Un juego que mata

Simplemente reproduce las ganas de vivir que chocan contra un muro artificial construido a base del racismo y la xenofobia y que tiene entre sus objetivos el beneficio de una clase social parásita.

Por Pablo Sánchez

Más allá del Juego del Calamar que tanta sensación causó, hay juegos que realmente matan y a los que se someten personas que, al igual que en la serie, están desesperadas por un futuro que les permita poder tener una vida digna. No obstante, en este caso el enemigo es común y los participantes tienen el mismo objetivo sin necesidad de dejar a los otros por el camino para conseguirlo. De hecho, la solidaridad presente en estos espacios es conmovedora. Hablo aquí del juego de traspasar la frontera.

No, no es una forma macabra a la que personalmente hago referencia cuando hablo de todo el proceso de cruzar la frontera de forma ilegal, sino que reproduzco los términos usados por miles de migrantes y refugiados que se dirigen diariamente a la zona fronteriza que limita con los países pertenecientes a la UE para intentar llegar a ellos. El «game» al que los migrantes hacen referencia no es otra cosa que contactos, estrategia, resistencia física y un poco de suerte. Un juego que se ha cobrado muchas vidas y que, desde luego, depende del lugar en el que se desarrolle. 

Las fronteras de los países del este de Europa han presenciado miles de intentos que han acabado frustrados por las fuerzas y cuerpos de seguridad de los Estados intervinientes que alteraban las reglas del juego de forma violenta y despiadada. Uno de los denominadores comunes de las rutas migratorias es la violencia presente en todo el camino, ya sea física, verbal o administrativa; y es una violencia que determina la ruta a seguir, así como las posibilidades y los riesgos que cada uno esté dispuesto a asumir. El «game» al que cada uno de los jóvenes se somete para poder optar a un futuro está lleno de peligros que el enemigo, que en este caso es quien supuestamente ha de defender la vida, incrementa con sus continuas actuaciones. Entre ellos están las palizas, robos, violaciones y demás brutalidades que la policía fronteriza comente de forma sistemática con tal de evitar la llegada de migrantes y refugiados a territorio de la Unión Europea. Un «game» que en la zona fronteriza entre Polonia y Bielorrusia ha desatado una crisis internacional por negarse a respetar los derechos de las personas que tratan de acceder a un territorio que creían seguro y no es más que el origen de todos sus problemas.

Pero los migrantes y refugiados también juegan sus cartas, tratando de acceder de noche, muchas veces forzados a introducirse la tarjeta SIM o el dinero por el recto para evitar que la policía les robe lo poco que tienen y con personas que les guían a través del bosque a cambio de dinero, también obligados a hacer ese tipo de trabajos por la miseria que viven continuamente. A fin de cuentas, son unas cartas dibujadas por la precariedad y la necesidad como consecuencia de la externalización de las fronteras y que podrían cambiar rápidamente si la UE decidiera respetar lo que precisamente promueve. 

Serbia, Bosnia y Croacia llevan años presenciando los mismos escenarios con los que ahora Polonia ha de lidiar. Miles de jóvenes —y no tan jóvenes— se han visto obligados a pasar noches durmiendo en medio del bosque, después de caminar durante días sin agua, comida o incluso zapatos, para poder llegar al país vecino. Miles de personas que viajan con sus hijos, muchos de ellos de apenas unos años o incluso meses, que han tenido que verse en la más profunda desesperación para arriesgar la vida de su familia o incluso la propia recorriendo el bosque en invierno, atravesando ríos y demás rutas a las que la policía fuerza por limitar la entrada a la UE en contra de lo que tratados y acuerdos internacionales establecen. 

Un «game» que simplemente reproduce las ganas de vivir que chocan contra un muro artificial construido a base del racismo y la xenofobia y que tiene entre sus objetivos el beneficio de una clase social parásita que no produce otra cosa que muerte y pobreza en el marco social y económico en el que se desarrolla. Un «game» que, lejos de ser una serie que rasca los problemas intrínsecos al capitalismo, representa fielmente los efectos del mismo. Un «game» que debería avergonzarnos a todos, que perpetúa la muerte y que tan sólo se está hablando de él por la crisis creada entre Polonia y Bielorrusia y no por la crueldad que lleva implícita. Porque aquí, de nuevo, hablamos de personas.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.