Por Daniel Seijo @SeijoDani | Ilustración de Iñaki y Frenchy @inakiyfrenchy76
“Coge la familia, mézclala con Dios y la nación, añade diez horas de trabajo diario, y tienes todo lo que necesitas.”
La Senda del Perdedor, Charles Bukowski (1982)
Contra todo pronostico y pese a las constantes amenazas vertidas desde numerosos medios, Donald John Trump se ha convertido finalmente en el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Con 57 millones de votantes, el viejo magnate inmobiliario asesta así una dolorosa derrota no solo al corazón del partido Demócrata, sino a su vez, a todos aquellos que dentro de su propia formación, decidieron abandonar precipitadamente un caballo al que pocos vieron como posible ganador. Sorprendió Trump sin embargo, al imponerse en unas primarias con 16 candidatos sin el apoyo de su partido y lo ha vuelto a hacer, al lograr conquistar a una América desconocida para muchos de sus ciudadanos, un país en cambio, sin un rumbo fijo y en donde la crisis de las hipotecas subprime y el legado de Obama, ha dejado a muchos americanos con la extraña sensación de comenzar a ver a su país desde los ojos de un pequeño caniche.
Comenzó su candidatura Donald Trump, ante una sociedad cansada de su pasado. Cansada del peso que supone ser el mayor imperio de la tierra y de las lejanas guerras que vacían sus arcas, así como de la necesidad de continuar cediendo espacio en las comodidades de su día a día y especialmente, una sociedad cansada de la creciente desigualdad entre una élite gobernante o establishment y el resto de los ciudadanos norteamericanos.
En ese contexto, le bastó al candidato republicano con cambiar el tono de su discurso, para pese a su pasado, lograr dibujarse como la única alternativa a un sistema de capitalismo salvaje, al que pocos en Estados Unidos se atreven todavía a plantear una alternativa, pero al que no pocos, critican ya abiertamente, debido a sus nefastas consecuencias sobre el tejido económico y cultural del país. Es tan solo en ese contexto de ruptura del pacto social estadounidense, en donde una candidatura como la de Trump, lograría encontrar apoyos suficientes, unos apoyos con los que nadie contaba, pero que finalmente, le han propiciado, conjuntamente con su partido, el control de ambas cámaras, Congreso y Senado, así como la posibilidad de dirimir el sustituto de Antonin Scalia en la Corte Suprema de Estados Unidos, un puesto que sin duda terminará en manos del conservadurismo más ortodoxo, otorgándole la capacidad de anular leyes que consideren contrarias a la constitución del país.
Se avecinan tiempos duros para un partido Demócrata que parece ser víctima de sus propios demonios. Demonios nacidos de la pasividad con la que el propio partido, acepto la implantación neoliberal sin cortapisas que proponían sus élites en consonancia con el partido Republicano y que terminaron de forjarse, cuando esas mismas élites prefirieron vencer en su guerra de clases interna, apoyando incluso al borde de la ilegalidad a una de los suyos a elegir al mejor candidato para lograr la presidencia.
Sabían perfectamente en el partido Demócrata, las debilidades de Hillary Clinton como candidata frente a Trump, representaba inherentemente a un sistema al que odiaban la mayoría de estadounidenses y le basto a Trump con no hacer lo mismo. Por la contra, Hillary Clinton, consciente de la incapacidad de su campaña para desvincularse de eso que en España llamaríamos la herencia recibida, apostó fuertemente por dos factores principales: el hecho de ser mujer y su apoyo a las minorías. Ambas claras cualidades de la demócrata frente a Trump, pero que a la postre se revelarían claramente como insuficientes frente a factores no menos importantes como la opacidad de los movimientos económicos de la Fundación Clinton, la filtración de sus correos o la desastrosa intervención en Libia.
Se colocó Clinton con su actitud en un centro político cada vez más desierto, en una campaña que como hemos podido comprobar, se jugó finalmente en los extremos. Basto esa posición de desventaja inicial, para que Donald Trump supiese a donde llevar la campaña. Consciente de su incapacidad para salir airoso en el debate ideológico, no obstante está a punto de tomar posesión como presidente sin apenas hablar de su programa económico, Donald Trump logró embarrar el debate electoral haciendo uso del numeroso arsenal sensacionalista que su propia habilidad de adaptación a una sociedad mediática y las debilidades de su contrincante le proporcionaban. Por su parte, el equipo de Hillary Clinton se mostró incapaz en todo momento de articular una estrategia de defensa, frente a la guerra relámpago de acusaciones que el equipo de Trump, totalmente mimetizado en una poderosa Wehrmacht electoral, lanzó contra ellos. Logró el magnate estadounidense escapar vivo del primer debate presidencial y poner en más aprietos de lo que la prensa occidental estuvo dispuesta a reconocer a su rival demócrata en el debate del 19 de octubre.
Tan solo Hillary Clinton, con su campaña de menosprecio a Trump y a lo que el candidato republicano representaba, pudo ser capaz de hacer resurgir a una candidatura que llego a situarse hasta seis puntos por debajo en los sondeos electorales y que comenzó su remontada, espoleado por la investigación del FBI a los correos de la exsecretaria de estado y con un electorado potencial que veía en quienes criticaban a Trump el origen de gran parte de sus males.
En el último instante, logró pesar más la ira social largamente contenida contra el establishment que representaba Clinton que la lucha racial, la feminista o la lucha por los derechos de las minorías a las que ella parecía defender.Menospreciaron desde el partido Demócrata la importancia de la concienciación de su electorado en el voto de clase, para escudarse en la alternativa del voto por el mal menor y en el de las minorías, lo que unido al desprecio por la realidad social de una gran parte del electorado, parece finalmente haberles costado la presidencia.
En un artículo reciente del New York Times, Paul Krugman acusa a las áreas rurales blancas de no compartir “nuestra idea de lo que es Estados Unidos” alude el economista a que para esos <<otros americanos>>: “se trata de una cuestión de sangre y tierra, del patriarcado tradicional y la jerarquía étnica” votarían a cualquiera que representase al partido Republicano. Se equivoca desde un principio el señor Krugman, más allá de que no siempre los candidatos republicanos consiguen movilizar a ese tipo de votante, algunos progresistas pareciesen focalizar el problema en la gente y en el sentido de su voto, en lugar de hacerlo en el sistema (capitalista) y en sus consecuencias para esas personas. Son los mismos que criticaron el Brexit o el surgimiento de Amanecer Dorado, pero no dijeron nada cuando los diferentes acuerdos de libre comerciose ratificaron sin consulta popular previa o en España se modifico el artículo 135 de la Constitución de espaldas al pueblo. Pareciese molestar a algunos más el sentido de la voluntad popular que la imposición autoritaria de los intereses económicos del sistema.
Solo desde esa óptica del desheredado, se puede explicar no solo la realidad de esa mal llamada basura blanca o chavs, en gran parte natal del desindustrializado cinturón de óxido que finalmente da la victoria a Trump, sino también de realidades más complejas, como la del hispano que una vez adquirido el sentimiento nacional, en un país en el que resulta relativamente sencillo lograrlo, decide votar a Trump ante la amenaza que supone el trabajo ilegal de muchos compatriotas para sus intereses o el prototipo de votante al que podríamos llamar Gran Torino que no siendo necesariamente un militante convencido racista o un mero descerebrado, si logra conectar con facilidad con esa América que Trump representa.
Trump logró representar el rechazo más absoluto a las élites y al sistema, pese a curiosamente ser el claro reflejo de las mismas. Eso y un voto oculto como constatación de un sistema que no entiende a gran parte de su ciudadanía y que se ha escapado en los análisis de la inmensa mayoría de los medios y del propio partido Demócrata, ha terminado dando la victoria a un candidato al que parece haberle bastado con el apoyo de los que casi nunca cuentan en la política americana, para conseguir finalmente la presidencia.
El tiempo dirá si nos encontramos ante el primer presidente de una nueva concepción de la política americana.
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