El asesinato policial del joven descendiente de argelinos, Nahel Merzouk, desató una ola de protestas que sigue con fuerte presencia en las calles, con muchísimas personas detenidas. En esta nota, el autor explica qué hay detrás de la indignación por la violencia institucional en Francia y cómo se relaciona esto con el racismo y colonialismo estructural que vive el país y el continente.
Por Gonzalo Fiore Viani / La tinta
El racismo estructural existente en todas las instituciones, incluidas las fuerzas de seguridad, da como resultado situaciones como el asesinato del joven de origen argelino, Nahel Merzouk, por parte de un policía cuando se negó a parar en un control de tránsito. Amnistía Internacional y el Consejo de Europa se han manifestado públicamente por el abuso policial de las fuerzas de seguridad francesas en las movilizaciones.
Lo cierto es que miles de jóvenes que viven en barrios marginados, y también en otros lugares alejados o en las periferias, sufren diariamente la violencia policial. Cada vez que ocurre un hecho violento de estas características, países como Francia o Bélgica estallan en indignación y rabia contra el sistema, no solo por un incidente en particular, sino por toda una estructura que los margina, los excluye y no les permite formar parte de una sociedad que consideran propia, pero que no los acepta.
Uno de los principales asuntos de debate en la Unión Europea es la cuestión de la inmigración y cómo integrar las diferentes culturas. La extrema derecha ha difundido la teoría del “gran reemplazo”, una idea delirante, pero que ha ganado cierta aceptación, especialmente en Francia. Esta teoría, popularizada por el francés Renaud Camus, sostiene que la población europea blanca, en particular los franceses blancos católicos y los europeos blancos cristianos en general, están siendo sistemáticamente reemplazados por personas no europeas, como árabes, levantinos, africanos o bereberes.
Según los creyentes de esta corriente, esto se estaría llevando a cabo a través de un plan masivo perpetrado por las élites globales y liberales, que incluye migraciones masivas y crecimiento demográfico. La teoría tiene sus raíces en la novela El campamento de los santos, publicada en 1973 por el autor francés Jean Raspail. Allí describe el colapso de la cultura occidental debido a una inmigración masiva de países periféricos. Michel Houellebecq también la mencionó en su obra Sumisión, publicada en 2015.
En Francia, personas como Eric Zemmour o Marine Le Pen, dirigentes franceses de extrema derecha, toman esta teoría y constantemente avivan el fantasma de la “islamización” de la nación. Afirman que el país galo “ya no es Francia”, por lo que es necesario que los franceses “tomen el destino en sus propias manos”. Sin embargo, esta islamofobia no se limita a la extrema derecha, existe también un profundo rechazo al islam por parte de las élites liberales representadas por líderes como el actual presidente Emmanuel Macron. Desde ese sector, tildan al islam de fanático, violento, intolerante y misógino, lo cual, por supuesto, es completamente falso.
Autores como Edward Said han demostrado que estas afirmaciones son falacias que caen en la trampa de considerar al islam de manera monolítica y homogénea, sin reconocer la compleja diversidad de una religión con más de 1.900 millones de seguidores en todo el mundo. Actualmente, hay 25 millones de musulmanes distribuidos en todos los Estados miembros de la Unión Europea, aunque la mayoría se concentra en Francia, donde representan el 7% de la población, seguidos por los Países Bajos (4,6%), Bélgica (3,8%) y Alemania (3%). El pasado colonial de países como Francia o Bélgica no puede ser soslayado.
Francia tuvo numerosas colonias en África a lo largo de su historia. Algunas de las principales colonias africanas francesas incluyeron Argelia, Marruecos, Túnez, Senegal, Costa de Marfil, Malí, Níger, Chad, Guinea, Camerún, Gabón, Congo, Madagascar y muchas otras. En total, alrededor de 17 colonias en África fueron parte del imperio colonial francés y algunas se mantuvieron bajo su dominio hasta entrada la segunda mitad del siglo XX.
Bélgica, por su parte, también tuvo colonias en África durante su período colonial. Su principal colonia africana fue el Congo Belga, que abarcaba un territorio muy extenso y se conocía como el Congo Belga o simplemente el Congo. Además de esta, Bélgica también tuvo otras colonias más pequeñas en África, como Ruanda-Urundi (que comprendía los territorios de Ruanda y Burundi en la actualidad) y algunas partes de lo que hoy es la República Democrática del Congo, también hasta mediados del siglo XX incluido.
En Francia, los jóvenes de ascendencia árabe y africana tenían 20 veces más probabilidades de ser detenidos y registrados que cualquier otro grupo masculino. En países como Bélgica y Suiza, ocurre algo similar. Lo ocurrido con Nahel, al igual que el caso de George Floyd en Estados Unidos, ha sido el catalizador de la ira acumulada de miles de jóvenes que simplemente intentan integrarse en una sociedad que no los considera propios, a pesar de ser la segunda o tercera generación de europeos.
Desde los años 80, se ha construido el estereotipo del inmigrante proveniente de países como Marruecos, Pakistán, Turquía o las antiguas colonias africanas de Bélgica y Francia, como musulmanes que amenazan el tejido social europeo. A partir de 2001, se los ha considerado también como posibles terroristas debido a la identificación que se hizo del fenómeno del terrorismo con el islam a partir de la llamada “guerra contra el Terror” de George W. Bush, post 11 de septiembre.
Además, el problema de las áreas periféricas, los suburbios que la gran mayoría de los turistas no ve, está empeorando cada vez más. Las personas que viven allí tienen el doble de probabilidades de ser inmigrantes que el promedio nacional y tres veces más probabilidades de estar desempleados. Este problema es extremadamente complejo y refleja sociedades profundamente desintegradas que no saben qué hacer con los descartados que ellas mismas generan. Ante esta situación, la única respuesta que encuentran es la violencia, el odio, el rechazo y la marginación.
Aunque a simple vista, desde la perspectiva de alguien sin una mirada crítica mínima, Europa puede parecer un paraíso de integración y desarrollo construido a partir del colonialismo, los problemas son cada vez más graves y ya no están ocultos, sino que están en primer plano.
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