Por Ricard Jiménez
«Más de 2,7 millones de personas murieron en 2020 en el mundo por accidentes y enfermedades laborales, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)».
«Las muertes por accidente laboral crecieron en el 2020 en España pese a la pandemia, con 780 fallecidos».
«La economía informal emplea más de 60 por ciento de la población activa en el mundo».
Esto no son más que tres titulares de los tantísimos que se podrían extraer de un contexto parejo, del ámbito laboral, pero que, sin embargo, no es tema en boga en las tertulias de debate. Al fin y al cabo, la comunicación está conformada por grandes grupos mediáticos que residen en el fundamento empresarial capitalista: hacer caja.
Eduardo Inda, uno de estos siniestros personajes que pululan cargados de opinión sobre cualquier tema concreto y abstracto, hace un tiempo daba la clave en lo referente a lo informativo – en los tiempos de la posverdad – al afirmar que la relevancia reside en «atacar a los sentimientos del receptor». Una vez ahí, instaurado en lo más libidinoso y pasional de la psique humana «se pueden colar no una, sino miles de mentiras» o, por consiguiente, se puede cualquier relato que, repetido una vez tras otra, permeará en la conciencia colectiva.
Frente a esto surge un tema complejo y es que para hablar de la miseria, en este caso de la clase trabajadora, al ser un tema constitutivo y estructural de las mismas bases de la sociedad capitalista se convierte en la norma, lo común, aquello que no exalta, aquello que no sorprende, a menos que lo interpele a sí mismo.
Por otro lado, las noticias de este carácter que suelen tener cierta repercusión – tampoco mucha seamos claros – son aquellas que escapan de dicha normatividad que, particularmente también son aquellas que son más fácil de justificar.
Algo similar encontraba el periodista argentino Martín Caparrós al tratar el tema del hambre: «la hambruna es más fácil de justificar que el hambre: la furia de la naturaleza, la crueldad de un tirano, desastres de una guerra. En cambio la malnutrición es pura burocracia, banalidad del mal. Y es enorme mayoría».
Salvando las distancias – sin ninguna duda – en cuanto al trabajo, a nivel global encontramos una tendencia similar: las muertes fortuitas por causas X, la crueldad de un empresario determinado, los desastres de una pandemia. En cambio la situación de la clase trabajadora es pura burocracia, banalidad del mal. Y es enorme mayoría. Es cuestión sistémica. De un sistema que nació herido de muerte, se constata estadísticamente y va siendo el momento de poner los puntos sobre las ‘íes’.
Datos sobre la mesa, las constantes luchas entre los grandes poderes empresariales, el desarrollo industrial desbocado y las necesidades de mercado conllevan un aumento de productividad anual a pesar – o en correlación – de que la tasa de beneficio de las principales economías capitalistas no deje de reducirse a largo plazo.
La justificación sobre esta cuestión radica por parte de los economistas acérrimos al capital imperante, principalmente en la globalización y la externalización de empresas. Un ejemplo claro es España, donde actualmente un 69’3% de los trabajadores ocupan puestos laborales del sector servicios, mientras a pasos agigantados se cierran empresas y el sector industrial ya, tan solo, significa el 12’4%, la agricultura un 4’3% y la construcción un 6’2%.
No quisiera hacer en este punto una alegoría obrerista y por el regreso de las cadenas fordistas, sino poner el foco en sí realmente esta excusa economicista es verificable.
El economista Michael Roberts en 2012 y 2015 se propuso calcular y compilar una ‘tasa de ganancia mundial’. A través de diversas fuentes analizadas, Roberts, encontró que “se confirma que la tasa de ganancia mundial ha sufrido un declive secular en el período de postguerra”, pero que “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx, no implica que la tasa de ganancia tiene que caer en una línea recta a través del tiempo. Los factores opuestos que entran en juego durante un periodo de tiempo puede superar la tendencia”.
Esto explica que «los resultados muestran que este fue el caso entre mediados de los años 1970 o antes, hasta finales de 1990 o comienzos del 2000 (dependiendo de la forma de cálculo). Hubo un periodo neoliberal de recuperación de la rentabilidad, pero llegó a su fin mucho antes de la Gran Recesión. La rentabilidad mundial caía ya la primera mitad de la década del 2000 en la mayoría de los cálculos».
Es bien cierto que, para poder tener conclusiones más exactas – invito en este punto a abordar la obra de Roberts – aún se necesita más análisis empírico, pero tangiblemente no puede afirmarse que más allá de un PIB, que es una categorización mecanicista de una sociedad, haya reportado un beneficio equitativo en detrimento del de otros.
De este modo, en ningún caso, podría aludirse a cuestiones pormenores en términos económicos y burocráticos que se desarrollen de forma ineficiente para estallar y mantener a la prole pendiendo de un hilo, sino que, frente a los hipócritas relatos de las burbujas crediticias – que existen, pero no son más que consecuentes de la pérdida de la tasa de beneficio productivo, retomar conciencia de clase, de talante internacionalista para una mayor comprensión mundana.
No quisiera dejar este esbozo en esquejes alfanuméricos que tratan de representar a la humanidad, parece frívolo, así que para terminar quisiera volver al ámbito comunicativo, donde los problemas de clase que, además de como comentaba antes, a través del puro hecho carnal que levanta ampollas y de neologismos modernos, los problemas de la gran mayoría se encuentran como reductos recónditos en las cuestiones de la beneficencia, que, como decía Caparrós, «recuerda constantemente en manos de quien está el poder».
El poder está en las manos de los mismos. Aquello del «proletarios del mundo uníos» no es ninguna novedad ya, se postuló hace ya mucho y no pierde vigencia, aunque ahora el panorama se encuentre bajo mínimos y roguemos por la tutela de los análogos oligarcas para unos programas de base e insignificantes.
Esto viene siendo la pérdida de horizontes, que por mucho que se ande no se avanza. Esto no trastoca sensibilidades de corta mirada, puesto que el enfoque en la realidad del uno mismo siempre se asemeja a cualquier nimiedad rutinaria del contexto social que permea la consciencia, que de forma inconsciente se impermeabiliza de aquello que no tiene porque ser determinado por órden cronológico y siguiendo leyes presuntamente naturales. Por eso, de nuevo, unidad o barbarie.
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