Una de las regiones más contaminadas por explosivos

La frontera del Kurdistán entre Irak e Irán es una de las zonas con más contaminación por minas antipersona y explosivos del mundo. Los equipos de desminado trabajan con unos recursos insuficientes para conseguir un entorno seguro para sus habitantes.

Texto & Fotos: Arnau BonilAngular

Hamilton Road, a su paso por el valle de Rawanduz, camino a Choman

Desde las fértiles llanuras de Erbil, hasta los valles escondidos entre los Montes Zagros. Hamilton Road es una carretera que discurre 185 kilómetros dirección noreste, por el Kurdistán iraquí. Diseñada por AM Hamilton, ingeniero neozelandés, entre 1928 y 1932. A día de hoy sigue siendo la vía principal para conectar la llanura kurda con el paso fronterizo con Irán de Haji-Omeran. En su último tramo, esta carretera se convierte en una lengua de asfalto quebrado, que serpentea entre los valles angostos. Vigilada por los picos nevados de las montañas y las pendientes escarpadas de roca gris.

Es allí dónde encontramos Choman, la última gran población antes de la frontera. Cruzamos el pueblo en un viejo todoterreno del gobierno, los militares de los controles saludan amigables a mis dos acompañantes, Mukhlis Sharif Sofi, director de operaciones y Ramzi Khaled Qaseem, planner manager de IKMAA (Iraqui Kurdistan Mine Action Agency) en la provincia. Seguimos avanzando por las curvas, a la sombra de grandes paredes de roca. Un par de kilómetros más tarde me señalan la pendiente que se levanta al otro lado del río. Consigo ver unas figuras minúsculas en la ladera: de espaldas a mí, agachados, sus trajes color tierra los hacen apenas perceptibles. Son el DE-1 (Demining Erbil-1), el equipo de detección de minas y explosivos que trabaja en esa zona.

Su labor es peinar el terreno para detectar los artefactos explosivos y minas antipersona que contaminan grandes extensiones de la zona fronteriza entre estos dos países. Cada día, metódicamente, utilizan sus detectores de metales y sus palas para ir removiendo cada metro cuadrado de tierra de las pendientes que se levantan desde el valle. El invierno es frío, y hasta dentro de unas horas, los rayos de sol no bañarán la ladera. Aun así, hoy el cielo está limpio y azul. “Hoy es un buen día, hace frío, pero hace sol, si llueve o nieva no podemos trabajar”, me comenta Ramzi mientras aparcamos en un lado de la carretera.

Bajamos del coche, cruzamos el río por un puente de madera y tierra que ellos mismos han construido, llegamos a su campamento: una pequeña casa de ladrillos de hormigón, con una manta en la puerta. Una fogata en el suelo, una tetera, y tres personas alrededor: el jefe de campo, el médico y un conductor. Arriba, en la zona contaminada, diez personas más, ocho detectores y dos directores de equipo. Un total de trece personas, en una ladera remota, a quince kilómetros de la frontera con Irán.

Desde el otro lado del río, el campamento del DE-1

Pawani Fate, ese es el nombre que se le ha dado a ese campo minado. Se extiende pendiente arriba un total de 65.698 m². IKMAA lleva trabajando en él desde 2018, la pandemia y la falta de vehículos para transportar al personal han hecho que se haya tenido que interrumpir intermitentemente la actividad. Hasta la fecha, han limpiado 7.977 m², invirtiendo en ello, 3041 horas de trabajo. En una gran pizarra informativa, aparece el cálculo de días restantes necesarios para que esa zona pueda ser declarada libre de contaminación por explosivos: 490.

Una pequeña explicación sobre las características del campo y un intercambio de preguntas con el médico. Me dan un chaleco y un casco, del mismo color tierra, y subimos en diagonal la pendiente hacia la zona de trabajo. El ascenso es complicado, el terreno cada vez se inclina más, y el suelo descompuesto me obliga a andar con los ojos puestos en los pies de Mukhlis, que me guía montaña arriba.

La zona segura se delimita con pequeñas estacas rojas y una cuerda. Dentro de ella, se puede ver fácilmente la parte que ya ha sido limpiada, toda la tierra está batida y de color marrón oscuro, el resto, una costra gris dura y compacta, cubierta de hierba amarillenta. A la sombra de unas piedras se acumulan los restos ya desarmados de artefactos encontrados en Pawani Fate. Cáscaras de plástico descoloridas al sol y proyectiles que se oxidan a la intemperie. Cada vez que encuentran uno se activa el protocolo. Deben llamar a los equipos de eliminación, en su provincia solo hay dos, y esperar a qué vengan a desarmarla, o si eso no es posible, a explosionarla en el mismo sitio.

Restos de proyectiles, ya desarmados

El desminado es un trabajo lento por naturaleza. Muchos protocolos, muchas medidas de seguridad. Observo cómo un trabajador, vestido con su traje, desplaza su detector de metales en pequeñas porciones de terreno. Cuando muestra una señal en el suelo, se arrodilla, y cava. Primero treinta centímetros, vuelve a pasar el detector, veinte centímetros más, si no encuentra nada, avisa al director de equipo, que evalúa la situación. Trabajan siempre hacia arriba, así si resbalan o tropiezan, evitan hacerlo en la zona contaminada.

Las minas de este tipo normalmente se entierran a diez centímetros bajo el suelo, pero hace ya cuarenta años que eso ocurrió. La orografía ha ido cambiando mucho a causa de las lluvias y la nieve. Ahora pueden llegar a encontrarse a medio metro bajo tierra. Debajo de nuestros pies, centenares de restos metálicos de material militar hacen difícil discernir entre cuáles de ellos son una mina antipersona y cuáles una cantimplora. Y hasta que no los pueden ver, deben tratar a todos cómo a peligros potenciales.

Pero eso no impide a estos trabajadores seguir peinando cada rincón de montaña en busca de artefactos enterrados. Su máxima: “Una mina menos, es una vida más”. “La gente del pueblo nos ayuda, los pastores conocen bien estas tierras y son una fuente de información esencial para detectar nuevos campos de minas. Ellos mismos han dio transmitiendo de forma oral los unos a los otros que zonas son peligrosas. Desgraciadamente, a menudo nos encontramos con que detectamos un nuevo campo minado por qué hay un accidente y la policía nos avisa” me cuenta Samir Aldahammin, jefe del campo.

Un operario del DE-1, trabaja en su línea de detección

Como este, IKMAA cuenta con un total de 35 equipos de detección. Trabajan en las cuatro provincias de la región kurda (Duhok, Erbil, Halabja y Sulaymaniya) eliminando los remanentes de los conflictos armados que se han vivido en esta zona durante el último medio siglo.

En el caso de Choman, fue escenario y frente de batalla de la guerra entre Irak e Irán (1980-1988). Un conflicto que se sufrió a lo largo de todo el territorio fronterizo y llevó a los dos ejércitos a sembrar de minas antipersona y antitanques todo el paso. Pawani Fate fue minado por el ejército del entonces presidente iraquí Sadam Hussein, para evitar que Irán, con un ejército más numeroso, pudiera utilizar el paso de Hamilton Road para acceder a la zona norte del país.

Cuarenta años después de este conflicto, las labores de desminado avanzan a un ritmo mucho más lento del esperado. Mukhlis Sharif, director de operaciones de la sede del IKMAA en la provincia de Erbil, explica cuáles son las mayores dificultades que se encuentran: “En primer lugar, el dinero, falta inversión, tenemos equipos parados porque no podemos financiarlos. Nos faltan coches para poder llevar-los a los campos. Hay veces que se establece una alta prioridad de desminado, la parte central de este campo la hicimos primero porque había que instalar una línea de alta tensión, allí si tuvimos recursos, pero en general siempre vamos escasos. En segundo lugar, el tipo de terreno, son zonas de difícil acceso, cuesta llegar con los equipos. No podemos usar maquinaria. La meteorología tampoco nos ayuda, el clima de alta montaña hace que una parte del terreno esté nevado durante el invierno, y en verano el calor hace que el suelo sea demasiado duro para ser excavado sin antes mojarlo, y no tenemos una infraestructura ni fondos suficientes para llevar agua hasta lo alto de las montañas”.

A diferencia de las zonas del sur de la región, donde los conflictos con el Estado Islámico son más recientes, en Choman no encontramos ya zonas urbanas contaminadas. El problema radica en el entorno de estos pueblos. Terrenos que se dedican a la agricultura o que sirven para el pasto y donde existe un peligro constante de chocar con un artefacto explosivo. La convivencia con esta realidad marca el comportamiento de los habitantes de la zona: “Aquí las montañas son fantásticas, pero andar por ellas es peligroso. Hay que ir con mucho cuidado dónde se pisa, vigilar los rebaños y estar pendiente de los niños”, dice Razdi.

En la zona del Kurdistán iraquí, se empezó a trabajar en limpieza de minas en 1992. Desde entonces se han contabilizado más de 13.000 accidentes que han provocado la muerte de algún habitante, además de incontables animales. Esta situación pone en peligro dos de las principales actividades económicas de la zona, la agricultura y la trashumancia.

La historia del Kurdistán y de sus luchas se remontan a los años sesenta, con los movimientos de liberación kurdos, y viaja a través de la ya mencionada guerra Iraq-Irán, la Guerra del Golfo, la invasión americana en 2003 y más recientemente la guerra con el Estado Islámico. “En el caso de la frontera iraní, nos encontramos con la problemática de que el mismo gobierno iraquí no hizo planos de los campos de minado, o estos desaparecieron. Esto dificulta mucho nuestro trabajo, puesto que vamos a ciegas. En los Balcanes, al finalizar la guerra, los ejércitos entregaron los planos de minado, aquí eso no ha pasado.” Me explica Ali Miran Mohammed, director general de asuntos técnicos del IKMAA.

Los conflictos armados han sido una constante en ese territorio. Hoy en día, todavía son una problemática que afecta al trabajo de desminado. Ramzi me señala los picos nevados del fondo del valle, su cima es la frontera. En esa zona hay aproximadamente 5 kilómetros cuadrados de campos minados, dentro de la zona de acción de este equipo, que no son accesibles en la actualidad. Esto se debe a los constantes bombardeos de Irán y Turquía sobre las posiciones del PKK y el PJAK en la zona de los Zagros iraquíes, base de ambas organizaciones, perseguidas por sus respectivos países debido a su posición en defensa de la autonomía de la nación kurda. Algo que se repite en las demás provincias que cuentan con zonas de acción fronterizas con estos dos países.

Mucho camino por recorrer, una gran falta de medios

Al hablar con personas que trabajan en todos los estamentos de IKMAA un mismo tema sale a relucir, la falta de fondos. La gestión y eliminación de minas antipersona es una actividad que necesita de una inversión económica considerable. En las zonas más accesibles se utilizan vehículos mecánicos blindados, hay que llevar y traer a los equipos. Es una actividad de carácter urgente por parte de los organismos dedicados a ello, pues una limpieza más rápida implica una menor pérdida de vidas. Trabajan para poder conseguir los fondos necesarios para seguir desarrollando esta tarea. En la actualidad dependen en gran medida de las organizaciones internacionales en la zona. Pero la inversión llegan en cuentagotas, hay multitud de conflictos en todo el mundo que necesitan ayuda humanitaria, y el Kurdistán se ve, cada vez más, relegado a una posición secundaria en la lista de donantes internacionales.

Ali Miran tiene claro que conseguir un Kurdistán libre de minas pasa por generar una estructura propia y una apuesta del gobierno kurdo y de la República Federal de Irak para financiar esta operación, “Estamos formando a kurdos, en IKMAA trabajamos casi 1000 personas , entre ellas 35 equipos de desminado, 4 de gestión de explosivos y 9 de educación en prevención de riesgo, tenemos a la gente, tenemos objetivos y ganas de cumplir-los, nos falta el dinero para llevarlo a cabo”. Las esperanzas se depositan en una reestructuración de las prioridades para que se destinen más fondos gubernamentales al trabajo de desminado. Hasta ahora, el gobierno iraquí se ha mantenido en un papel secundario en lo que se refiere a la financiación de estas actividades, dejando el peso de la inversión en organismos internacionales y fundaciones privadas. Aquellos con los que hablo no son demasiado optimistas, de momento no ven ese paso necesario al frente por parte de las instituciones, y no lo intuyen cerca. En su mirada hay una cierta resignación, pero una firme determinación a seguir trabajando.

La educación, dice Ali, es la base para evitar más desgracias. Los equipos de prevención de riesgo trabajan con las comunidades a lo largo de todo el territorio kurdo para educar en protocolos: como detectar una mina, como saber que una zona es peligrosa, a quien avisar en caso de encontrar una. Estos aspectos, que se tratan con niños y mayores, con gente de todas las etnias y religiones, está generando un impacto muy positivo. “La gente cada vez está más informada del peligro que implican estos artefactos, para ellos y para el conjunto de la comunidad, cada vez tenemos más avisos de la población, y menos accidentes”, dice Ali, con una expresión de satisfacción en la mirada, mientras tomamos un té en el centro de Erbil. Él intenta transmitir este mensaje, es la población kurda de forma conjunta quién debe trabajar para afrontar esta problemática.

Era el año 2007, cuando Irak se adscribió a la convención de Ottawa. Esta marcaba el 2018 como meta para alcanzar un estado libre de minas. La guerra contra el Estado Islámico implicó una moratoria de este compromiso hasta 2028, pero con el ritmo y los recursos actuales, se está lejos de poder cumplir estos plazos. Según Peter Smethers, director de la FSD (Fundación Suiza de Desminado) en la zona de Irak, “Estamos hablando de, al menos, 25 años más, si seguimos al ritmo que vamos hasta ahora”

Operario del EB-1 utilizando su detector

En la primera estimación gubernamental que se hizo, en 2006, el Kurdistán Iraquí contaba con unos 776 km² de superficie minada. En ese momento se calculó que habría más de 7 millones de artefactos enterrados. Más de 7 millones de trampas mortales cubriendo la geografía kurda. Los esfuerzos de los equipos que, como el ED-1, trabajan incansablemente para eliminar estos vestigios, ha reducido esta superficie a 256 km². Concentrados en su mayoría en la frontera con Turquía e Irán. Aun así, cada mes se detectan nuevas zonas contaminadas.

La población de esas zonas vive con la certeza de que el entorno que los rodea es hostil, la guerra no ha acabado para ellos y no acabara hasta que la zona este libre de sus vestigios. El trabajo que falta por hacer todavía es muy grande, y el camino por recorrer, inestable y con unas perspectivas de futuro inciertas. Los equipos de IKMAA lo saben, pero trabajan, día a día, para conseguir la meta de un Kurdistán libre de minas antipersona.


Arnau Bonil Soler es estudiante de comunicación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), formado en escritura narrativa y de no-ficción en el Ateneu Barcelonés. Recorre el mundo para contar historias a través del periodismo. Actualmente está desarrollando un proyecto literario y otro de podcast narrativo.

Más fotos en el artículo original.

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