Sobre vacunas y campañas magufas

Por Ana Barba

Cualquiera que frecuente las redes sociales habrá recibido en más de una ocasión noticias alarmantes o post incendiarios contra las vacunas. Corren como la pólvora, fomentando el aumento de casos de niños nunca vacunados por decisión de sus padres. Puede decirse que hay una «corriente» anti vacunas que crece sin que sus adeptos reflexionen mínimamente sobre las graves consecuencias de esa postura indiscriminada.

Como contrapartida, cada vez se conocen más casos de niños que sufren enfermedades víricas que parecían erradicadas debido a que no han sido vacunados, con grave riesgo para los recién nacidos que aún no han podido ser vacunados; incluso aumentan los casos de muertes infantiles por difteria, tosferina o sarampión. Sí, muertes, en nuestro mundo occidental del siglo XXI.

Quienes auguran peligros para los niños vacunados lo hacen sólo amparados por teorías no demostradas y por la aparición de un escasísimo porcentaje de efectos secundarios graves en niños vacunados.

Tenemos, por un lado, gran número de grupos e indivíduos que cuestionan la seguridad de las vacunas y por otro lado a quienes alertan sobre los peligros de no vacunar a los menores. Pero se trata de una falsa dicotomía, ya que quienes auguran peligros para los niños vacunados lo hacen sólo amparados por teorías no demostradas y por la aparición de un escasísimo porcentaje de efectos secundarios graves en niños vacunados, mientras que la utilización generalizada de vacunas desde el siglo XVIII ha salvado tal cantidad de vidas que sería difícil hacer el estudio estadístico, avalado su uso por pruebas científicas y por la demostración irrefutable de su utilidad a lo largo de los siglos.

Pero este es un falso dilema que se da sólo en el mundo occidental, donde se puede uno permitir el lujo de no vacunar a su hijo porque los demás sí están vacunados.

En el mundo de los desheredados, ese que carece de la posibilidad de elegir, mueren cada año un millón y medio de niños que no han sido vacunados, víctimas de esas enfermedades que en el mundo rico habíamos erradicado gracias a las vacunas (baste como ejemplo esta noticia sobre una epidemia de difteria https://contrainformacion.es/los-refugiados-rohingya-estan-siendo-golpeados-la-difteria/ ). Y digo habíamos erradicado porque las enfermedades más peligrosas han vuelto a aparecer y la situación es tanto más preocupante cuanto mayor sea el número de no vacunados. Otro factor relevante es la lentitud de protocolos actualizados para detectar y tratar estas infecciones, pues eran hasta hace poco enfermedades del pasado y nadie las esperaba de vuelta en su consulta de atención primaria.

¿Qué haremos si se declaran epidemias de difteria, poliomielitis o tifus y las muertes entre niños y adultos se tuvieran que contar por cientos, por miles?

Imaginemos un mundo donde la población no vacunada sea cada vez mayor, donde las palabras viruela, tétanos o cólera nos causen pavor con sólo escucharlas. ¿Qué harán entonces los movimientos anti vacunas? ¿Se atrincherarán en burbujas aisladas? Puede que la varicela, la rubeola, el sarampión o la parotiditis nos parezcan enfermedades menores, muchos las hemos sufrido sin graves consecuencias, pero, ¿qué haremos si se declaran epidemias de difteria, poliomielitis o tifus y las muertes entre niños y adultos se tuvieran que contar por cientos, por miles? Parece sensato analizar el problema, ¿verdad?

Para empezar hay que hacer una serie de reflexiones sobre ciertas premisas:

.- La industria farmacéutica se ha ganado a pulso su mala fama, lo que podría causar ciertos recelos hacia sus carísimas novedades, tanto en vacunación como en otros grupos terapéuticos. Esto ya lo expliqué detenidamente en un post anterior ( https://anabarba.wordpress.com/2016/03/19/industria-y-sector-farmaceuticos-situacion-en-espana/ ).

.- Los pecados del actual sector, financiarizado y plegado a las «leyes del mercado» nada tienen que ver con los logros de abnegados investigadores de los siglos pasados, verdaderos benefactores de la humanidad al haber desarrollado las vacunas contra las enfermedades mortales a las que ya hice referencia (viruela, peste, cólera, tifus, difteria, fiebre amarilla, poliomielitis, rubeola, sarampión, parotiditis o varicela).

.- En temas de salud es mejor regirse por criterios científicos y no ideológicos, aunque a todos nos apetecería darle un tremendo zasca a esa industria insensible que sólo se rige por el beneficio empresarial. Olvidemos los argumentos que sólo hablan en términos subjetivos y no evaluables y centremos nuestro criterio en datos contrastados, preferentemente datos anteriores a la década de 1980, que no tendrán contaminaciones espúreas. Averigüemos qué mortalidad había antes de extenderse el uso de cada vacuna y las estadísticas posteriores a su uso. Sólo entonces podremos elegir libremente y con pleno criterio.

.- Por otra parte, distingamos entre las vacunas «de diseño», con obsolescencia programada y cuestionables en su relación coste/beneficio, y las vacunas esenciales, que son las desarrolladas antes del gran cambio que sufrió la economía mundial con la llegada del neo liberalismo. Además de necesarias, estas vacunas tienen un precio muy bajo.

No volvamos al siglo XVII, por la salud de todas.

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