
El problema tiene múltiples capas y se complica por el hecho de que los funcionarios y empleados de la ONU no tienen el poder de alterar la estructura muy distorsionada de la institución política más grande del mundo.
Por Ramzy Baroud | 21/11/2024
Francesca Albanese no se anduvo con rodeos. En un discurso enérgico pronunciado el 29 de octubre ante la Tercera Comisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Relatora Especial de la ONU se desvió de la línea habitual de otros funcionarios de la ONU y se dirigió a los asistentes.
“¿Es posible que después de 42.000 personas asesinadas no puedan empatizar con los palestinos?”, dijo Albanese en su declaración sobre la necesidad de “reconocer (la guerra de Israel contra Gaza) como un genocidio”. “Aquellos de ustedes que no han dicho una palabra sobre lo que está sucediendo en Gaza demuestran que la empatía se ha evaporado de esta sala”, agregó.
¿Fue Albanese demasiado idealista cuando decidió apelar a la empatía, que, en sus palabras, representa “el pegamento que nos mantiene unidos como humanidad”?
La respuesta depende en gran medida de cómo queramos definir el papel que desempeñan las Naciones Unidas y sus diversas instituciones: si su plataforma global fue establecida como garante de la paz o como un club político para que quienes tienen poder militar y poder político impongan sus agendas al resto del mundo.
Albanese no es la primera persona en expresar una profunda frustración con el colapso institucional, y mucho menos moral, de la ONU, o la incapacidad de la institución para producir cualquier tipo de cambio tangible, especialmente en tiempos de grandes crisis.
El propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, había acusado al poder ejecutivo de la ONU, el Consejo de Seguridad, de ser “obsoleto”, “injusto” y un “sistema ineficaz”.
“La verdad es que el Consejo de Seguridad ha fracasado sistemáticamente en relación a la capacidad de poner fin a los conflictos más dramáticos que enfrentamos hoy”, afirmó , en referencia a “Sudán, Gaza, Ucrania”. Asimismo, aunque señaló que “la ONU no es el Consejo de Seguridad”, Guterres reconoció que todos los órganos de la ONU “sufren el hecho de que la gente los mira y piensa: ‘Bueno, pero el Consejo de Seguridad nos ha fallado’”.
Sin embargo, a algunos funcionarios de la ONU les preocupa principalmente que el fracaso de la ONU esté comprometiendo la reputación del sistema internacional y, por lo tanto, lo que les queda de credibilidad. Pero a otros, como Albanese, los mueve, en efecto, un sentido primordial de humanidad.
El 28 de octubre de 2023, pocas semanas después del inicio de la guerra, el director de la oficina de Nueva York del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos dejó su cargo porque ya no encontraba margen para conciliar el fracaso en detener la guerra en Gaza y la credibilidad de la institución.
“Esta será mi última comunicación con usted”, escribió Craig Mokhiber al Alto Comisionado de las Naciones Unidas en Ginebra, Volker Turk. “Una vez más estamos viendo cómo se desarrolla un genocidio ante nuestros ojos y la organización a la que servimos parece impotente para detenerlo”, añadió Mokhiber.
La expresión “una vez más” puede explicar por qué el funcionario de la ONU tomó la decisión de irse poco después del inicio de la guerra. Tenía la sensación de que la historia se repetía con todos sus detalles sangrientos, mientras que la comunidad internacional seguía dividida entre la impotencia y la apatía.
El problema tiene múltiples facetas y se complica por el hecho de que los funcionarios y empleados de la ONU no tienen el poder de alterar la estructura muy distorsionada de la mayor institución política del mundo. Ese poder está en manos de quienes ejercen el poder político, militar, financiero y de veto.
En ese contexto, países como Israel pueden hacer lo que quieran, incluso ilegalizar las mismas organizaciones de la ONU que han sido encargadas de defender el derecho internacional, como hizo el Knesset israelí el 28 de octubre cuando aprobó una ley que prohíbe a la UNRWA realizar “cualquier actividad” o prestar servicios en Israel y los territorios ocupados.
¿Pero hay alguna salida?
Muchos, especialmente en el sur global, creen que la ONU ha dejado de ser útil o necesita reformas serias.
Estas apreciaciones son válidas, basadas en esta sencilla máxima: la ONU fue creada en 1945 con los objetivos principales de “mantener la paz y la seguridad internacionales, promover el bienestar de los pueblos del mundo y la cooperación internacional con esos fines”.
Muy poco de lo antes mencionado se ha cumplido. De hecho, las Naciones Unidas no sólo han fracasado en su misión primordial, sino que se han convertido en una manifestación de la desigual distribución del poder entre sus miembros.
Aunque la ONU se formó después de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, ahora es en gran medida inútil debido a su incapacidad para detener atrocidades similares en Palestina, Líbano, Sudán y otros lugares.
En su discurso, Albanese señaló que si los fracasos de la ONU continúan, su mandato se volverá “cada vez más irrelevante para el resto del mundo”, especialmente en estos tiempos de agitación.
Albanese tiene razón, por supuesto, pero considerando el daño irreversible que ya se ha producido, es difícil encontrar una justificación moral, y mucho menos racional, de por qué la ONU, al menos en su forma actual, debería seguir existiendo.
Ahora que el Sur Global finalmente está surgiendo con sus propias iniciativas políticas, económicas y legales, es hora de que estos nuevos organismos ofrezcan una alternativa completa a las Naciones Unidas o presionen para que se realicen reformas serias e irreversibles en la organización.
O bien eso, o el sistema internacional seguirá estando definido únicamente por la apatía y el interés propio.
Ramzy Baroud es periodista y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de seis libros. Su último libro, coeditado con Ilan Pappé, es “Nuestra visión de la liberación: líderes e intelectuales palestinos comprometidos se pronuncian”. El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Globales (CIGA). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
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