Un mercado de pulgas

Ante esta realidad ya no nos sirven las fórmulas antiguas, las consignas o las simbologías oxidadas.

Gonzalo Busqué

Hoy y desde siempre, ha existido y permanece aún pese a todo, una tendencia suicida en una parte de la izquierda. Son los “puros”, son la izquierda estupenda, la izquierda de revolución desde el sofá, lugar desde el que cómodamente reparten bendiciones y admoniciones “had hóminem” al resto, sobre todo o casi sobre todo.

Alejados de una lectura correcta del momento histórico actual, de cual es la correlación de fuerzas hoy, ignoran lo desfavorable que esta es para nosotros aquí y ahora; viven en otro mundo lejano y son incapaces de conectar con la realidad del nivel de conciencia social y de clase actuales. Leyéndolos no es extraño que la gente se aleje de todo lo que huele a izquierdas y sientan el comunismo como una amenaza en el peor de los casos o como cosas de extraterrestres en el mejor de ellos.

El resultado de hacer un mal análisis es que no se dan buenas respuestas y así los vemos, cada vez más alejados de las preocupaciones reales de la gente común; mientras el capitalismo ha ido mutando, ellos siguen enredados y felices en viejos símbolos, en viejas consignas y en eternas querellas con “los desviacionistas y traidores” de la propia izquierda.

Y así van dejando que el populismo de la extrema derecha vaya ganando voluntades. Ajenos a la evidencia de que cuando la gente no sabe hacia dónde ir, cuando el miedo se apodera de los pueblos éstos se giran hacia aquellos que les dan respuestas fáciles ante momentos difíciles.

Veamos cuál es la situación actual:

-El decrecimiento de la esfera global de la economía es un dato incontestable (agotamiento de los recursos, agua, petróleo, etc.)

-La vía hegemónica actual de carácter ecofascista quiere que una minoría continúe con su nivel de vida a costa de la mayoría, es el 1% contra el 99% restante.

-La crisis ecológica va ligada a la precariedad y a la consecuente crisis social. El problema por lo tanto es político y cultural.

-Se han pasado los límites físicos del planeta y lo sufren ya las clases más débiles de la sociedad (pobres, mujeres, ancianos).

-La pérdida de biodiversidad por tanto incide directamente en la vida humana, tal y como se ha visto en la actual pandemia y las que vendrán.

-También el cambio climático da lugar a la aparición de un negacionismo político que lo que pretende NO es negar la existencia del mismo, sino que tiene unos efectos “depuradores” y lo que persigue es seguir en un proceso de adaptación del cambio climático desde una perspectiva de clase ecofascista, esto es proteger y blindar los privilegios de clases, en definitiva del poder actual.

-El sostenimiento de la vida no es una prioridad en la lógica del neoliberalismo. Lo que se pretende es continuar con su crecimiento económico, ergo continuar con la maximización de las tasas de ganancias del capital. El pensamiento político occidental ha separado ha separado la vida humana del mundo vivo desde sus inicios, lo cual se agudiza desde que se impone el período de la modernidad triunfante, olvidando la dependencia de unos bienes naturales finitos, minerales, los ciclos del agua y del carbono, de los procesos como síntesis (polinización, fotosíntesis) ignorando que no pueden existir economías sin esos bienes fondos de la naturaleza.

-Ningún sistema económico puede sobrevivir de un modo ilimitado.

-Rosa Luxemburgo ya nos dijo que el capitalismo en su avance destruye las economías naturales mediante la violencia y el despojo de los bienes naturales de los pueblos.

-Actualmente el capital financiero ha multiplicado la rapidez del proceso sin ninguna medida. Lo vemos en sus proyectos de extracción de tierras, minerales, bosques que destruyen territorios y ecosistemas enteros (Bolsonaro y Brasil como paradigma). Nunca antes tantas especies han estado en peligro de extinción. En su lógica, las ganancias están antes y por encima de la humanidad y el planeta. La voracidad del actual proceso neoliberal está acabando con el propio capitalismo al acabar con la propia planta productiva (el planeta). La consecuencia es el camino hacia una sociedad del apartheid, recordemos lo dicho más arriba, el 1% contra el 99%. UNA MINORÍA TIENE EL DERECHO A TODO Y UNA MAYORÍA ES EXCLUÍDA DE TODO”.

¿Cómo se ha llegado a ésta situación?.

Hagamos memoria. Con la caída del régimen de capitalismo de estado de la Unión Soviética, víctima de su derrumbe económico, la corrupción del aparato que lo sustentaba y sus contradicciones políticas al ser incapaces de “evolucionar” en el sentido que sí ha hecho, a título exclusivamente de ejemplo evolutivo no necesariamente deseable, el PC Chino, desaparece el discurso alternativo al capitalismo occidental, dejando las manos libres para que sus delegados en el gobierno de los EEUU e Inglaterra (R. Reagan y M. Thatcher) en los años setenta empiecen a desmontar el andamiaje del capitalismo con rostro humano de Keynes, (bandera de enganche de los socialdemócratas europeos) cuya teoría económica choca con los intereses de un capitalismo salvaje.

Se “desregularizan” las leyes que ponen coto a la avaricia financiera, se destruyen las organizaciones tradicionales de la clase obrera y se legisla en sentido contrario, iniciando el vaciando del “estado social” o de bienestar y la democracia. El estado muta y adopta el modelo neoliberal y ante la falta de respuesta social, cambia también el discurso ideológico.

Podemos afirmar por todo ello que el capitalismo del Siglo XXI poco tiene que ver con el capitalismo del Siglo XX. Su lógica es la de que el capitalismo es un fenómeno inevitable, benéfico y necesario. Que la razón, la tecnología y la ciencia son el único camino de progreso y ése progreso es la meta civilizatoria. August Comte nos decía que la razón (su razón) y la ciencia son los garantes del orden social, su lema por tanto sería “El amor como principio, el orden como base y el progreso como fin”, sumándole la definición de Spencer y su darwinismo social (sólo los más fuertes sobreviven  y como consecuencia natural, las minorías se imponen sobre una mayoría embrutecida), tenemos aquí las bases filosóficas y sociales, los cimientos sobre los que se edifica todo lo que viene luego.

Tenemos por lo tanto nuevas formas de capitalismo por un lado y por otro lado la transformación del trabajo que pasa a grandes rasgos de la utilización de la fuerza a la utilización del conocimiento. La 4ª revolución industrial es, no lo olvidemos, la tecnológica, el saber.

Todos estos cambios se dan también en la forma en que se perciben las relaciones entre las clases, fundamentalmente en el concepto de las mismas, en un escenario en el que el consumismo y la aspiración de una mayoría de la clase baja es ser considerada clase media, (a nadie le gusta que le llamen pobre) , aunque para llegar a fin de mes tengan que hacer malabares y aún así no lleguen ( en el mundo hay 400 millones de personas en desempleo contabilizado,  y la existencia de más de 800 millones de trabajadores empobrecidos que no pueden afrontar sus gastos pese a tener un puesto de trabajo) y sin tener en cuenta los millones de personas que viven en los márgenes externos de la economía dedicados  a la “recuperación” de materiales en los basureros de las grandes urbes, la recogida del cartón o la chatarra, los “manteros” del primer mundo, etc. o el históricamente excluido ejército del lumpen, todos forman parte de una realidad inquietante en un mundo profundamente desigual.

Aquellos que se han olvidado de cual es su clase de pertenencia, al ver sus aspiraciones truncadas, se vuelcan hacia la extrema derecha. Ignoran de modo consciente que las llamadas «clases medias» son una creación ficticia para dividir a los de abajo. Ahora que se han caído las caretas y el neoliberalismo ya no necesita de eufemismos, que ya no necesita ocultar lo que reside en sus entrañas y declarar de modo diáfano sus intenciones para avanzar en su deseo de acaparar con todo, la gente está tan desconcertados que no dudan en dispararse en un pie, o a los dos, con su voto y su silencio. Miran hacia otro lado, eligen ignorar la verdad, el no querer un saber que duele, por mucho que la peor forma de protegerse ante una realidad cotidiana abrumadora es rendirse y aceptar que la destrucción es inevitable.

Ante esta realidad ya no nos sirven las fórmulas antiguas, las consignas o las simbologías oxidadas que denunciábamos un poco más arriba. Es necesaria otra forma de pensar, de hacer y de comunicar, de discutir el relato para cambiar la actual hegemonía del discurso. Nos va el futuro y la vida en ello.

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