Yo soy español

Por Jesús Ausín

Allí estaba Macario. Plantado, en mitad de la Castellana, como una encina retraída en medio del páramo castellano en un mes de julio. No hacía ni media hora que acababa de llegar del pueblo. En autobús. Porque él con los trenes no se apaña. En ellos, no se puede preguntar al conductor y a saber dios dónde tienes que bajarte y cual es el que debes de coger en caso de transbordo. Él prefería el Villamayor. Allí, en Valdorros, su pueblo, conocía a Julianín, el conductor. Sabía cómo convencerle para que le ocultara algún bulto que no convenía que la Guardia Civil viera. Sabía cómo obligarle a parar antes de llegar a la estación. Y sabía cuándo y como debía recogerle fuera de ella con sus cajones de tabaco americano de contrabando.

Macario en su pueblo era el puto amo. Tenía el bar, el estanco, la tienda de comestibles, el almacén de grano, vendía los abonos para la tierra, regentaba el molino, la limpiadora de semillas,… Había salido de la escuela con doce años, sin apenas saber escribir, pero con la habilidad de saber sumar y restar con la eficacia de un contable. Se le daban bien los números. Y siendo hijo de quién era, no le hacía falta estudiar para hacerse cargo del negocio familiar. Solo había que tener picardía y manejarse bien con las cuentas. A pesar de ser un fatuo iletrado, en el pueblo era Don Macario, para casi todos. Salvo para el pastor que, cuando le preguntaban porque no le trataba de Don, siempre decía que “Don sin Din, los cojones en latín”. Macario era el poder y estaba acostumbrado a que, desde el alcalde, al cabo de la Guardia Civil, todos se pusieran a su servicio y cedieran a sus pretensiones. La red clientelar del mandamás había hecho a Tomás alcalde. Por su parte, la Guardia Civil, era consciente de que Macario vendía en su estanco y en el bar, bajo cuerda, tabaco que no llevaba el precinto de hacienda, pero hacían la vista gorda. Por navidades, recibían jamones para los cuatro guardia civiles del cuartel y regalos para sus hijos.

Porque Macario era muchas cosas. Era un hijo puta con pintas que te la liaba en cuanto tenía ocasión, pero también era el que te compraba el grano cuando nadie lo quería, el que pagaba al pastor por su rebaño pero permitía que también cuidara de la cabra que tenías en casa y que salía a pastar con sus ovejas. Era él quién pagaba el arreglo la iglesia si había una gotera. Él pagaba la mitad del baile de las fiestas y  le daba a los quintos diez mil duros para que celebraran el mayo. Era él, el que te dejaba coger agua de su pozo, cuando la fuente se secaba. Y eso, la gente se lo agradecía. A pesar de que el grano lo pagara diez pesetas el kilo menos de lo que valía, a pesar de que el nitrato te lo vendía al doble de precio que si lo comprabas en la capital, a pesar de que, a veces, tenía invitados y le decía al pastor que sacrificara a la cría de tu cabra y ni te pidiera consentimiento y ni te lo pagara. A pesar de que, si te prestaba dinero y no se lo devolvías a tiempo, te hacía firmar la venta de una de tus parcelas sin que recibieras la diferencia de valor.

Don Macario era juez y parte y nadie osaba llevarle la contraria. También era un hacha para los negocios. Sobre todo para aquellos que dan mucho margen de beneficio porque no se ajustan a la legalidad. Y era un avaro. Nunca le bastaba con el dinero que tenía en la Caja de Ahorros y el que guardaba debajo de la piedra del molino. Un día oyó en una conversación en una tasca de mala muerte de la capital que solía frecuentar, como uno le contaba a su compañero aledaño que se sacaba diez mil pesetas al día vendiendo polen en Madrid. Macario, ni corto ni perezoso, le dijo al camarero que les pusiera otra ronda y entró en el conversación. Los locuaces sicarios se quedaron un poco desconcertados. Pero el hombre que les hablaba no podía ser policía. Chaparro, traje de pana, boina calada hasta las cejas, no tenía pinta de madero. Le explicaron que era lo que daba tan buen rédito y quedaron con Macario para la semana siguiente en Madrid, dónde le venderían una buena cantidad de costo con la que hacer negocio en el pueblo y la capital.

Y allí estaba, junto al Corte Inglés de la Castellana, esperando a los dos amigos que había conocido en Burgos.

Al rato, un coche paró, los reconoció, se subió al coche y le llevaron a unas viviendas a las afueras de Madrid todas pintadas de un azul añil. Macario sacó el fajo de billetes y los traficantes, le entregaron dos fardos de hachís. Y le dejaron en medio del poblado, solo y con los bultos.

Un coche de policía, se presentó a los pocos minutos. Macario estaba, en mitad de la calle, decidiendo que hacer porque no podía con la mercancía. Le preguntaron que llevaba en los atados y Macario sacó otro fajo de billetes del bolsillo.

Ahora, estaba en una celda en una comisaría que ocupaba más que su pueblo. Los policías no habían cogido la mordida de Macario y le había arrestado por tráfico de drogas e intento de soborno. Su abogado, desde Burgos, le había dicho por teléfono que la cosa estaba mal. Él no conocía a ningún juez en Madrid y tampoco un letrado de confianza que pudiera hacerse cargo. Así que iba a ser difícil usar las triquiñuelas utilizadas habitualmente en el Juzgado de primera instancia comarcal.

Dos años más tarde, Macario seguía en el modulo tres de Carabanchel. Le esperaban otros cinco años a la sombra.

*****

«Pongan, son españoles los que no puedan ser otra cosa»

Cánovas del Castillo, Presidente del Gobierno de España en 1876.

«En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo»

Luces de Bohemia. Ramón María del Vallé Inclán. 1920.

Yo soy español, español, españooool

Nunca he sentido el tumor maligno del nacionalismo. Es verdad que me gusta mi tierra y el pueblo donde nací y crecí. Es verdad que en alguna ocasión he tenido que pararle los pies a algún descerebrado que, en su fervor nacionalista, se sentía no solo superior por haber nacido a unos cien kilómetros del lugar dónde un servidor vio la luz, sino además, con la necesidad de generalizar e insultar a todos los que como yo, habíamos llegado a este mundo en el mismo lugar de la tierra que él, pero en diferente división territorial humana. Pero ni en el extranjero he sentido ese orgullo patrio que algunos, que no se consideran nacionalistas, dicen haber tenido. Es más, en cierta ocasión tuve algunos problemas con unos belgas que creían que todos los de aquí, bailábamos sevillanas, nos gustaba maltratar animales en una plaza de toros y éramos vagos y descuidados. Tontos los hay en todos los sitios y suelen ser la excepción a la generalidad.

Llama la atención que España sea un país que ha sufrido cuatro guerras civiles (y unos cuantos intentos más). No se si hay país en el mundo en el que la intolerancia sea de tal calibre que haya llevado a luchar, desangrar y morir a tantas personas por una causa tan nimia e insolente como la imposición de unas ideas sobre otras. De unos intereses, generalmente de ricos y poderosos, sobre la generalidad. Eso sí, siempre en nombre de España y de un rey.

No hemos aprendido nada a lo largo de la historia. Siempre hemos presumido de aquellas cualidades que otros pueblos, más civilizados, rechazan y les avergüenzan. Mientras al otro lado de los pirineos luchaban por el trabajo que les hacía salir adelante con la revolución industrial, aquí era un estatus de nobleza no trabajar. Mientras en Europa luchaban por la igualdad, la legalidad y la fraternidad, aquí seguíamos llevando gente a la hoguera, con la excusa de la religión, a quienes no cumplían con los deseos de la iglesia o a inocentes mancillados por la envidia de su vecino. Nos creímos en la obligación de salvar a Inglaterra de la herejía y arruinamos el renio mandando 127 barcos a invadir la Gran Bretaña. Una empresa que acabó como el Rosario de la Aurora. Montamos la primera guerra civil (Primer Guerra Carlista) porque un señor que quería ser rey nos dijo que una mujer no podía ser reina. Y muchos les siguieron, sin embargo, poco tiempo antes, habían permitido la vuelta al trono a su padre, el ser mas asqueroso, sátrapa, indecente, ladrón y corrupto de la era Borbón en España: Fernando VII. Cuando teníamos la oportunidad de salir del medievo y habíamos empezado con la modernización del Estado, nos hicieron apoyar a un cobarde malicioso y asesino que volvió a cimentar durante cuarenta años, aquellos pensamientos de superioridad que nos han llevado a la situación actual de patriotismo casposo en el que solo es español aquello que forma parte de la España más rancia, y pobre. La que reniega de lo intelectual y solo busca riqueza.

Los toros, español. La sardana, una tontería catalana. El flamenco, español. Las Muñeiras, una cosa gallega sin importancia.  El fútbol (football), español. El arrastre de piedras con bueyes, una gilipollez de los vascos que son más brutos que un arado. Y así todo. Porque el buen español nacionalista, cree que el saber sí que ocupa lugar y que como España, su España, es el centro del universo, ¿para qué necesita él hablar vasco, catalán, gallego, bable, francés o inglés? Qué hablen los demás español (porque ellos niegan que todos los demás idiomas del Estado sean españoles, y al castellano lo llaman español). El español de bien, presume de su indigencia cultural. Para él es un plus no haber leído un libro en su vida.  Porque la sabiduría, la da la vida, el trabajo manual y la cantina. Por eso se crecen con ese halo de superioridad que les da la patria. Por eso, para ellos, lo importante es España. La idea que ellos tienen de la patria. La idea heredada de ochenta años de latrocinio permanente: una, grande y libre. Y da igual si no hay para comer. Si tienen que trabajar doce horas por setecientos euros y un contrato en el que solo cotizan por cuatro. Da igual si le roban al Estado, si con sus impuestos hacen ricos a los amigos de quienes desgobiernan. Todo da igual porque lo importante es, primero España, y en después el Júrgol. Lo importante no es que a la empresa de Florentino le paguen una indemnización de 2419 millones de Euros, del dinero de todos, por un proyecto inacabado que está en los tribunales a consecuencia de los terremotos que produjeron las excavaciones. Lo importante es que Ronaldo esté en el Madrid. Lo importante es un gol de chilena. Lo importante es ganar Eurovisión.

Ser español es un orgullo para ellos. Y todo aquel que no sienta los colores es un mal español que no puede vivir aquí. Quien no piense como ellos, que se vaya. A pesar de que muchos de ellos, fieles seguidores de este hijoputismo liberal, no son propietarios  ni de un cubo de tierra para plantar una maceta. Quién se atreva a llevar la contraria a su pensamiento merece ser castigado y si quien lo hace es un país extranjero, debería ser castigado severamente. Miren ustedes lo que propuso el viernes seis de abril ese fascista reconvertido, un tal Jiménez Los Santos.

Porque España es de los españoles. Pero solo de los que piensen o son como ellos. Si eres negro, no eres español, salvo que vengas a jugar al Madrid o a la selección de Baloncesto. Si tu padre ha nacido en Rumanía, no eres español, salvo que seas muy bueno jugando al fútbol y fiches por el Madrid. Si eres catalán, bailas Sardanas y participas en la fiesta de los Castellets, no eres español, salvo que lleves la bandera de España tatuada en la muñeca y seas partidario de Tabarnia. Si hablas euskera, no eres español, porque ese dialecto solo lo hablan los etarras. Salvo que te den el Nobel de física, que entonces no solo serás español, sino que además el premio lo habrás conseguido gracias a la inversión en investigación del gobierno nacional. Si eres Piqué o Xavi, no eres español. Aunque juegues o hayas jugado en la selección y hayas sido uno de los puntales de la misma, para conseguir el campeonato del mundo. Si eres de Burgos, como yo, eres español por cojones. Aunque sepas que haber nacido en uno u otro lugar no te da ninguna cualidad especial, ningún derecho especial como ser humano y aunque a ti, las patrias, te den lo mismo.

En realidad damos pena. Y somos el tonto del pueblo de la Unión Europea. Aquel al que soportan en las reuniones donde se tratan temas importantes porque ameniza la velada con sus memeces. El que no se entera de nada porque solo habla castellano, y mal, y se ríe aunque le están llamando idiota a la cara. Damos pena porque todo lo que nos pasa está causado por el pecado nacional: la envidia. No podemos soportar que el vecino sea más guapo, tenga más dinero y una casa más chula. Y esa envidia malsana se convierte en un problema de odio si el vecino es de piel oscura, ha nacido en otro país o pertenece a una minoría étnica.

Para el español de bien, ese que cuelga la banderita en su balcón porque esta es su patria y no la tuya, eres un mal español, un antipatriota, un soplagaitas si no estás de acuerdo con España, la casposa, la que presume de la ignorancia, de no trabajar, de vivir el paraíso terrenal, de no saber idiomas, la que permite que le roben, que le da lo mismo que le peguen y no tener libertad, que no haya trabajo, que los salarios sean una limosna, que los derechos laborales hayan desparecido, que le roben todos los días, que rescaten autopistas, bancos, amigos con dinero en paraísos fiscales, que no haya separación de poderes, que hace el ridículo en el extranjero y que pinta menos en cualquier organización internacional que Maximino en Haro… Y si no estás de acuerdo con ellos, vete de España porque España es suya.

El futuro nos evoca desgraciadamente al pasado. A una solución de confrontación nacional que no me gusta. Porque los peones blancos, movidos por alfiles convertidos en reinas, atacarán en vertical si es preciso y todos juegan contra la torre negra.

Salud, república y más escuelas.

10 Comments

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.