Ya hemos mirado al niño

Escrito e ilustrado por David González Gándara

Vamos a analizar lo que sucede cuando a la frase: «hay que mirar a este niño» sigue un «etiquetado» de dicho niño. Primero volvamos a la idea de comparar los centros educativos con una carrera de fórmula 1, sería muy difícil trabajar con alguien que conduce el coche siempre igual, independientemente de las condiciones. Por muy bueno que sea el equipo de mecánicos, la conducción no puede ser la misma para todas las situaciones: lluvia, problemas mecánicos, etc. Sería impensable pedirle al equipo de mecánicos que configuren el coche para un estilo fijo de conducción y que al mismo tiempo traten de convencer a la persona que conduce, siempre sin que se sienta amenazada en su autonomía, que hacer variaciones en su modo de conducir sería recomendable para rendir mejor. Pues esto mismo es lo que se pide a los departamentos de orientación: promover la inclusión, y al mismo tiempo aceptar que esta no se va a producir. Todo esto bajo la premisa de que el equipo docente puede dejar de colaborar totalmente si se intenta introducir medidas inclusivas demasiado rápido.

¿Y qué se puede hacer entonces? Es muy difícil responder a esta pregunta. Bajo mi punto de vista, lo primero es dejar de enfocar el asesoramiento del departamento de orientación a «trastornos», «discapacidades», «deficiencias»,… El trabajo debería centrarse en proponer un plan de aprendizaje basado en desarrollar al máximo el potencial de cada persona. En lugar de dedicar semanas a localizar una etiqueta y a continuación comunicarle a la familia que acuda al centro de salud para que le certifiquen dicha etiqueta, habría que dedicar este tiempo a encontrar las áreas que posibilitarán a la persona un mayor éxito en su vida. El proceso de certificar etiquetas está a disposición de las familias siempre que quieran, lo que haga el centro educativo no debería tener nada que ver en este proceso. Volviendo al símil del automovilismo, las mejoras en el diseño del coche para el año siguiente no ayudan a pensar en las estrategias más óptimas para cada carrera. Y estas mejoras en el diseño tampoco dependen de las configuraciones que se deciden en cada gran premio.

Una vez que tengamos información sobre las potencialidades de la persona, estaremos en disposición de ofrecer ideas concretas a los docentes que lo necesiten. Además, de la misma forma que hay que atender a la diversidad del alumnado, también hay que atender a la diversidad del profesorado. Es decir, es necesario detectar las potencialidades de cada docente, y no obsesionarse con las cosas que no están dispuestos a hacer. Es evidente que hay que aceptar el sistema montado por el cual el profesorado de apoyo se limita a trabajar como si de una academia se tratase, ayudando a hacer los «deberes», o aportando fotocopias sustitutivas del trabajo de la clase. Pero aceptarlo no significa que debamos animar a que se siga haciendo.

En resumen, debemos, por lo menos, dejar de retroalimentar un sistema vicioso desde el departamento de orientación, y empujar únicamente para crear mejoras en ese sistema. En la próxima entrega hablaré de ejemplos concretos.

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