Un nuevo Oriente Medio multipolar

La conversión de Irak en prácticamente un estado fallido es el vivo ejemplo del tremendo fracaso del orden global unipolar impulsado por Estados Unidos desde el fin de la guerra fría.

Por Javier García / Globalter

El acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, auspiciado por China -que podría poner fin también en breve a la guerra de Yemen- es un acontecimiento de especial relevancia histórica y un claro ejemplo de cómo se pueden resolver los conflictos en un mundo multipolar no constreñido a los designios de una sola potencia hegemónica. Un modelo al que ciertamente no estaban acostumbrados en la región.

China se ha erigido, para sorpresa de todos, como el mediador que necesitaba Oriente Medio. Algo que para Estados Unidos, alineado claramente con alguno de los bandos, se ha convertido en totalmente imposible.

Llevábamos más de 20 años asistiendo a la intromisión de Washington en los conflictos de la región. Desde Líbano hasta Yemen, pasando por la guerra en Siria, la de Libia o la cada vez más desesperante situación palestina.

Un periodo que muestra a todas luces cómo la política exterior de EEUU se ha dedicado a perseguir sus inciertos objetivos, sin reparar en el daño que podía causar.

La conmemoración de los 20 años de la guerra de Irak nos devuelve a la memoria el terrible balance de la devastación de un país: cerca de 200.000 muertos, 9 millones de desplazados, innumerables secuelas físicas y psicológicas, proliferación de grupos armados, una nación petrolera empobrecida con problemas para mantener incluso el suministro eléctrico, otrora líder en educación y sanidad en la región y ahora muy por detrás de sus vecinos.

La conversión de Irak en prácticamente un estado fallido es el vivo ejemplo del tremendo fracaso del orden global unipolar impulsado por Estados Unidos desde el fin de la guerra fría.

Resulta difícil encontrar algún beneficio de los casi 20 años de guerra en Irak, incluso para EEUU que, tras causar una descomunal tragedia y gastar billones de dólares, no ha conseguido mejorar un ápice su seguridad y mucho menos su imagen en la región.

También resulta complicado encontrar algún avance en la dramática evolución del conflicto palestino, la devastación de Yemen, Siria o Libia o la situación de Líbano y Egipto.

Conflictos que han evolucionado bajo la sempiterna retórica estadounidense de la expansión de la libertad y la democracia. Una narrativa que, sin embargo, no ha mostrado reparos en haber elegio como primordial aliado en la región a Arabia Saudí, una de las naciones menos democráticas del planeta. Mientras se demoniza a otros países como Irán, con elecciones y procedimientos seguramente autoritarios, pero bastante más democráticos que el régimen de Riad, sobre cuya vulneración de los derechos humanos nunca escuchamos hablar a Washington.

La obsesión de EEUU de escoger vencedores y perdedores en cualquier lugar del mundo donde pone el foco, de dividir a los países entre premiados y castigados, de fomentar el enfrentamiento en lugar de la cooperación nos ha llevado a un planeta caótico y desquiciado al borde del colapso.

Y en esas aparece China, con su diplomacia milenaria y su doctrina de no interferir en los asuntos internos de los demás, de no tomar partido por ninguna de las partes. Con su extraña idea de establecer relaciones comerciales mutuamente beneficiosas con todos los países en lugar de hegemónicas. Con su oriental pensamiento de convivencia armónica entre las gentes y los pueblos.

No es de extrañar que la región, acostumbrada a actitudes bien distintas, reciba a los diplomáticos chinos con los brazos abiertos.

El propio jefe de Estado chino, Xi Jinping, se involucró personalmente en la mediación viajando a Arabia Saudí en diciembre -su única visita al exterior en meses- y recibiendo en Pekín en febrero al presidente iraní, Ebrahim Raisi.

“No tenemos interés en competiciones geopolíticas ni en llenar ningún vacío dejado en la región”, dijo el máximo representante de la política exterior china, Wang Yi, durante la firma del acuerdo para restablecer relaciones entre los hasta ahora acérrimos enemigos.

Se trata de un acuerdo sin participación occidental que ha alterado la dinámica de las políticas globales. Que ofrece soluciones no occidentales a problemas no occidentales frente al caos provocado por el “orden basado en reglas” vigente en el planeta desde el fin de la segunda guerra mundial.

Un entendimiento del Sur Global, que no se basa en la venganza, el rencor o el resentimiento. Si no en la convicción de que el desorden del “orden basado en reglas” ha superado todos los límites y es urgente su reemplazo con modelos alternativos de relación entre las naciones.

El pacto ejemplifica la concreción de un nuevo orden multipolar basado en el diálogo que respete la integridad y voluntad de cada país, ya sea en Oriente Medio o en cualquier otra región del mundo.

Riad ha enviado un claro signo de que ha diversificado sus alianzas estratégicas de acuerdo a sus intereses nacionales y regionales, junto a la expresión de que no confía más en el orden unipolar manejado por Washington y opera en un contexto de carácter multipolar.

La adversidad entre Arabia Saudí e Irán, que se había enconado hasta el extremo en los últimos años, influía en varios conflictos regionales, desde Yemen hasta Siria pasando por Irak. Cada uno se alineaba con las diferentes partes enfrentadas y ambos luchaban a través de guerras por procuración con sus vecinos, acercándose cada vez más a una guerra directa abierta entre ellos. El restablecimiento de sus relaciones supone una estupenda noticia, que abre una ventana esperanzadora a la progresiva resolución de esos conflictos. Y sienta además un positivo precedente para el conflicto israelí-palestino.

La mediación china muestra el papel constructivo que las potencias pueden desempeñar en Oriente Medio cuando no se encuentran entrampadas en las rivalidades regionales. Su buena relación con ambos gobiernos contrasta con la inexistente relación de Washington con Teherán desde hace casi 50 años. El papel de EEUU como mediador ha quedado anulado por su intensa implicación en los conflictos regionales, convirtiéndose incluso en cobeligerante en casos como el de Yemen.

De hecho, el acuerdo rompe abiertamente con la doctrina Carter de 1980, según la cual la región del Golfo era competencia exclusiva de la influencia de EEUU. Y acaba además con la idea de una “OTAN de Oriente Medio”, promovida por Estados Unidos e Israel para llevar a los países árabes a la hostilidad contra Irán.

Los chinos no demandan que la región se convierta en su exclusiva esfera de influencia y tampoco intentan imponer su modelo económico ni su ideología.

Los países de la región comienzan a darse cuenta de que la configuración unipolar, con Estados Unidos alentando sin fin la confrontación y echando leña al fuego de los conflictos, nunca conseguirá la estabilidad que necesitan. Y también a vislumbrar que la perspectiva multipolar puede propiciar un nuevo camino inédito de paz y prosperidad a esa tierra tan castigada.

Javier García es periodista. Ha sido corresponsal en Oriente Medio y enviado especial a diferentes conflictos en la región. También en el norte de África, China, Latinoamérica y Europa.
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