Una España desesperada

Por Daniel Seijo

Tras tres años trabajando y viviendo en Estados Unidos, Marta Sánchez regresaba a nuestro país por sus 30 años de carrera para ofrecer un concierto ante la expectación de sus fans más incondicionales y la indiferencia más absoluta del común de los españoles. Un evento musical más en el Teatro de la Zarzuela, solapado por el éxito arrollador de los nuevos triunfitos y los domingos de fútbol, hasta que la artista gallega comenzaba a entonar el himno de España poniendo letra a la ‘Marcha Real’.

Como era de esperar, pronto el vídeo de la interpretación del himno nacional por Marta Sánchez se propagaba por las redes sociales, llegando a cada rincón de un país en donde el conflicto identitario y el oportunismo más desesperado hace ya tiempo se han entremezclado para ofrecer al conjunto de la ciudadania el más esperpéntico de los espectáculos. En un país en donde Rodolfo Chikilicuatre ha sido representante de Eurovisión, José Bono recurrió sin problema a Julio Iglesias para mejorar las relaciones con Estados Unidos o los entresijos de la «cobra» entre Bisbal y Chenoa han ocupado más espacio en los grandes medios de comunicación que un debate serio sobre nuestra identidad nacional, la interacción entre el pop más casposo y la alta política no debería asombrarnos si no fuese porque en este caso Ciudadanos y Partido Popular parecen decididos a respaldar el más absurdo todavía con tal de profundizar en la españolización de una sociedad demasiado sobrecogida  como para lograr reaccionar.

Vale que el procés ha hecho bastante daño al orgullo nacional de la España más rancia y que con nuestro presupuesto en educación los planes del gobierno del Partido Popular para adoctrinar a los alumnos sobre el himno, la bandera y la defensa de España no prometían grandes resultados, pero que nuestros políticos se tomen en serio la primera ocurrencia que se le pase por la cabeza a una artista inmersa de lleno en la crisis de los 30 años de carrera me parece demasiado, incluso para un país como el nuestro.

Más de 250 años contemplan al himno nacional de España sin la necesidad de letra alguna, más de dos siglos en los que un estado con diferentes identidades nacionales en su interior, continuamente ha fracasado a la hora de dejar a un lado la imposición de una parte de los españoles sobre la otra para lograr de ese modo construir en la diversidad un proyecto que nos ilusione a todos. El himno, la bandera o el amor a la patria no son conceptos que se puedan imponer o extender con operaciones de marketing, al menos no deberían serlo. Resulta a todas luces descabellado para cualquier observador imparcial intentar imponer la letra de la ex Olé Olé como nexo en común entre los españoles, en un contexto en el que los ciudadanos de nuestro país pueden acabar entre rejas por opinar diferente, las cárceles vuelven a acoger políticos en su interior y las diferencias entre territorios y culturas en el seno del estado parecen más irreconciliables que nunca.

España vive inmersa en la edad de oro del populismo de derechas, la firme decadencia de nuestra democracia y el surrealismo político de un gobierno, que al menos no ha tenido la «brillante» ocurrencia de presentar a la artista madrileña a bordo del famoso «Barco de Piolín» interpretando su particular versión del himno de España. Supongo que con el «A por ellos» bastaba para que las fuerzas de choque tuviesen la moral lo suficientemente alta.

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