Un sistema incómodo

Por Daniel Seixo

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El año pasado un satélite de la Nasa registró la segunda temperatura más baja de la historia en la Antártida, nada menos que 92,9º bajo cero. La cantidad de especies marinas sobreexplotadas en el mundo se ha incrementado del 10% en la década de 1970, al 24% en 2002. Este mismo verano, Helsinki ha batido un nuevo récord llegando a los 33,2 grados centígrados, lo que produjo una larga sequía en gran parte del país y centenares de pequeños incendios forestales. La temperatura media global se halla a día de hoy un grado por encima de la registrada durante el siglo XIX. Actualmente el nivel del mar se encuentra casi 10 centímetros por encima de su extensión en 1993 y podría llegar a alcanzar un aumento adicional de entre 0,43 y 0,84 metros en 2100… Los conflictos causados por la degradación del medio ambiente y las guerras por recursos resultan cada día más intensas en nuestro planeta. La tierra, en definitiva, comienza a dar señales de un agotamiento real.

A todas luces, la situación ecológica del planeta se está agravando a una velocidad superior a la de nuestra toma de conciencia. Cada día la crisis climática logra nuevos convencidos, pero no los suficientes como para dar la vuelta a nuestras acciones pasadas, a nuestro consumo desmedido. Bastaría tan solo un grado más para que tuviese lugar cambio radical en nuestro régimen climático, pero nos comportamos como si el riesgo resultase aún lejano. A día de hoy, tan solo tres grados nos separan del Holoceno y aunque consiguiésemos el milagro diplomático de poner a todos nuestros gobiernos de acuerdo de cara a implantar medidas reales diseñadas para atajar el cambio climático, las emisiones efectuadas impedirían que los cambios ya activos se interrumpiesen de forma inmediata.

En menos de doscientos años y arrastrados por un sistema social basado únicamente en el despilfarro, la acumulación y la emulación en busca del máximo beneficio económico, hemos transformado nuestro sistema climático arrastrándolo a los límites mismos de nuestra supervivencia. Pero lo que es peor, pese a ello el sistema económico que rige nuestros destinos se resiste enérgicamente a encarar los cambios indispensables para garantizar nuestro propio futuro. Hasta ahora la degradación ecológica y sus efectos han estado estrechamente vinculados con la pobreza: son los desheredados del sistema los que viven en los lugares más contaminados de nuestro planeta, los que se exponen a contaminantes por un salario irrisorio en las grandes zonas industriales y quienes sufren en sus carnes la degradación y privatización paulatina de servicios tan básicos para la vida como la electricidad o el acceso al agua potable.

La situación ecológica del planeta se está agravando a una velocidad superior a la de nuestra toma de conciencia

Nadie puede garantizar que los efectos del cambio climático no tengan lugar en un lapso corto de tiempo o incluso de manera repentina y brutal, pero mientras esto sucede, la lucha ecologista se ha transformado en un campo de batalla más para el marketing de la economía liberal. Mientras gran parte de nosotres comenzamos a sufrir en nuestros pulmones y nuestras vidas las consecuencias de la incesante capa de polución que cubre nuestras ciudades o nos vemos en la tesitura de gastar una parte de nuestro cada vez más irrisorio sueldo en medidas individuales que palíen dentro de lo posible nuestra huella ecológica sobre el planeta, los grandes medios de comunicación centran sus focos en Greta Thunberg, Leonardo DiCaprio o cualquier otro personaje que resulte más atrayente para el gran público que Al Gore, el primer abanderado del llamado «capitalismo verde».

No nos equivoquemos, con total seguridad ninguno de nosotres tiene nada en contra de la figura de una joven que ha llegado a plantarse frente a la Cámara de Estocolmo o frente a la mismísima ONU para intentar defender una reacción frente al imparable cambio climático, pero hacernos creer que la solución a la destrucción de nuestro marco común pasa por las aventuras y viajes náuticos de una figura apadrinada por personajes cercanos a Ingmar RentzhogGustav Stenbeck, Daniel DonnerKristina Persson o Catharina Nystedt Ringborg, resulta poco menos que tomarnos por estúpidos.

No vamos a negar que la figura de «la niña verde» ha sido un soplo de aire fresco para todo el movimiento ecologista y especialmente para muchxs jóvenes que se han sumado de su mano y de la de Fridays For Future a la necesaria batalla por conservar nuestro entorno y nuestro planeta. Pero no nos equivoquemos, situar el foco social sobre los viajes de Greta Thunberg a través del Atlántico con una familia de yuppies verdes en un velero solo al alcance de ciudadanos acaudalados o en unos discursos ante la ONU cargados de buenas intenciones, pero escasos de contenidos, no van a salvarnos de esta. Greta Thunberg puede resultar inspiradora para las nuevas generaciones, pero ante la situación actual, me temo que no podemos esperar sentados a que esas nuevas hornadas de humanos maduren su conciencias ecológica y nos saquen las castañas del fuego. Lo que realmente necesitamos ahora, es dejar de una vez de lado los discursos negacionistas y ecocapitalistas que retrasan las soluciones reales y encarar de una vez por todas la problemática con valentía y firmeza.

Está muy bien que personajes como Didier Lagae, fundador y CEO de MARCO, se sumen a la preocupación por la sostenibilidad del planeta, me parece maravilloso que CargilMonsanto o Yara comiencen a hacer negocio con las dinámicas del movimiento ecologista o que incluso General Motors, Honda, Ford y, especialmente, Toyota sumen los posibles mercados alternativos a su actual modelo altamente contaminante, pero esto no se trata de buscar un nuevo nicho de mercado para las empresas capitalistas, sino que hablamos de la mera supervivencia de nuestro planeta y nuestra especie.

Necesitamos un ecologismo político, un ecologismo capaz de representar y luchar por el futuro de la ciudadanía y no por los intereses económicos de un reducido número de multinacionales, dispuestas a labrarse un hueco en un nuevo mercado que se estima podría invertir según cálculos de la Unión Europea cerca de 180.000 millones de euros anuales hasta 2030 para descarbonizar la energía y mantener la temperatura en los márgenes actuales. El pastel es enorme y según estudios del Pacto Mundial de la ONU y Accenture Strategy, cerca del 70% de los ejecutivos de compañías con ingresos de más de mil millones de dólares al año, ya consideran que el cambio climático traerá grandes oportunidades de crecimiento e innovación para sus compañías a lo largo de los próximos años.

Lo estamos comprobando de primera mano durante la preparación de La Cumbre del Clima que se celebrará en Madrid del 2 al 13 de diciembre, tras huir los máximos dirigentes de la protesta ciudadana en Chile fruto de las políticas del neoliberalismo. La Conferencia de la ONU para el Cambio Climático que se celebrará en el estado español, no escuchará por tanto las voces de los oprimidos, ni tendrá que dar explicaciones por el oscuro negocio de la privatización de los acuíferos en el país latinoamericano. Una vez más, quienes dicen querer salvar nuestro planeta, tomarán sus decisiones de espaldas a la realidad de un pueblo. Y que mejor lugar para ello que nuestro país, el gobierno de Pedro Sánchez, apoyado en este caso por las demás fuerzas del Congreso, ha puesto a disposición de esta gran cumbre cerca de 100.000 metros cuadrados en IFEMA y no ha tardado en ponerse a disposición de Greta Thunberg para intentar que la joven prodigio de la lucha contra el clima llegue a tiempo a la cita y al encendido de focos para el mundo.

Comparaba Cristina Narbona esta cumbre con la Conferencia de Paz organizada por Felipe González en Madrid y no le falta razón, tal y como sucedió con la tentativa por parte de la comunidad internacional de empezar un proceso de paz entre Israel, los principales dirigentes de los países árabes y los líderes palestinos de los territorios ocupados, este intento por abordar la emergencia climática global nace más como un brindis al sol, una mera declaración de intenciones, que como una iniciativa real y práctica. No hablarán los representantes de esta cumbre de la balsa de podredumbre en que la especulación inmobiliaria ha convertido a la Manga del mar Menor, ni de la eterna contaminación de las rías gallegas, la eucaliptización de nuestro territorio por intereses únicamente industriales, los oscuros contratos con minas y parques eólicos, el desdén y la penalización comercial a las renovables, la convivencia entre el sector público y el privado para perpetuar modelos contaminantes o inoperancia política en lugares tan señeros para nuestro territorio como Doñana. Madrid no ha sido elegido como un destino idóneo por su compromiso en la lucha contra el cambio climático, sino que la capital española ha sido elegida como destino global de esta cumbre únicamente por su capacidad de recepción turística y su experiencia contrastada como punto de encuentro empresarial.

Necesitamos un ecologismo político, un ecologismo capaz de representar y luchar por el futuro de la ciudadanía y no por los intereses económicos de un reducido número de multinacionales

Aquellos que acudan a nuestro país para asistir a La Cumbre del Clima podrán comprobar como bajo una capa de contaminación perpetuada por la ultraderecha, Ciudadanos y el Partido Popular, empresarios y cargos públicos de todas las partes del globo intentarán prolongar un modelo de eterno crecimiento concentrado en pocas manos que nos llevará, si nadie lo evita, a la ruina. La tecnología no va a salvarnos, no a todos al menos, los avances tecnológicos en materia ecológica no avanzan al ritmo en el que el consumo desmedido degrada nuestro entorno y el lavado de cara empresarial representado en este nueva ola de Greenwashing no puede evitar que recapacitemos acerca de un sistema social y económico que pide grandes esfuerzos ecológicos a sus ciudadanos, mientras las clases privilegiadas siguen aumentando el consumo de sus mansiones, viajando en jet privado o pasando sus ratos en campos de golf.

No tiene nada de malo que Al Gore, Leonardo DiCaprio o Greta Thunberg nos pidan responsabilidad y concienciación, pero sería conveniente que ellos mismos se reconozcan entre los privilegiados del mundo y asuman que únicamente encarando un decrecimiento de su consumo y condiciones de vida esto puede tener alguna solución. El único camino para la salvación pasa por la toma de responsabilidades de la oligarquía mundial. Ya no nos valen las medias tintas ecocapitalistas, no queremos más mensajes de Telefónica, BBVA, Gas Natural Fenosa, CaixaBank o Repsol diciéndonos que resulta posible cambiar el mundo sin variar sus ingentes cantidades de beneficios empresariales… Que basta solo con nuestros pequeños actos como consumidores.

Esta nueva cumbre debe suponer un paso real de cara a frenar una amenaza inminente para nuestra supervivencia global como especie. Ya nos se trata de lanzar mensajes alarmistas, si no que año tras año, las alarmas y las consecuencias de nuestra irresponsabilidad climática llaman con mayor rotundidad a nuestra puerta. No podemos dejar que Madrid sea de nuevo una mera sede comercial dedicada al Greenwashing para lobbyes como Carbounión (Sector del carbón), Seopan (Constructoras), AEE y Protermosolar (Energias Renovables), AEB (banca), ANFAC (automoción), UNESA (compañías eléctricas) o Sedigas (sector del gas).

No podemos permitir que los intereses comerciales y el cinismo capitalista sigan manejando el destino de nuestro planeta, es hora de comprender que si queremos ser ecologistas, quizás debemos dejar de ser capitalistas.

1 Comment

  1. De acuerdo en casi todo pero en unas cosas más que en otras. Pero en definitiva no atisbo soluciones realizables ni siquiera a largo plazo. Todos podemos teorizar mucho y pasar buenos ratos escribiendo o leyendo montón de artículos que no llevan a ninguna solución práctica.
    Hace más de 40 años se me ocurrió, entre otras cosas, pensar que estábamos superpoblando el planeta y ahora me doy cuenta que la iglesia católica para nada está de acuerdo con reducir la población de consumidores de los recursos finitos.
    Que viajábamos demasiado y demasiados aunque si no lo hacías eras tenido por inculto. Que los pantanos se hacían para las hidroeléctricas en vez de aumentar el regadío y ahora observo que se venden aquí garbanzos llegados nada menos que de USA y lentejas de Canadá, eso sí empaquetadas en un pueblo de León en que se cultivaban los mejores garbanzos y lentejas de la zona. No soy considerado como pesimista sino más bien como pragmático y por eso pregunto: ¿Quién es capar de ponerle el cascabel al gato. Ni en sueños me imagino a la oligarquía mundial que cita poniéndose el casacabel.

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