Aunque está en tu biblioteca hace años, ese ejemplar de El capital tiene el lomo llamativamente nuevo y liso. Es momento de desempolvarlo.
Por Michael Lazarus / Jacobin América Latina
A veces la mera insinuación del espectro de Marx basta para que los medios escriban miles de titulares. Más allá de lo que pensemos de su música, todos nos asombramos cuando Grimes cortó con Elon Musk y posó con una copia de El manifiesto del Partido Comunista. Con esa escena la cantante movilizó implícitamente el poder simbólico del manifiesto contra su exnovio, una de las mejores personificaciones del capital del siglo veintiuno.
Ahora bien, una cosa es usar el panfleto revolucionario de Marx y Engels como arma en una guerra farandulera entre mega ricos. Otra muy distinta es leer a Marx y usar su pensamiento para criticar y cambiar este mundo. Esta tarea es cada vez más urgente —la desigualdad y la lucha de clases recrudecen con cada día que pasa— y hace muchas décadas que el pensamiento de Marx no recibía tanta atención. No obstante, tanto los que se inclinan a la izquierda por primera vez como los más experimentados tienen dificultades para embeberse en los escritos de Marx. No ayuda que el barbudo haya escrito tanto (y la cantidad es más llamativa cuando consideramos que murió relativamente joven, a los 64 años). La versión en inglés de la obra reunida de Marx y Engels tiene casi cincuenta tomos, y no es la obra completa.
Sin embargo, leer a Marx es un placer. Su crítica del capitalismo es insuperable. Su pensamiento se ocupa directamente de la libertad humana y sus escritos abarcan mucho más que la explotación económica del capitalismo: desafían todas las formas de dominación social. Pero además tenía un estilo genial y combina periodismo político, filosofía, historia y economía política. Su interés en la literatura, la lingüística, la ciencia, las matemáticas y la antropología alimentó sus grandes ideas y enriqueció su escritura. Aunque existen muchas formas de leer a Marx, siempre es útil contar con una perspectiva general de sus textos fundamentales y del contexto intelectual, histórico y político en el que fueron escritos.
Escritos políticos
Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, muchos obreros alemanes pidieron ser enterrados con una copia de El manifiesto del Partido Comunista. Este compromiso muestra la importancia fundamental que tuvo ese texto en el movimiento obrero de principios del siglo veinte. Tal vez es suficiente para decir que ese panfleto, publicado por primera vez en 1848, es el mejor punto de partida para los lectores que quieren iniciarse en la lectura de Marx. Es uno de los textos más famosos y potentes que se haya escrito.
Tomando como base una serie de borradores reunidos por Friedrich Engels, su amigo y fiel colaborador de toda la vida, Marx redactó el texto en cuestión de semanas. Estaba destinado a ser una declaración de las perspectivas de la Liga Comunista, un pequeño partido obrero que tenía entre sus miembros a Marx y a Engels. A pesar de su brevedad, el texto tiene muchas capas de sentido. Nos hace sentir la fuerza de las revoluciones que surcaron Europa en 1848 y contiene algunas de las frases más famosas de Marx, como este fragmento del primer capítulo, «Burgueses y proletarios»:
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
Además de denunciar el capitalismo con elocuencia, El manifiesto del Partido Comunista explica algunos de los puntos esenciales de la teoría de Marx, entre los que se cuentan el análisis de la lucha de clases y del cambio histórico y el argumento de que la clase obrera es una organización política. Marx apunta a aprehender el presente político y a explicitar la dinámica social del mundo moderno. Por eso siempre conviene volver a este texto: cada lectura nos revela nuevas capas del pensamiento de Marx.
En 1872, Marx y Engels escribieron un nuevo prefacio donde añadieron un elemento fundamental. Después de haber seguido con atención los acontecimientos de la Comuna de París —revuelta obrera que en 1871 ocupó la capital de París durante casi tres meses— se convencieron de que sería imposible que la clase obrera simplemente tomara el Estado y lo utilizara contra el capitalismo. Siguiendo esa línea, en La guerra civil en Francia, escrito poco tiempo después de la represión de la Comuna, Marx argumentó que solo instituciones creadas y controladas por la clase obrera podrían encarnar una alternativa política democrática al capitalismo.
Empezado en Londres, donde Marx pasó la mayor parte de su exilio, el borrador de La guerra civil en Francia fue concebido en un principio como una declaración pública de la Primera Internacional, red de grupos y sindicatos socialistas de varios países. Su objetivo era inspirar a los socialistas de todo el mundo demostrándoles que las organizaciones obreras podían constituir colectiva y democráticamente su poder político. La guerra civil en Francia es un testimonio de las ideas radicales que tenía Marx sobre la organización democrática y de su concepción de la emancipación social.
Si La guerra civil en Francia estaba dirigido a las masas, la Crítica del Programa de Gotha apuntaba a tomar posición en una polémica que se desarrolló en el interior del movimiento socialista, y especialmente a combatir las perspectivas del entonces naciente Partido Socialdemócrata de Alemania. En ese texto breve, Marx critica con dureza a los socialistas que se consideraban marxistas, pero que no entendían muchos de los aspectos fundamentales de su teoría. En efecto, en la Crítica del Programa de Gotha encontramos una serie de ideas clave que Marx no desarrolla en ninguna otra parte. La más importante refiere a la transición del capitalismo al comunismo. Marx destaca que el socialismo y el comunismo no deben ser concebidos como dos etapas distintas. En cambio, afirma que son «fases» diferentes en el desarrollo de una nueva forma de sociedad poscapitalista.
Esto sirve para comprender el famoso lema con que define el comunismo, «de cada quien según su capacidad, a cada quien según su necesidad». Marx propone una forma de vida que supere el «horizonte limitado del derecho burgués», en la que la producción sea reorganizada en función de decisiones racionales y colectivas. Marx critica toda perspectiva, socialista o de cualquier tipo, que argumente por la igualdad reducida a la redistribución de la riqueza. Argumenta que el comunismo es un sistema radicalmente diferente en el que nuestras necesidades —potencialmente ilimitadas y variables de un individuo a otro— estarán llamadas a ocupar el primer lugar en la agenda. El objetivo del comunismo es garantizar una vida en la que seamos libres de alcanzar nuestro máximo potencial. En ese sentido, la libertad y la democracia exigen una forma de organización social que supere la forma de trabajo capitalista.
El joven Marx
La mayoría de las obras de Marx previas a 1848 tratan sobre filosofía.Durante su juventud, Marx se movió en un medio intelectual definido fundamentalmente por las ideas de G. W. F. Hegel. Es sabido que, después de la muerte del filósofo alemán, sus seguidores se dividieron en dos corrientes que reclamaron su legado. Los «hegelianos de derecha» pregonaban una filosofía religiosa y conservadora y apoyaban el antidemocrático Estado prusiano. Los «hegelianos de izquierda», en cambio, defendían una versión antirreligiosa de la filosofía de Hegel, y estaban a favor de reformas políticas y sociales radicales. Aunque, dada su crítica radical de la religión y de la política, muchas veces se piensa que Marx fue un hegeliano de izquierda, en realidad nunca perteneció a esa corriente. Por supuesto, eso no implica que no haya leído en profundidad la obra de Hegel, filósofo por el que sentía devoción. De hecho, Hegel seguiría siendo la influencia intelectual fundamental de Marx durante el resto de su vida.
Un efecto de esta influencia es que los escritos «tempranos» de Marx, —que abarcan el período 1839-1845— están marcados por la terminología distintiva y difícil de Hegel. Además, en esos textos Marx discute mucho con contemporáneos que hoy están perdidos en las sombras de la historia. Por ese motivo son textos difíciles de estudiar. Sin embargo, esas obras tempranas contienen algunas de las teorías más importantes del marxismo sobre la naturaleza humana, la actividad humana y la alienación del trabajo. Para entrar en estos textos es importante contar con una buena recopilación. – – Y también es útil leer una buena biografía, como Karl Marx y el nacimiento de la sociedad moderna de Michael Heinrich (Akal, 2021).
Tal vez el mejor texto de este período sea La cuestión judía, escrito en 1843. Está entre los escritos más importantes porque articula una crítica de la política moderna que conserva su relevancia hasta el día de hoy. En este breve artículo, Marx analiza una vertiente del liberalismo centrada en los derechos humanos que se había vuelto dominante después de la Revolución francesa de 1789. Argumenta que el enfoque liberal de la ciudadanía política defiende los derechos iguales, pero ignora la desigualdad concreta producida por el mercado moderno. Marx sostiene que existe una dicotomía entre la vida política de los ciudadanos y la vida privada de la economía. Aunque la vida política se presenta como libre, igual y racional, el poder del mercado y de la propiedad privada socava esa realidad entregando el poder del mundo real a los poseedores de capital. Marx sostiene que los derechos políticos son necesarios, pero que su marco de acción debe extenderse hasta alcanzar la universalidad de la libertad humana. Si queremos comprender realmente qué es la libertad, debemos pensar en la emancipación humana.
Una vez establecidas estas ideas, Marx empezó a centrarse cada vez más en comprender la forma en que el capitalismo organiza la producción y el trabajo. Con el fin de entender de dónde viene la riqueza, además de inspirarse en la idea hegeliana de alienación, empezó a leer atentamente a economistas como Adam Smith y David Ricardo. En el curso de sus estudios, Marx escribió cuadernos con los que iba aclarando su pensamiento. Estos cuadernos, redescubiertos en los años 1930, se hicieron conocidos como los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844.
Esos textos contienen la primera gran crítica marxista de la economía política burguesa. Marx intenta comprender la naturaleza de los seres humanos bajo el capitalismo y piensa que es una naturaleza «alienada» y «separada». El capitalismo no solo se apropia del control de la actividad productiva y consciente, sino que también nos niega los frutos de nuestra capacidad de trabajo individual y colectiva. Cuando vendemos nuestro trabajo a un empleador a cambio de salario, perdemos el control de lo que producimos y del contexto inmediato y social en el que trabajamos.
Las Tesis sobre Feuerbach, escritas en 1845, suelen ser concebidas como el límite que pone fin al período de juventud. Este breve texto incluye la ampliamente citada tesis XI: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Es probable que esa sea la frase suelta más famosa de Marx, y capta bien la contradicción entre la teoría y la práctica que Marx intentaba superar. Sin embargo, el sentido de la tesis escapa a muchos de sus intérpretes. Muchos marxistas de mente más bien pragmática piensan que la primera parte de la tesis significa que la filosofía dejó de ser necesaria, y que deberíamos pensar en cambiar las cosas de otra manera. Al mismo tiempo, los lectores más académicos exploran el sentido teórico de la idea marxista de práctica, olvidando que Marx estaba intentando desarrollar una teoría capaz de ayudar al triunfo de la revolución. Pero el punto de Marx es que la teoría y la práctica entablan una relación de necesidad mutua. Sin la teoría, la práctica es ciega, y sin la práctica, la teoría es impotente.
El capital
Empezar a leer El capital, la obra maestra de Marx, puede ser una experiencia desmoralizante, pero el esfuerzo vale la pena. Mientras que Marx escribió El manifiesto del Partido Comunista bastante rápido, la redacción de El capital terminó ocupando casi toda su vida. En un principio planeaba publicar seis tomos, pero cuando empezó a envejecer y su salud desmejoró, revisó el plan y redujo el programa de publicaciones a cuatro tomos. Solo el primero vio la luz antes de que Marx muriera, en 1876. Sin embargo, con todos los borradores y manuscritos que Marx dejó, Engels editó y publicó los otros dos tomos de El capital después de la muerte de su amigo. Los manuscritos que contenían el borrador del cuarto tomo, una historia crítica de la teoría económica, aparecieron después bajo el título Teorías del plusvalor. Lejos de contener todas las respuestas, El capital, como sucede con el marxismo en general, es una teoría inacabada.
A pesar de una reputación inmerecida de libro pesado y opaco sobre economía, la prosa que Marx saca a relucir en El capital (al menos en el Tomo I), y su argumentación, son refinadas y están estructuradas con mucho cuidado. Más importante todavía es que El capital contiene una síntesis de los conceptos necesarios para empezar a comprender el capitalismo como una forma de vida social y un conjunto histórico de relaciones sociales. Aunque estas relaciones sociales estructuran nuestras vidas, no son naturales, sino que son producto de una sistema histórico y económico específico.
En los primeros capítulos de El capital, Marx argumenta que el capitalismo está definido en términos fundamentales por la producción y el intercambio de mercancías. Las mercancías, como explica, tienen un «valor de uso». Eso implica que, para que algo sea una mercancía, debe servirle a alguien para satisfacer una necesidad. Sin embargo, las mercancías no se definen ni adquieren valor exclusivamente en función del uso, sino de la venta en el mercado. Por ejemplo, está claro que una comida cocinada para los amigos satisface una necesidad humana, pero no es una mercancía. En cambio, las mercancías poseen un «valor de cambio» que es lo que determina la denominación de su valor en los precios.
Para entender esto, Marx pregunta por qué la riqueza en el capitalismo toma la forma valor, una relación social expresada como dinero, y cómo se constituye ese valor. Parte de su respuesta es que el capitalismo depende de tratar el trabajo humano como una mercancía. El valor de cambio de la fuerza de trabajo se mide por los salarios. A su vez, el valor de uso del trabajo es consumido durante la jornada laboral para producir mercancías que se venden en el mercado. Este es un aspecto crucial del argumento y contiene la clave de la teoría marxista de la explotación. Durante la jornada laboral, nuestro trabajo produce más valor del que recibimos en forma de salarios a cambio de nuestra fuerza de trabajo. Aunque la transacción parece ser justa, nuestro tiempo de trabajo produce más valor del que está representado en nuestros salarios. Este «plusvalor» termina en los bolsillos de los capitalistas que poseen la maquinaria, la tierra y la materia prima necesarias para la producción. Con este proceso en mente, es más fácil comprender que la competencia entre capitalistas no es solo una cuestión de avaricia, sino que obedece a una necesidad implacable de acumular que está directamente implicada en la forma valor capitalista.
Fundamental en el argumento de Marx es el hecho de que el valor no surge de cada actividad fisiológica, sino del proceso social que iguala el trabajo humano como «tiempo de trabajo socialmente necesario» y convierte a la actividad laboral en algo abstracto y a las mercancías en cosas uniformes. Este proceso requiere el intercambio, pues solo la venta de las mercancías valida su valor social.
Marx nos explica cómo las mercancías, el dinero y el capital actúan como momentos distintos en la constitución del valor. Estas formas económicas son todas formas de relaciones sociales que, para Marx, dependen de la actividad laboral alienada a las personas que venden su trabajo por un salario. El resultado de todo esto es que los productos del trabajo humano terminan controlando a las personas que los fabricaron, presentándose como seres independientes y separados. El mercado reduce a los seres humanos a la función puramente económica de compradores y vendedores de mercancías. El término con el que Marx se refiere a este fenómeno en El capital es «fetichismo» y aplica a su análisis de las mercancías, del dinero y del capital. Estas formas sociales están dotadas de un poder de dominación increíble, que se manifiesta en una serie de relaciones impersonales y omnipresentes.
También es importante destacar que El capital es una crítica de la teoría económica in toto. El logro de Marx es haber mostrado que el valor en sí mismo es una forma de vida histórica y que, por lo tanto, puede ser transformada. Mostrando que las relaciones sociales capitalistas no son naturales, sino que son un producto de la historia, demuestra que el capitalismo es proclive a las crisis y a la ruptura. Esto significa que el cambio social es a la vez posible y necesario.
Leer a Marx entre compañeros
Leer a Marx con otros es una experiencia gratificante y formar un grupo de lectura con amigos o compañeros puede ayudarnos a comprender más fácilmente la teoría. Entender los escritos de Marx no es tan difícil como puede parecer en un primer momento, y, como sucede con cualquier gran pensador, el esfuerzo vale la pena. Como advertía Marx a los lectores de El capital:
En la ciencia no hay caminos reales, y sólo tendrán esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas aquellos que no teman fatigarse al escalar por senderos escarpados.
Sin embargo, son precisamente las alturas que podemos alcanzar leyendo su obra las que pueden ayudarnos a analizar los problemas del mundo moderno. Gracias al compromiso vitalicio de Marx con la libertad y con la emancipación humana, no avanzamos a ciegas en nuestro camino hacia un mundo nuevo.
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