Artículo de Daniel Seijo | Ilustración de ElKoko
«Neo – ¿Porqué me duelen los ojos?
Morfeo – Jamás los habías usado…»
Matrix, Lana y Lilly Wachowski
«El periodismo es libre o es una farsa.»
Rodolfo Walsh
Hubo un tiempo en el que los jóvenes aspirantes a periodistas soñábamos con trabajar en El País, en el que el buen periodismo destilaba por cada uno de los poros de su redacción hasta impregnarse en unas páginas que los lectores consumíamos conscientes del privilegio -pese a suponerse un derecho- de quienes logran acceder al buen periodismo dentro de sus propias fronteras. Un tiempo por desgracia ya pasado, troceado y subastado en una desesperada dinámica capitalista que ha terminado por domesticar y enjaular el espíritu crítico de una publicación con cuarenta años de vida.
Hoy El País evoca en el lector una mezcla de nostalgia y familiaridad, un sentimiento rápidamente emponzoñado por sus «puntuales» manipulaciones y una línea editorial con demasiadas concesiones para el sensacionalismo o la mera propaganda partidista. No son buenos tiempos para el periodismo, hace tiempo que la profesión atraviesa una larga travesía por el desierto en búsqueda de un espacio, que tras las revoluciones tecnológicas logre volver a despertar el interés de los lectores. Precisamente, el mayor peligro para la profesión se encuentra en las tentaciones que pueden surgir durante esa larga travesía. En un contexto de continua perdida de lectores en todos sus soportes y con un plan de bajas empeñado en desprenderse -entre tantos otros- de sus valores más preciados, la estrategia del diario dirigido por Antonio Caño ha sido la de la mercantilización de la profesión y la precarización de sus profesionales. Una línea de actuación que inevitablemente ha afectado de manera trágica a la calidad de los contenidos que el medio puede ofrecer a sus lectores, la causalidad inevitablemente hizo el resto. La antaño joya del periodismo español ha terminado por convertirse en lo que es hoy: Un medio generalista más, una ruinosa atalaya desde la que viejos señores feudales de la palabra se resisten a ver morir su legado por oscuros que sean los pactos que tengan que alcanzar para ello.
El aparente acoso informativo que los periodistas de RT están sufriendo a manos de compañeros del diario El País como David Alandete, responde directamente a la nueva lógica de mercado que impera en diarios generalistas controlados en mayor o menor medida -nos guste más o menos eso adquieren los accionistas- por diferentes empresas privadas, bancos e incluso fondos buitre. El revival de la rusofobia en nuestro país ocupa hoy las páginas del diario del grupo Prisa -pese a los desmentidos del propio CNI y al más absoluto ridículo internacional- simplemente porque una vez más resultaba necesario desviar la atención de nuestras propias fronteras, un cometido para el que el Venezuela o Irán comienzan a no ser suficientes. El propio subdirector de El País, ha parecido estar siempre dispuesto a sacar tiempo de su apretada agenda para publicar decenas de artículos destinados a criminalizar al gobierno ruso, llegando incluso a desprestigiar el trabajo de sus compañeros en diferentes medios siempre que lo considerase necesario para conseguir su propósito. Cuando hablamos de los ataques que se lanzan desde El País contra Rusia, no hablamos en ningún caso de una información contrastada que bebe de diversas fuentes, sino que como ya ha demostrado en numerosas ocasiones la periodista Inna Afinogenova, se trata simplemente de una burda campaña política en la que un medio citando únicamente a un periodista de ese mismo medio, busca extender entre la población la falsa creencia en la existencia de una mano negra extranjera que explique gran parte de las miserias que asolan a España. Una vieja táctica política que en nuestro país ha degenerado en una orgía desinformativa con delirantes declaraciones de un gobierno mediocre y numerosos titulares paranoicos fruto de un desdibujado periodismo que se empeñan en profundizar en su propia ficción.
Pese a los sólidos y transparentes estatutos con El País dice contar, como lector uno no puede evitar preguntarse acerca de las obvias diferencias en el trato que dicho medio está dando a una información cuanto menos dudosa, en comparación con el trato recibido por las fehacientes injerencias del gobierno estadounidense en la política europea. Tras esas preguntas se esconde la realidad de un medio que dista mucho de ser libre, un estilo periodístico encuadrado a menudo en la categoría de ficción.
Tan solo en un país como España, en el que su presidente del gobierno -a instancias de la ministra de Defensa- es capaz de plantear una reunión con el primer ministro de Letonia, fruto de una surrealista broma telefónica, uno no puede arriesgarse a garantizar una corta vida a un medio que ha llegado a ser una simple sombra de sí mismo. Después de todo, desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta.
En Nueva Revolución les ofrecemos grandes dosis de píldoras rojas, acompáñennos a las profundidades.
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