¿Y ahora qué?

Por Daniel Seijo

«Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los designios.»
Diego de Saavedra Fajardo

«Dos extremos, entrambos reprehensibles, noto en nuestros españoles en orden a las cosas nacionales. Unos las engrandecen hasta el cielo; otros las abaten hasta el abismo.»
Benito Jerónimo Feijoo

Pudo caer Mariano Rajoy del mismo modo que siglos atrás abandonó su trono el César Constantino XI, víctima de falsas promesas que nunca podrían llegar a cumplirse y fuertemente azuzado por la prolongada decadencia cultural de la política española y la descarada corrupción interna de su cohorte. Pero el de Pontevedra no ha nacido para la gloria. El líder del principal partido del conservadurismo español decidió esquivar sus obligaciones y no acudir a la ceremonia del día que marcaría su destino, Rajoy no comulgó con sus culpas a la hora de perderse en el fragor de la batalla, sino que fiel al legado de su gobierno, decidió abandonar la lupa inquisidora de los focos para refugiarse con su equipo de confianza en el reservado de un restaurante cercano a la Puerta de Alcalá, curiosamente el primer Arco del Triunfo levantado en Europa desde la caída del Imperio Romano.

Pocos podrían haber imaginado un desenlace semejante cuando apenas semanas antes y apoyados por una representación de la derecha parlamentaria –UPN, Foro, Ciudadanos, Coalición Canaria, Nueva Canarias y PNV– los populares conseguían aprobar finalmente el proyecto de Ley de los Presupuestos Generales del Estado de 2018, que en apariencia  iba a garantizar la viabilidad de la legislatura hasta 2020. En aquel instante el sol parecía todavía brillar sobre un Imperio en el que los carguchos políticos de plena confianza del gobierno continuaban impasibles su cruzada moral contra los enemigos de España, aquellos que al único parecer de la bancada conservadora no merecían ostentar el cargo de buenos hombres. La estoica e insolente resistencia entre las filas populares comenzó a mostrar grietas de forma visible únicamente ante los malos presagios fruto de un tiempo judicial ya indilatable. En apenas nueve días, la seguridad y prepotencia de estado del ejecutivo de Mariano Rajoy comenzó a decaer irremediablemente fruto de los viejos fantasmas heredados del gobierno de José María Aznar y el inapelable baño de realidad tras la sentencia de la Gürtel.

EL VEREDICTO FINAL
Tras numerosas interferencias en el devenir de los tribunales y un discurso de defensa diseñado y cimentado exclusivamente en la posverdad, la sentencia de la Audiencia Nacional dando por acreditada la existencia de una caja B en el  Partido Popular, destinada a intercambiar donaciones de empresarios por «favores» políticos, suponía una grieta en la muralla conservadora de la que difícilmente podría recuperarse el gobierno de Mariano Rajoy. Pronto la puerta de la Gürtel pasó a suponer una brecha política insalvable para el Partido Popular, condenado en este juicio en concepto de responsable civil a título lucrativo y claramente señalado con abundantes referencias a su financiación irregular. Ya no se trataba tan solo de manzanas podridas, sino de una estructura financiera y contable paralela a la oficial, existente al menos desde el año 1989.

Sin la ayuda de los soldados de Génova que siempre habían corrido detrás de su líder, el esfuerzo de defensa resultaba absolutamente agotador. En un último esfuerzo por parte del Partido Popular, Ana Pastor decidió acortar las fechas del debate de la moción de censura, intentando desesperadamente de ese modo evitar una posible reorganización de las fuerzas rivales. Pero esa decisión incluso profundizó en la decadencia conservadora, la premura en los tiempos logró evitar la búsqueda de prebendas diplomáticas por parte de los independentistas catalanes, al tiempo que apresuraba la toma de postura de un PNV temeroso ante las posibles consecuencias electorales de un apoyo parlamentario directo al Partido Popular, principal objetivo en la diana de los pensionistas vascos. En un giro inesperado de los acontecimientos, la moción de censura parecía salir adelante.

Son malos tiempos para el alarmismo, para quienes lanzamos un aviso desesperado anunciando que el verdadero poder político y económico seguirá en las mismas manos de siempre con el gobierno de Pedro Sánchez

Los defensores parecían ser cada vez menos y el gobierno del Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, se preparaba para ceder un poder hasta entonces únicamente sustentado en las evidentes discrepancias en el seno de una oposición política, que ante el evidente descalabro judicial se unificaba para asaltar las murallas del gobierno. La puesta en marcha de la moción de censura del PSOE daba inicio al asalto, al tiempo que las fuerzas del PP combatían de forma claramente desordenada. Con Mariano Rajoy alejado incluso de las pantallas de plasma y un gobierno en manos de un Rafa Hernando
hooliganizado
, el desenlace parecía obvio: Constantinopla había caído.

UNA MOCIÓN PARA RETRATARLOS A TODOS
Finalmente Pedro Sánchez accede de este modo a la presidencia del gobierno de España tras una moción de censura que ha obligado a todos los partidos políticos del arco parlamentario a retratarse de una u otra forma ante los españoles. Fruto de un largo periplo en el que ha tenido que hacer frente a los poderes territoriales de su formación, el líder de los socialistas españoles ha logrado finalmente hacer efectiva una suma alternativa al gobierno de Mariano Rajoy. Esquivando el tortuoso eje de coordenadas impuesto durante el Procés catalán y renunciando de manera momentánea al acercamiento a Ciudadanos, tan requerido desde los sectores más conservadores de su propio partido, Sánchez ha hecho gala del oportunismo político como arma parlamentaria con el objetivo de aunar un gobierno en minoría perfilado en el unísono rechazo a Mariano Rajoy.

Con el senado en contra y apenas 84 diputados en sus filas, el Ejecutivo Socialista parece prepararse para una serie de consensos que le permitan hacer uso de los 180 escaños que le han llevado a Moncloa –Unidos Podemos, PNV, ERC, PDeCat, Compromís, Nueva Canarias y Bildu– con el objetivo inmediato de evitar en la medida de lo posible las zancadillas parlamentarias de una oposición por parte de Ciudadanos y Partido Popular que a todas luces se perfilará como ciertamente agresiva. La remodelación de RTVE, la derogación de gran parte de la Ley Mordaza o la recuperación de la Ley de Memoria Histórica, parecen dibujar los grandes ejes sobre los que el futuro gobierno de Pedro Sánchez buscará un consenso que logre engrasar las negociaciones de cara a reformas de mayor calado económico e institucional.

La crisis política en Cataluña, la reforma laboral, la precariedad en el empleo, la reducción del déficit público, la desigualdad creciente, la reforma de las pensiones, la lucha contra la corrupción, la reestructuración de la carga impositiva, la reforma del código penal o la búsqueda de una salida digna para Bankia, supondrán sin duda tortuosos escollos políticos para un gobierno que deberá encontrar alternativas alejadas del decreto-ley con el que el Partido Popular se acostumbró a desatascar las situaciones más delicadas durante su legislatura. Enfrentado a una carrera desatada por la oposición más dura todavía entre PP y Ciudadanos y en un frágil equilibrio entre los partidos catalanistas y Unidos Podemos, el proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado de 2018 pasa por indicarnos claramente un indicio de lo que se puede esperar del resto de legislatura –mayor o menor– para Pedro Sánchez. De momento Unidos Podemos, Ciudadanos e incluso el propio Partido Popular, parecen dispuestos a entorpecer unos presupuestos que Sánchez se encuentra únicamente com herencia recibida.

Ya no se trataba tan solo de manzanas podridas, sino de una estructura financiera y contable paralela a la oficial, existente al menos desde el año 1989

En el caso del Partido Popular debemos intentar comprender / adivinar su oposición bajo el prisma de un partido político tradicional que por primera vez en su dilatada trayectoria se ve obligado a dejar el gobierno sin la seguridad que supone saberse líder absoluto de la derecha parlamentaria española. La espera, una de las grandes fortalezas de Mariano Rajoy, ha supuesto en esta ocasión su principal debilidad. La enrocada negativa a dimitir o gestionar en última instancia la caída de su gobierno ha dejado en los últimos días de legislatura al Partido Popular en una extraña deriva parlamentaria agudizada entre lagrimas y temores –judiciales y profesionales– por una serie de sucesiones y relevos políticos a la baja. La oposición del Partido Popular cohabitará hasta nuevo aviso con una seria amenaza de guerra abierta por el poder, librada en torno a un particular juego de tronos que a falta de un proyecto político claro, puede transformar de nuevo las filtraciones en las particulares primarias de Génova.

CIUDADANOS, ENTRE ETA Y ESPAÑA.

Tras la moción de censura y la llegada al poder de Pedro Sánchez, los de Albert Rivera se despiertan hoy con los pies sobre un particular castillo de arena cimentado sobre las migajas de la demoscopia y los vacilantes apoyos del poder económico. La opción naranja parece cotizar por primera vez en meses a la baja arrastrada por las notables salidas de tono en las redes sociales del máximo activo del partido, la máscara democrática y tolerante amenaza con desmontarse definitivamente.

EL SEÑOR GUAPO, ¿Y EN EL FUTURO QUÉ?

La caída de Mariano Rajoy a través de una moción de censura ha causado una gran conmoción en la política española y por ello hoy corremos el riesgo de pensar que esto supone el principio del fin del régimen del 78.  Pero en realidad nada cambia. El sistema sigue siendo el mismo, las empresas corruptas son las mismas, los medios de comunicación serviciales con el poder son los mismos, las condiciones de explotación laboral seguirán siendo con toda probabilidad las mismas y los políticos corruptos brindarán en cuanto la novedad termine.

Rajoy era un peón sacrificable, un movimiento en falso necesario para quienes hoy siguen muy por delante en esta partida. No hay nada que celebrar, no hemos tomado el palacio de invierno, ni tampoco hemos estructurado una alternativa política izquierdista al estilo portugués. Del mismo modo que en España esperamos la muerte del dictador mientras nuestros vecinos expulsaban desde las calles a Salazar, hoy hemos vuelto a dejarlo todo en manos del tiempo, al alcance de los grandes poderes que organizan una vez más nuestro futuro. Incluso en un alarde de cinismo, El País parece haberse reconciliado de la mano de sus inversores con Pedro Sánchez. Parece ser que tras su sostén en solitario al Partido Popular, Ciudadanos no resulta en estos momentos la mejor opción para un medio supuestamente progresista. Son tiempos para el lavado de cara, incluso entre viejos enemigos.

Con la llegada de la esperanza, son malos tiempos para el alarmismo, para quienes lanzamos un aviso desesperado anunciando que el verdadero poder político y económico seguirán en las mismas manos de siempre con el gobierno de Pedro Sánchez. Hoy muchos españoles que ven como quizás se afloja una soga que los mantenía al borde del precipicio no quieren más pesimismo. No queremos resistir, ni pelear como la Grecia de Yanis Varoufakis o la Venezuela bolivariana, nosotros queremos el OXI de Tsipras, la docilidad de Colombia y el socialismo de cartón piedra de Zapatero. Por ello, pese a los numerosos antecedentes, nos ilusionamos una vez más con el PSOE, olvidamos el bipartidismo y confiamos en un gobierno de mínimos. Sabemos que resulta duro resistirse al sistema, mantenerse vigilantes en las calles, por ello la salida volverán a ser ciertos derechos civiles, cierta cultura progresista y una lucha cínica contra la precariedad, los desahucios, las privatizaciones y una inminente debacle de la economía mundial fruto del fin de la política de Expansión Monetaria. Después de todo, no existe espacio para la ruptura en la continuidad política. Y nosotros, como sociedad, hace mucho tiempo que elegimos la continuidad.

 

 

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