del proceso democrático y el abandono de una visión global para un futuro palestino descolonizado.

Liderazgo sin visión de liberación

Tareq Baconi

A principios de junio de 2022, Mahmud Abbas hizo una inusual aparición en las calles de Ramala y se mezcló con los transeúntes para disipar los rumores de un derrame cerebral. Si lo hubiera hecho con más frecuencia y movido no por la necesidad de demostrar su salud sino por el deseo de conectar con el pueblo, Abbas se habría dado de bruces con el resentimiento y la desesperación que la ciudadanía palestina siente hacia su autoritario y caducado liderazgo que ya ha superado con creces la década de su mandato democrático.

El legado de Abbas, figura clave entre bastidores en los Acuerdos de Oslo, es el de un burócrata que ha mantenido la arquitectura de la autonomía introducida en esos acuerdos –una forma de gobernanza limitada a perpetuidad que no cumple ni con la autodeterminación ni con la condición de Estado. Sin visión para la liberación y sin capacidad estratégica, Abbas se ha distinguido por facilitar al régimen israelí la empresa de gestionar el statu quo sustentando su compromiso con una vasta infraestructura de coordinación en materia la seguridad –impidiendo toda forma de resistencia palestina a la permanente dominación de Israel– y blindando la política israelí de divide y vencerás entre las facciones palestinas enfrentadas en Cisjordania y Gaza.

Sus homólogos occidentales suelen describir a Abbas como hombre de paz, una figura que ha elegido la estabilidad en vez de la resistencia, y un importante activo en una industria pacificadora cuyo objetivo, se sobreentiende, es apuntalar el sometimiento palestino en lugar de que se cumpla la condición de Estado. Muchas y muchos palestinos interpretan su formulación de la paz como el beneplácito al apartheid de asentamiento colonial israelí. Abbas ha institucionalizado esta visión en los propios organismos de liberación palestina que preside. Bajo su mandato, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se ha vaciado de contenido y se ha convertido en una entidad inoperante. Lo que no sólo ha debilitado la capacidad de la única [organización] representante del pueblo palestino para formular una estrategia eficaz de liberación, sino que también lo ha fragmentado aún más.

Al incorporar a la OLP en el entramado de la AP, Abbas ha eliminado de un plumazo a la diáspora palestina conformada por la mayoría del pueblo palestino, y ha restringido esta amplia y poderosa representación palestina a una burocracia ineficaz y dividida que comulga con el autogobierno bajo la ocupación en Cisjordania y Gaza. La ineptitud del liderazgo de Abbas radica no solo en que mina el objetivo palestino de la liberación sino en que lo hace ampliando y fortaleciendo su régimen autoritario y debilitando todas las normas democráticas palestinas.

Su sustituto, previsiblemente Husein al Sheij, Secretario General del Comité Ejecutivo de la OLP, probablemente extenderá el servilismo palestino ante el régimen israelí ampliando el sistema de coordinación de la seguridad tan apreciado por Abbas y que constituye el núcleo de los Acuerdos de Oslo. Puede que Al Sheij intente enmarcar estas políticas en un discurso de desafío, resistencia y derechos palestinos al igual que su predecesor. Si empieza a salir a la calle fuera de los pasillos del poder no tardará en darse cuenta de lo vacías que suenan sus palabras. El ascenso de Al Sheij a la sucesión resumirá el legado de Abbas: la creación de una burocracia de gobernanza palestina que carece de toda visión para la liberación y que permite la continuación del sistema de apartheid israelí a un coste muy bajo.

Apuntalar el autoritarismo y destruir la democracia

Yara Hawari

A lo largo de su mandato Abbas ha hecho muchos falsos llamamientos para celebrar elecciones, el último de ellos en enero de 2021, cuando emitió un decreto presidencial en el que convocaba elecciones legislativas para el mes de mayo siguiente. Aunque la AP dio pasos que indicaban que las elecciones podrían celebrarse –llegando incluso a establecer un registro electrónico de votantes–, Abbas las canceló finalmente en abril de 2021 alegando que el régimen israelí se negaba a autorizar la participación de los y las  palestinas de Jerusalén Oriental. Esto fue lo más cerca que ha estado la AP de celebrar elecciones desde 2006; el gesto sirvió para saciar temporalmente el deseo de la comunidad internacional de avanzar hacia la democratización de la AP, organismo que ha apuntalado durante tres décadas.

No obstante, las y los palestinos siguen cuestionando las exigencias de democratización por parte de la comunidad internacional habida cuenta de cómo rechazó ésta los resultados de las elecciones democráticas palestinas de 2006 y de su indiferencia ante el posterior asedio del régimen israelí a Gaza. Además, cuando Occidente reduce la comprensión de una sociedad democrática a la mera celebración de elecciones da muestras de su hipocresía. Aunque las elecciones puedan ser el resultado representativo de un proceso y una cultura democráticas también pueden darse en sociedades carentes de otros elementos propios de una democracia, en cuyo caso puede que contribuyan a reforzar el statu quo. Tal es el caso de Cisjordania y Gaza, donde unas elecciones tendrían como resultado inevitablemente el mantenimiento de las estructuras de poder existentes o simplemente la reproducción de otro liderazgo autoritario.

Una comprensión más amplia de la democracia asume que las elecciones tienen que formar parte de un todo por el cual la democracia se exprese en toda la sociedad y en el que se acepte y fomente la pluralidad política. Lo que dista mucho de la realidad de las instituciones políticas palestinas en Cisjordania, donde Abbas ha apuntalado un sistema que gira en torno a su liderazgo con escaso margen para la rendición de cuentas o la transparencia. Los altos cargos se designan en función del patrimonialismo y el nepotismo recreando una cámara de ecos exclusivamente masculina que reitera las consignas del presidente.

Asimismo Abbas ha fusionado los tres poderes del Estado –legislativo, ejecutivo y judicial– para que no exista separación ni control del poder en las instituciones políticas palestinas. Su última medida en este sentido ha sido crear un Alto Consejo Judicial y nombrarse a sí mismo presidente. En este contexto, se relegan a los márgenes las voces críticas y se detiene y se amenaza de manera rutinaria a periodistas y activistas que critican a Abbas en medios de comunicación y en las redes sociales.

En Ramala, la capital de facto de la AP, las imágenes de Abbas se alzan sobre los funcionarios en los edificios gubernamentales y sobre el alumnado en las escuelas; incluso adornan las paredes de oficinas de empresas privadas. Eso, sin embargo, no debe confundirse con popularidad tal y como revela una encuesta de septiembre de 2022 según la cual al menos el 74% de los y las palestinas no quiere que Abbas siga siendo presidente. Se añade a ello que su círculo más estrecho se ve obligado continuamente a organizar conferencias de prensa o apariciones públicas para demostrar que sigue vivo y acallar los rumores de su muerte. En este sentido, va camino de encajar en el molde de líder árabe despótico por excelencia.

Pero estos méritos no se pueden atribuir únicamente a Abbas; este tipo de gobierno autoritario es un producto directo del régimen israelí que, además de apuntalar a la AP, ha impuesto de forma activa y constante medidas represivas contra la política y las expresiones democráticas palestinas. Lo cierto es que un liderazgo palestino autoritario y obediente sirve a los objetivos del régimen israelí. Sin embargo, el autoritarismo no es inherente al pueblo palestino ni es resultado inevitable de la ocupación de asentamiento colonial. Puede que Abbas deje al pueblo palestino un legado de autoritarismo afianzado pero los y las palestinas tienen su propio legado: la resistencia y la fortaleza contra viento y marea.

Criminalizar la resistencia y apuntalar el modelo de seguridad

Alaa Tartir

Bajo el mandato de Abbas la AP ha conseguido profundizar aún más su coordinación en materia de seguridad con el régimen israelí y ha consolidado una política institucional de gobernar con puño de hierro. De hecho, en la última década, el estamento de la seguridad de la AP ha reforzado su poder más que nunca y ha recibido la mayor parte del presupuesto de la AP, lo que le ha permitido asegurar un orden autoritario y represivo sobre el pueblo palestino. En consecuencia, se sigue negando una transición política participativa, inclusiva y democrática, y se reprime sistemáticamente toda resistencia palestina –armada y de otros tipos– a la ocupación israelí para dar prioridad a la seguridad y a la perpetuación del statu quo.

Estas prácticas se han ido generalizando bajo el mandato de Abbas y forman parte integrante de la arquitectura de la gobernanza en Cisjordania y Gaza. Como resultado, es más que probable que cuando termine su mandato se mantenga el autoritarismo estructural. Después de Abbas, la nueva dirección de Fatah ni estará interesada ni será capaz de desviarse de las prácticas que la AP ha arraigado durante las últimas décadas. El posible sucesor de Abbas, Husein Al Sheij, es el actual supervisor de la coordinación en materia de seguridad con el régimen israelí –un acuerdo que Abbas ha calificado de sagrado– y no parece que vaya a modificar la relación de la AP con Israel. Mientras ese acuerdo siga vigente y al servicio de los intereses del régimen israelí y de la élite palestina gobernante, la esperanza de un cambio democrático seguirá siendo inalcanzable.

Otros altos cargos de Fatah y del estamento de seguridad de la AP describen la coordinación en materia de seguridad como una vía para la independencia y como parte integrante de la estrategia para la liberación. Sin embargo, en el contexto de la realidad de la ocupación y del colonialismo de asentamiento, la coordinación sólo puede entenderse como dominación. No es de extrañar, pues, que la gran mayoría del pueblo palestino rechace la coordinación de la seguridad; la entienden correctamente como un estrato añadido que niega sus derechos humanos, civiles y políticos básicos.

La élite gobernante no persigue más que el mantenimiento de la AP con el fin de preservar su poder e influencia ilegítimos y hacer caso omiso de la voluntad popular palestina. Después de Abbas el autoritarismo se seguirá justificando con el pretexto de garantizar la estabilidad y evitar el caos.

Esta realidad no es nueva para las y los palestinos; la hemos vivido en cada uno de los sucesivos y antidemocráticos mandatos de Abbas durante los últimos 14 años. Su legado más duradero será el mantenimiento del statu quo autoritario que él mismo ha impuesto, un statu quo que rechaza deliberadamente situar al pueblo en el centro del proyecto político mediante la creación de instituciones responsables, legítimas, democráticas y representativas.

Los pilares clave para acabar con el statu quo son situar al pueblo palestino en el centro, garantizar su derecho a resistir la ocupación colonial de asentamiento, y empoderarlo para su unificación bajo un proyecto nacional a pesar de la forzada fragmentación. Sin embargo y gracias a Abbas, tras su marcha, cualquier nuevo liderazgo de la AP percibirá estos pilares como amenazas a su gobierno autoritario y, por tanto, utilizará todos los recursos y vías disponibles para rechazarlos y suprimirlos. En otras palabras, estos pilares no son episódicos ni se circunscriben solo al gobierno de Abbas; por ello su legado será suprimirlos como parte de un componente estratégico y fundamental de gobernanza, lo que situará a los palestinos cada vez más lejos de su liderazgo.

Un líder comprometido con la dependencia

Tariq Kenney-Shawa

Como presidente de la AP, Abbas ha presidido el afianzamiento de la ocupación y el apartheid israelíes, la profundización de la corrupción interna y la muerte efectiva de la solución de dos Estados. Sin embargo, a pesar de su ineptitud, sería erróneo culpar totalmente a Abbas de la grave situación en la que se encuentran los y las palestinas. Eso sería darle demasiado reconocimiento. Podría decirse que cualquier dirigente que dependa totalmente de la ayuda exterior y carezca de control sobre sus propias fronteras está condenado al fracaso.

El legado de Abbas debe abordarse desde la perspectiva de la dependencia. En su paranoica pretensión de mantenerse en el poder en los bantustanes fragmentados que le ha asignado el régimen israelí, Abbas ha permanecido fiel al proceso de paz promovido por EEUU. Contaba con que entre las negociaciones y el apaciguamiento se ganaría la confianza de los dirigentes israelíes y de sus patrocinadores estadounidenses; la supervivencia de su partido y de su visión política siguen dependiendo de ello. Al hacerlo, sus fuerzas han silenciado a todo el que que se haya atrevido a proponer visiones alternativas, han suprimido a la sociedad civil palestina y, en última instancia, se han convertido en subcontratistas de la ocupación israelí.

Incluso en sus escasas tentativas de plantar cara al régimen israelí y a sus benefactores estadounidenses –por ejemplo, al promover la adhesión de Palestina como miembro de Naciones Unidas o cuando amenazó con impulsar la investigación de los crímenes de guerra israelíes ante la Corte Penal Internacional– Abbas ha cedido reiteradamente ante la presión israelí y estadounidense. Sus intentos más recientes de mostrar su frustración por la intransigencia estadounidense parecen cada vez más desesperados y agónicos. Mientras tanto, sus inarticulados arrebatos han hecho difícil que la diáspora palestina pueda traducir el creciente apoyo internacional al pueblo palestino en un cambio político real.

No está claro qué ocurrirá después de Abbas ni en qué se convertirá un liderazgo que no tiene ni mandato ni visión de un futuro liberado. Aunque sin un proceso oficial de elecciones ya se han puesto en marcha los engranajes para garantizar su remplazo. El candidato actual con más posibilidades de sucederle, Husein Al Sheij, representaría la continuación del funesto legado de Abbas aunque muchos temen también mayor represión política por parte de las fuerzas de ocupación israelíes.

Independientemente de quién suceda a Abbas, es probable que EEUU aproveche la oportunidad para dar un apoyo simbólico a las relaciones con la AP (que se publicitará como una iniciativa para revivir la solución de dos Estados) y para mantener el statu quo priorizando los intereses de Israel sobre los derechos palestinos. EEUU reiterará su apoyo a una AP fuerte para mantener la estabilidad interna aunque no lo suficiente como para desafiar al régimen israelí. Podría incluso aumentar el apoyo financiero a la AP como gesto de buena voluntad e incentivar una mayor cooperación. A la luz del nuevo gobierno ultraderechista y extremista del régimen israelí el enfoque estadounidense seguirá siendo el de gestionar el conflicto y mantener la seguridad mientras Israel estrecha el cerco sobre los y las palestinas.

La verdad es que poco importa quién se ponga al frente de la AP. La propia naturaleza de su relación con el régimen israelí y con EEUU garantiza su insolvencia. Mientras la dirección palestina siga entregada al servilismo y a la dependencia del régimen israelí y de la comunidad de donantes nunca tendrá como meta la liberación; el pueblo palestino seguirá haciéndose cargo de la resistencia por su cuenta.

TARIQ BACONI/YARA HAWARI/ TARIQ KENNY-SHAWA/ALAA TARTIR

Al Shabaka

Traducción para viento sur: Loles Oliván Hijós

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