Valentín González, la otra transición

«El orden público fue un factor determinante de la Transición. Sirvió para frenar a la izquierda, que entró en el juego y renunció a las calles, donde se producían las reivindicaciones más fuertes. El cambio del franquismo a la democracia debía hacerse con el menor coste político y económico»

Por Angelo Nero

Valentín González Ramírez, estaba a una semana de cumplir los 21 años, la mayoría de edad entonces, cuando, un 25 de junio de 1979, un policía nacional, una de esas bestias uniformadas de gris, que formaban las fuerzas de choque del régimen, le disparó a bocajarro un pelotazo de goma, en el transcurso de una manifestación pacífica -una de las primeras legales en el lento y accidentado camino hacia algo a lo que llamar democracia-, durante una huelga de los trabajadores de carga y descarga del Mercado de Abastos de Valencia. Valentín estaba afiliado al Sindicato de Transportes de la CNT, y como trabajador de la colla, había secundado, junto a su padre, la huelga motivada por los salarios adeudados por parte de los asentadores del mercado, por trabajos ya realizados. Junto con otros 500 trabajadores formaron un piquete en la entrada del mercado, para impedir la descarga de los camiones, logrando la solidaridad de los camioneros, pero todo cambió cuando llegaron doce furgonas de la policía nacional.

En un primer momento, un teniente de los grises pidió la documentación que acreditaba la legalidad de la movilización, pero después de una llamada por radio, ordenó cargar contra los trabajadores, que se refugiaron en una caseta que la colla tenía en el mercado. Con botes de humo y pelotas de goma los obligaron a desalojar, empleando con brutalidad sus porras con los que iban saliendo, entre ellos el padre de Valentín, que fue golpeado con dureza. “Ya está bien de pegar a mi padre”, gritó el joven anarquista, e intentó auxiliarlo, pero en ese mismo momento un policía nacional lo encañonó, a un metro de distancia y le disparó al pecho una pelota de goma. El impacto le reventó la vena aorta. Desplomado, en el suelo, con un hilo de vida, todavía fue golpeado por uno de esos grises, hasta que un sargento se dio cuenta de que lo habían matado y ordenó que detuvieran la paliza.

Son muchas las dudas sin resolver, más de 40 años después sobre el asesinato de Valentín, como quien dio la orden de cargar, aunque la sospecha se cierne sobre José María Fernández del Río, de la UCD, entonces gobernador civil de Valencia, un arquitecto leonés que llevaba poco menos de dos meses en el cargo, en el que permanecería hasta finales de 1982, involucrado en la oscura trama del golpe de estado del 23-F, durante el cual declaró el estado de sitio en la ciudad de Valencia. En 2014 también se desvelaría su implicación en el escándalo de la concesión de las tarjetas black de Caja Madrid. En entonces gobernador civil afirmó que ese día, casualmente, se encontraba fuera de Valencia.

Esa era la primera huelga en la que participaba Valentín, y también fue la última. Salió de casa nervioso, pero decidido, después de que su padre lo intentase convencer de que se quedara, y de despedirse de su madre con una broma, «Dame un beso por si es el último», que resultó premonitoria. Sus compañeros lo trasladaron al hospital provincial en el coche de uno de los huelguistas, pero nada pudieron hacer por salvarle la vida, allí certificaron su muerte, y tras la autopsia señalaron como causa “parada cardíaca.”Hasta los médicos forenses tenían miedo a señalar más allá en sus informes. Valentín estaba muerto, pero el franquismo seguía vivo. Fue otra víctima de la Transición Sangrienta, tal como la bautizó Mariano Sánchez Soler, uno de los que más ha investigado la represión en este periodo: «El orden público fue un factor determinante de la Transición. Sirvió para frenar a la izquierda, que entró en el juego y renunció a las calles, donde se producían las reivindicaciones más fuertes. El cambio del franquismo a la democracia debía hacerse con el menor coste político y económico».

Sus compañeros de la colla dibujaron una silueta con tiza en el lugar donde Valentín fue asesinado, hicieron un círculo con las carretillas que utilizaban en su trabajo, e hicieron una vigilia en señal de duelo. Inmediatamente se hizo un llamamiento a la Huelga General en Valencia, que dos días después de aquel crimen paralizó totalmente la ciudad y sacó a las calles al pueblo, en la mayor manifestación que hubo en mucho tiempo en la capital valenciana. Mientras en la prensa oficial, Levante y Las Provincias, mantenían la versión oficial, hablando de enfrentamientos con la policía, y de fatal accidente, 400.000 personas recorrían los diez kilómetros que separaban el hospital del cementerio, acompañando a la familia, y deteniéndose la comitiva en el Mercado de Abastos, donde Valentín se ganaba la vida, y donde la perdió. Tras el coche fúnebre una pancarta: «Exigimos Justicia. Valentín, no te olvidamos». En varias ciudades hubo manifestaciones de protesta por la muerte del joven libertario, algunas duramente reprimidas, como la de Murcia, donde fueron detenidas veinte personas.

El asesinato de Valentín González, como tantos otros cometidos por las fuerzas de seguridad del estado y los grupos parapoliciales del fascismo, quedó impune. El juicio fue una farsa, que demostró que las estructuras del franquismo seguían intactas. Tal como lo relató su hermana Paqui, a una entrevista realizada por la publicación Rojo y Negro: «Creo que aún no había pasado un año del asesinato cuando se celebró. Un domingo por la noche, a última hora llamó a mi padre Manuel del Hierro, el abogado, y dijo que al día siguiente a primera hora se iba a celebrar el juicio. Mi padre dijo que iba y le contestó que no le dejarían entrar, porque era a puerta cerrada y sólo para los interesados. Mi padre fue y desde luego no le dejaron entrar, se ve que no era parte interesada… Ellos se lo guisaron y ellos se lo comieron. Luego nos llamó el abogado diciéndonos que habíamos ganado: le daban a mis padres 1 millón de pesetas y al policía lo destinaban a Euskadi. Eso habíamos ganado. Y al poco tiempo la ETA mató al policía, o eso se dijo. Supongo que sabría lo que había hecho o fue casualidad, no lo sé.»

Ningún mando policial asumió la orden de cargar contra la manifestación de los trabajadores de la colla en el Mercado de Abastos de Valencia, ningún político de los que estaban al frente del gobierno dimitió, y, por supuesto, ningún policía pagó por el asesinato de Valentín. Jesús Herraiz Requena, el policía nacional autor del disparo que acabó con su vida, fue condenado como “autor de una falta de imprudencia simple, con resultado de muerte, a la pena de multa de dos mil pesetas”.

Jesús Herraiz había declarado en el juicio que “le agarraron por la culata el arma o al menos se la empujaron hacia atrás, produciéndose entonces el disparo sin que en ello hubiera voluntad por parte del declarante, puesto a quien le dio el pelotazo no lo había visto, puesto que entre el que declara y el lesionado había un grupo de policías y de manifestantes.” Esa fue la versión oficial a la que se agarraron los jueces Jose María Andrés Bonet, Fernando Palop Fillol y Julio Gallardo Lamasdi para dictar sentencia y cerrar el caso.

“La transición española es un suceso histórico que va más allá de la versión oficialista, aquella que solo habla de pro hombres de estado, en la corte del Borbón Juan Carlos I. La transición fue un proceso que afectó a millones de personas y cuyas consecuencias hoy siguen formando parte del llamado reino de España. Para muchas de estas personas la transición fue, y sigue siendo, un tiempo amargo, pero también de silencios que hay que gritar, y de vivencias que hay que compartir. Porque la transición española tiene muchas vivencias y muchas realidades. Realidades y vivencias como la de la familia de Valentín González Ramírez.” Así comienza el documental producido por la CGT y realizado por José Asensio, “Valentín, la otra transición”.

El documental no solo hace un recorrido completo por las circunstancias que rodean al asesinato de Valentín González, con entrevistas a su padre y a su hermana, si no que también hacen un recorrido por el papel del sindicalismo anarquista en la transición, que fue objeto de complots como el del Caso Scala, por su oposición a los Pactos de la Moncloa y al modelo sindical que terminaría por imponerse hasta nuestros días, lo que lo convierte en un importante documento de debate no solo sobre el mito de la transición, si no de las consecuencias que tuvo para el movimiento obrero.

Preguntada Paqui González sobre las enseñanzas colectivas que se pudieron extraer de la muerte de su hermano, sentenció: “Aprendimos todos, de entrada, que no había tanta libertad como se nos decía. Ni tantos derechos con la llegada de la democracia. Estábamos vigilados, controlados, reprimidos… Hubo gente que a lo mejor, con la muerte de mi hermano, se dio cuenta de la realidad y dejó de participar en otras huelgas y manifestaciones.”

 

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