Un habitar más fuerte que la metrópoli

Ignacio Castro Rey

Al menos en este país, uno nunca sabrá muy bien a qué se dedica la izquierda. Aparte, claro está, de esa eterna partida de dominó con las élites empoderadas. También en ellas la lectura está en declive, como si el progresismo aspiracional tuviera suficiente con los clásicos de su santoral, que citan de memoria sin leerlos, y con la bendita «trampa de la diversidad», aunque ese otro libro pocos (a pesar de las ventas) leerán. Por no salir de lo seguro, ni se atenderá a Fahrenheit 11/9, pues es algo complejo y no claramente alineado. No olvidemos que el capitalismo, en el sentido espiritual que decía M. Thatcher (para quien la economía era solo un medio), es una incansable voluntad de selección que ha de ignorar lo que sea problemático y no esté en la primera línea de la eficacia medial. No hay una crisis del papel, sino una crisis de la piel, del encuentro, la búsqueda y la presencia. La izquierda seguirá cómplice del sistema mientras se alimente de las mismas fuentes secundarias que «todo el mundo», esa rotación incansable de comentarios y revelaciones que no revelan nada, excepto más comentarios que serán desmentidos al día siguiente. Parece que cualquier cambio real será imposible mientras su vanguardia sea presa del índice de audiencia.

Muy lejos del confort de estas puertas giratorias de la ideología (al fin y al cabo, un subproducto degradado de la religión) siguen latiendo algunos raros libros y autores. Entre ellos, casi todo lo que emana de la órbita de Tiqqun y el Comité Invisible. Siguiendo este rastro conocimos hace meses Un habitar más fuerte que la metrópoli, un extraño y bello libro del Consejo Nocturno (Pepitas de calabaza ed.) que une a la desventaja de ser rotundo el hecho de estar pensado en México, un país que, gracias al racismo de la información, imaginamos inundado de mariachis, turistas, feminicidios y narcos.

Lo primero que hay que decir de este hermoso y breve volumen de poco más de cien páginas es que no se trata en absoluto de una mera copia, un homenaje a anteriores documentos francoitalianos, aunque guarde con ellos buena relación. Al margen de los tópicos, la cultura que parióPedro Páramo sigue manando islas de una radiante soledad. Fíjense: «un iglú no es más que la continuación por otros medios del viento glacial, pero vuelto habitable (p. 106). Pues bien, la lógica de una exterioridad común que irrumpe solo a través de lo contingente permite que el secretocomunitario reconstruya sin cesar otra posibilidad en las situaciones. Para los militantes del Consejo Nocturno el poder ha acabado por confundirse con el ambiente mismo (p. 12). En esta óptica el «sistema», allí donde lo alternativo es sin cesar reintegrado, no es nada distinto al espectacular desorden con el que se presenta el canon informativo del mundo. Una actualidad imperial ante la que siempre estamos en falta.

Vivimos en la guerra mundial entre el invento llamado Hombre y los terrestres (p. 45). El líquido amniótico que nos protege paralizándonos, este «ectoplasma dislocado», convierte a la multiplicidad en la cabeza buscadora de un poder de geometría variable. La calibración molecular de las subjetividades se produce en el folclore multicultural. El Consejo Nocturno cita a Deleuze como el pensador de una autopista sin fin como forma extrema del control. La circulación veloz encarna un modo polimorfo de fijación (p. 64), una manera de encierro que coincide con la libertad de expresión. Mientras la libertad de acción sea nula, bajo el isomorfismo imperial uno puede ser punk, pornoterrorista o doctor en estudios subalternos (p. 77).

Habría que buscar nuevas formas de acercamiento que suspendan la desconfianza metropolitana (p. 93). La metrópoli no es tal o cual dispositivo vertical, sino una localización difusa que tiene su eje en el miedo a habitar la comunidad terrenal, un miedo que ha logrado extenderse. En tal aspecto, también en una fiesta rave de los suburbios hay algo de metrópoli (p. 38). Vivimos bajo una suerte de dogma portátil. Nuestro celebrado nomadismo posmoderno es en realidad una forma genial de inmovilidad cuya segura cobertura se reproduce por todas partes. Le basta para ello duplicar lo singular en una minoría reconocible, un gesto numérico, una marca nueva.

Hipsters y gentrificación: la estética masiva es la policía. La presencia violenta de fuerzas represivas puede muy bien ser suplida por manadas de consumidores de Zara con miles de bolsas (p. 18). Vegetamos bajo modos distantes de socialización sin convivialidad. Entre nosotros toda forma de socialización (Simmel) coincide con la más metódica disociación (p. 27). La metrópoli reúne la fragmentación de los seres, pero en cuanto separados. De ahí este aire abstracto que tiene el ciudadano hiper-conectado. Está aislado en su misma forma de estar presente, en una ausenciaequipada de conexiones. La anestesia se aplica sin cesar ante el avance mundial de la catástrofe. Pero tal sedación es en sí misma catastrófica, pues nos calma al precio de expropiarnos de aquello podría subvertirlo todo, una forma de vida que empuñase la contingencia que nos habita. Para quien flota no hay nada cercano. La lista interminable de catástrofes futuras tapan la catástrofe que está en marcha en nosotros. Nuestra domesticidad exige que todo exterior devenga interior (p. 51).

La población es ella misma una mercancía en medio de un poder que se confunde con el goce (p. 64). Y se goza tanto esclavizando a la gente como liberando a los supuestos esclavos al margen de ellos mismos. Inside every gook there is an American trying to get out!  (p. 15). Pero ningún imperio, por acéfalo que sea, podrá impedir que se multiplique una entropía potencial allí donde surja un dispositivo de control. Para ello solo hace falta que resucitemos el viejo coraje de poner un pie en la zona de indeterminación que jamás pertenecerá a la historia. Una potencia destituyente espera en otro uso de los cuerpos.

Levantar una barricada no es mucho si no se sabe cómo vivir detrás de ella. Se trata de «alinearse con los huracanes» (p. 84). No promoviendo el pánico, al modo de la izquierda virtual; ni tampoco el cinismo, a la manera del nuevo conservadurismo. Habitar plenamente, estableciendo otra relación de amistad con la sombra de cosas y personas, es un gesto revolucionario que permite cancelar, en un momento crucial, toda cartografía (p. 98). Habitar es conectar con el afuera, cultivar sus seres como si fueran hermanos. Cambia el mundo sin tomar el poder, pero constituyendo una potencia que resiste cualquier actualización. Para ello solo debemos, dice el Consejo Nocturno citando a Clastres (p. 111), de llevar la tribu siempre con uno.

 

Presentación día 4 a las 20.00 en el espacio Vian (calle Marqués de Santa Ana 2)

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