Los profundos cambios sociales suelen darse de forma gradual y dejan verse con cierta sutilidad ante nuestros ojos.
Se podría afirmar que todas distopías tienen como base el crear una realidad indeseable a los ojos de quien la observa. La idea, como no podía ser de otro modo, es hacer que el lector sienta que el miedo y la angustia recorre por su cuerpo mientras imagina el hecho de vivir en un lugar donde ya no tiene cabida la libertad.
Existen muchos ejemplos de distopías: 1984, Un Mundo Feliz, El Cuento de la Criada, Fahrenheit 451… la lista es tan extensa como el número de escritores que reflexionan sobre cómo podría llegar a ser el mundo en un futuro alternativo, y quizás no muy lejano.
En tiempos de crisis como la actual, pensar en distopías no es, para nada, una locura. Muchas personas comparan la ciencia ficción con la realidad, haciendo visible las semejanzas y diferencias entre ambos universos. Existe una palabra para eso, y se llama ficcionalidad. Lo cierto, es que forma parte de nuestra propia capacidad intelectual, un miedo, quizás, grabado en el inconsciente humano que nos hace prever las posibles opresiones en un futuro aún indeterminado. Hay quienes, en una exaltación de supuesta cordura, se sienten lo suficientemente animados como para decir que este tipo de acontecimientos son imposibles en nuestras ‘consolidadas’ democracias ignorando, por supuesto, las dinámicas sociales que permiten a las élites políticas y económicas redistribuir su cuota personal de poder para sí.
Lejos de comportarse con cierta quijotería, la realidad actual nos hace pensar que algún día podrían darse las circunstancias idóneas para que tales mundos distópicos existan en nuestro mundo. Sin embargo, no necesariamente esos terrores literarios deben llegar de golpe y porrazo. Los profundos cambios sociales suelen darse de forma gradual y dejan verse con cierta sutilidad ante nuestros ojos. Por ello, es por lo que es todavía más perversa su implementación; porque puede dar lugar a engaños y confusiones, haciéndonos creer que lo existente ni siquiera es tan siniestro como lo anuncian. El sociólogo Pierre Bourdieu desarrolló un concepto para este tipo de cosas: la violencia simbólica. Un tipo de violencia – válgase la redundancia – cuyo objetivo es el hacerse invisible tanto para opresores como para oprimidos, permitiendo así naturalizar las opresiones y hacerlas pasar desapercibidas. Pensemos, por ejemplo, en las tantas formas de micromachismos existentes, como discurren invisibles para todos los agentes implicados en el proceso.
En este caso – y no me extiendo más en divulgaciones – la obra Un Mundo Felizde Aldous Huxley contiene ciertos paralelismos con la realidad. Antes de continuar, se ha de saber que, en caso de que no se haya leído la obra, no se continué leyendo. Es conveniente anunciar que procederé a destripar un poco la obra.
Huxley desarrolla varios focos principales de atención: la libertad y el individuo, la igualdad, las clases sociales (castas), la familia y la vida sexual, el sistema político mundial, la guerra y la civilización son los principales temas de la obra. Veamos estos temas uno por uno.
Castas sociales e igualdad
En la obra de Huxley, existen cinco clases sociales (en este caso castas) muy bien diferenciadas entre ellas: Alfa, Beta, Gamma, Delta y Épsilon. Cada una de ellas se subdivide en dos castas más, a saber: Más y Menos (a excepción de los Alfas, cuya formación es divisible en tres: Alfas Doble Más, Alfas Más y Alfas Menos).
Los individuos son condicionados antes de nacer, es decir, precedentemente de ser fecundados, los óvulos son seleccionados por la calidad de su contenido genético. Aquellas células reproductivas cuya genética es más ‘limpia’ – entiéndase la palabra limpia en su significado más perverso – son seleccionados como la casta dominante de la sociedad (Alfas y Betas). Por cada óvulo, nace un Alfa o un Beta. Mientras que, en las castas subordinadas, los óvulos producen hasta un total de 72 individuos por óvulo. Lo que se traduce a 72 individuos mellizos con una carga genética casi idéntica.
De esta forma, se garantiza que 1) la clase – o casta – dominante sea especialmente reducida, dando lugar a individuos únicos e irrepetibles; 2) la casta dominada es numerosa y los individuos son semejantes entre sí.
Llevando esta idea al nivel sociológico, la estructura social queda planificada antes de nacer. Los dominantes, inferiores numéricamente, son cuidados con la mayor atención sanitaria posible. A ellos, y solamente a ellos, se les condiciona (luego explicaremos el condicionamiento) de tal manera que sean los más fuertes, altos y superiores intelectualmente al resto (a modo de broma, imaginaos a Cristiano Ronaldo con la capacidad intelectual de Stephen Hawking). Al resto de clases subalternas, se les introduce elementos físicos y químicos para que, al nacer, carecen de las cualidades otorgadas a las clases dominantes. Son más bajos, más feos, y con menor inteligencia, y a medida que se desciende en la escala social, menores son las cualidades que estos poseen, permitiéndoles así obtener empleos de menor cualificación, mayor esfuerzo físico y peor remunerados. Pero ¿cómo es posible que en estas circunstancias no exista un deseo de sublevación contra el orden social imperante? La respuesta es bastante sencilla: el condicionamiento.
Este concepto supone el hecho de que, desde el momento de nacer, los individuos ya están preparados biológicamente para el desarrollo de unas determinadas tareas. Además, para que exista una obediencia ciega a este orden social, se les practica técnicas de manipulación mental para que sean conscientes de que esté es su trabajo y obligación. Sin embargo, como se adivinará, no es condición suficiente para que no exista la rebelión de una amplia masa social que se encuentra en estado de opresión. Para ello hace falta un ingrediente secreto más: la felicidad. Todos los individuos son condicionados al nacer para ser felices. Los Alfas y Betas son felices haciendo el trabajo más intelectual y técnico; los Gamma son felices desarrollando su labor de servicios; los Delta y Epsilones son felices produciendo y generando riqueza. Ninguna casta social tiene aspiraciones a mejorar su estatus social, ya que de pequeños han sido sometidos a técnicas de condicionamiento para asegurarse de que así sea. De esta forma, se configura un cuerpo social fuertemente estructurado, impidiendo la movilidad social desde una base biológica y constituyendo una masa de cuerpos y carnes únicamente destinados a los fines diseñados, cuerpos desprovistos de inteligencia que actúan al servicio de las castas superiores.
Y aquí está una de las claves para entender Un Mundo Feliz. No existe la movilidad social vertical (pasar de una casta a otra), pero si la movilidad horizontal (ocupar un puesto de trabajo distinto dentro de la misma casta). Se trata de una sociedad totalmente rígida, más aún que el feudalismo medieval.
Si analizamos sociológicamente la estructura social de la población ficticia, y la comparamos con la actual, nos damos cuenta de que progresivamente, la división social del trabajo ha ido incrementándose estos últimos años. A día de hoy, es cada vez más complicado ascender socialmente entre clases sociales. Ha existido un elevado ascenso de la clase obrera a la clase media durante el último cuarto de siglo XX; sin embargo, desde que la clase trabajadora ha tenido acceso a estudios superiores, los títulos se han ido devaluando progresivamente (Bourdieu ya hablaba de esto en La distinción). Muestra de ello es la incorporación del denominado 4+1 en las universidades españolas. Los universitarios han de cursar obligatoriamente un máster de especialización si no quieren que su titulación se encuentra devaluada en el mercado laboral. Se ven, por tanto, obligados a realizar estudios de posgrado para alcanzar el nivel competitivo laboral. En la cuestión del condicionamiento, asistimos con más frecuencia a una autoexclusión de las clases trabajadoras – y también de muchísimas mujeres, por ejemplo, en titulaciones científicas – a la formación universitaria. Paralelamente, se ha ido fomentando la Formación Profesional como una alternativa viable y sustituible de los grados universitarios. Sin embargo, y no lejos de la realidad, lo cierto es que la incentivación de los ciclos de grado medio y superior se han visto afectados por la posible devaluación de las titulaciones universitarias. En otras palabras, la burguesía y las clases dominantes han optado por que un mayor número de obreros accedan a la Formación Profesional a fin de revalorizar sus titulaciones universitarias y perpetuarse así en el poder. De esta manera, la estructura social de clases actual se queda fuertemente rígida. Autoexclusión y condicionamiento son, este caso, casi sinónimos.
Individuo y libertad
En tanto se da la existencia de una estructura social piramidal y fuertemente constituida en castas, el individuo aparece como un mito, una concepción de unas ideologías pasadas. La individualidad – entendida como una concepción filosófica que pone énfasis en la propia esencia del ser – es suprimida antes de nacer. Solamente a las castas superiores se les permite una cierta individualidad (recordemos, Alfas y Betas) basadas en la propia existencia física y biológica de no ser semejante a otros seres.
Cada Alfa y cada Beta es un único individuo creado en el cuerpo social para desarrollar tales fines, y su individualidad pasa únicamente por esto. Por tanto, la libertad es un privilegio que forma parte de las castas dominantes en la sociedad de Un Mundo Feliz. Por oposición, si en las castas dominantes la individualidad aparece como un derecho, será una exclusión para las castas dominadas. Seres obligados antes de nacer a comportarse como un enjambre social, muy similar a las formas de organización características de algunos grupos de insectos.
La libertad, al igual que la individualidad, es entendida como una idea perversa, cuando no ridícula, que carece de fundamento en una sociedad en la única función asignadas a todos los individuos es la de ser feliz. El hecho de desviarse de la conducta social dominante implica la expulsión inmediata de la misma: no se tolera una distinción en una sociedad que ha sido diseñada para que todos sus miembros se comporten como hormigas. Del mismo modo, la libertad es suprimida en aras de la uniformidad, la ausencia de conflictos sociales y políticos, y el correcto mantenimiento de la sociedad.
El neoliberalismo característico de las sociedades capitalistas occidentales ha puesto el énfasis en la idea de la libertad y la supremacía del individuo por encima de la colectividad. Durante estos últimos sesenta años, las sociedades occidentales han basado sus políticas económicas y sociales en fomentar el consumo de bienes materiales como una manifestación de la libertad e individualidad humana. El individuo– dicen los neoliberales – es un ser único e indistinguible de la gran masa social. Cada uno de nosotros nos diferenciamos del resto, somos unos individuos libres y distintos.
Sin embargo, venimos observado como el argumentario neoliberal va cayendo a medida que se generan pautas de trabajo y consumo. Los modelos de vida sociales basados en la perspectiva neoliberal están bastante definidos: debes ser un ser social fácilmente adaptado a las pautas sociales, consumista, no demasiado ambicioso, y que poseer unas metas bien definidas en la vida (estudia, cásate, ten hijos, trabaja y jubilate). Es la norma social por excelencia. La libertad, por tanto, es mistificada bajo la idea de que cada ser es libre de decidir su destino pero que, sin embargo, al final todos los individuos acaban por asimilar que no existe otra alternativa viable a la impuesta por los ideólogos del neoliberalismo.
Del mismo modo, el ser individual y el social al creerse libre de los efectos de la socialización, piensa que es posible la desviación social. Cuando un individuo se desvía de la norma importante, automáticamente se activan los mecanismos de exclusión y marginalidad social arrojado, de facto a los individuos que no aceptan las normas de la mayoría. Parece ser que, en este sentido, no nos alejamos tanto de Un Mundo Feliz.
Familia y sexo
La familia, para los habitantes de Un Mundo Feliz representa lo primitivo, y cuanto menos, bárbaro. La institución familiar es vista como una organización que se daba en tiempos pretéritos donde los cónyuges estaban obligados a convivir bajo un mismo techo, a tener hijos, y a compartir tanto las penas como las alegrías. Si bien, la familia es una institución caduca, la idea de tener padre o madre resulta graciosamente desagradable.
Para la sociología, la familia es la institución social que regula las relaciones sexuales entre los miembros de la sociedad. En este Estado-Mundo, la familia ha sido abolida completamente de tal manera que las relaciones sexuales entre personas han quedado liberadas del “yugo” de la monogamia. A su vez, una vez liberadas las relaciones sexuales, se permite – y sobre todo se fomenta – relaciones esporádicas y ocasionales entre los miembros de la sociedad.
Ahora bien, aunque no queda representado en la obra de Huxley, podríamos entender que las relaciones sexuales no están bien vistas entre miembros de diferentes castas sociales. En efecto, el sexo actúa como un mecanismo de exclusión social y sexual entre clases, permitiendo únicamente a miembros de una misma – o similar – casta mantener relaciones sexuales entre ellos.
Todos los regímenes sociales de carácter autoritario han intentado, sin éxito, abolir la familia. Asimismo, hasta para el marxismo, que concebía la familia como una institución burguesa que servía como instrumento para producir y reproducir a la clase trabajadora, perpetuando la desigualdad social y la opresión, no fue capaz de abolirla. Ningún régimen lo ha conseguido. Incluso en la Unión Soviética se tuvo que aceptar que la institución familiar era un “mal necesario” finalmente imposible de abolir.
Sin embargo, parece ser que el neoliberalismo es el único sistema económico que está consiguiendo finalmente acabar con la familia. Y habló Zygmunt Bauman en Amor Líquido sobre los efectos que las políticas neoliberales están causando en las relaciones afectivas y sexuales humanas. En la época de la posmodernidad, las relaciones humanas y afectivas tan características de la modernidad están siendo destruidas. Argumenta Bauman, que las personas ya no desean tener vínculos sociales y afectivos duraderos, en cambio, la fugacidad es una cualidad admirable y respetada en la nueva sociedad líquida. Las relaciones son igualmente equiparables al consumo exacerbado, donde la fecha de caducidad de las relaciones termina en el mismo instante en el que son consumidas.Por tanto, el neoliberalismo es una fábrica social que genera cada día más deshechos humanos en forma de relaciones carentes de vínculo y afectividad.
Con todo, en las democracias liberales, las relaciones afectivas entre otros seres humanos no se encuentran tan alejadas de la reproducción social de clases sociales. De igual manera, el enamoramiento y el emparejamiento entre seres humanos se encuentra fuertemente condicionado por la posición social; es decir, la clase social no solamente actúa como un mecanismo que otorga poder y estatus, sino que, además, permite la reproducción social de la clase, en tanto clases dominantes como en clases dominadas. En este sentido, expresó Bourdieu el hecho de que las titulaciones académicas actúa como un mecanismo de exclusión y autoexclusión en cuestiones de sexo y amor. En un estudio realizado durante los años 60 (La Distinción), el sociólogo encontró un nexo que permitía unir a clases sociales entre sí, con el objetivo de no devaluar su propia posición social y perpetuar las generaciones futuras en las esferas culturales, económicas y de poder. Los titulados universitarios solían acabar emparejandose con otros titulados universitarios, de la misma posición y estatus social; de igual manera, ocurre en las clases dominadas que seguían reproduciendo dichas dinámicas de exclusión, reproduciéndose – si cabe la redundancia – entre sí.
Felicidad
La felicidad es el punto central de la obra. Sobre ella, giran todas las ideas, argumentos y acciones. Este concepto está intrínsecamente ligado a la libertad, y este sentido, se establece un sistema de oposiciones. Felicidad/libertad son dos opuestos, enemigos irreconciliables entre sí. Donde existe felicidad no existe libertad, donde existe libertad no existe felicidad. La libertad es sinónimo de desgracia, sufrimiento, desequilibrio; la felicidad es alegría, placer y equilibrio.
En Un Mundo Feliz la máxima de cada individuo es, – valga la redundancia – ser feliz. Esa felicidad únicamente es alcanzada cuando se sacrifica la libertad de acción y de pensamiento. Los individuos de este mundo huyen de las situaciones en las que se generan conflictos. Para ello, toman una sustancia llamada soma, un componente químico (comparado la marihuana) que evade al individuo de una situación complicada a la que no se quiere enfrentar, y que otorga una tremenda felicidad – sin ningún perjuicio para la salud – a quien la toma.
En todas las clases sociales se consume dicha sustancia, y a través de ella se construyen así mismos. Sin embargo, para las castas dominadas, el soma no solamente aparece como una sustancia que ayuda al día a día: es su vida, la fuente de energía que les permite continuar trabajando de la manera en la que lo hacen. Son pagados con raciones de soma de manera regular que para ellos constituyen la mejor forma de ver recompensados sus trabajos y esfuerzos. La felicidad no solo radica en el soma, sino en las relaciones sexuales, en la ausencia plena de libertad, y en la esclavitud del trabajo subordinado que las castas dominadas realizan para el mantenimiento del orden social imperante.
En este sentido, el hiperconsumismo constituye el soma de nuestras sociedades. Los individuos, alienados de toda realidad, se lanzan hacia el abismo de materialismo imperante bajo la forma del capitalismo. “Consumid malditos, consumid” es el eslogan que lanzan las multinacionales y los bancos – muy beneficiados bajo la forma del consumo – como sinónimo de felicidad.
La felicidad de nuestra época se caracteriza por la creciente idea de que los individuos deben consumir y desechar productos en el menor tiempo posible; de estar a la última en la moda deportiva, de comprarse los productos de belleza y estilo facial más demandados entre los personajes de moda.Las personas que por su condición económica no pueden consumir aquellos bienes que la sociedad les impone, son relegados al último escalón social considerándolos como freaks, desviados, o muchas veces simplemente “chusma”. Excluidos de los círculos sociales más cercanos, la dominación actúa doblemente en ellos: primeramente, como factor económico de exclusión del mercado laboral; segundamente, como miembros indeseados de la sociedad que no han podido – o querido – adaptarse a las normas que impera en las sociedades del consumo.
Junto al consumo de bienes y servicios que las sociedades capitalistas son capaces de dar, surge felicidad 2.0. Esta felicidad, a diferencia de la clásica proporcionada por el mercado de bienes y consumo, radica en el hecho de estar constantemente en contacto a través de las redes sociales. Como todo sistema, las redes sociales forman un complejo entramado de relaciones entre familiares, amigos y recientes conocidos – o aún por conocer – que intercambian comentarios, fotos, opiniones o vivencias en comunidad. Frente al auge de lo virtual, contemplamos como en los últimos años se está estableciendo una creciente dependencia a las redes sociales. Cada día, millones de personas se acuestan y despiertan con el móvil en la mano esperando la respuesta o el “me gusta” de su nueva foto. Tal es así, que incluso se ha formado un nuevo fenómeno virtual denominado influencer que surge en el seno de las redes sociales y la comunicación 2.0. Se trata de un individuo que, a través de sus redes sociales, comparte opiniones o gustos por un producto o algún tema – no excesivamente político ni profundo – que suele ser de interés general. A su vez, los individuos insertos en el mundo 2.0 juegan una importante carrera por los “likes”, o por ver quién tiene el mayor número de seguidores en sus redes. Si bien es cierto que no es una cuestión que afecte a toda la población en general, – no se pretende caer en generalizaciones banas – son los hijos de la Generación X los que mayoritariamente se encuentran insertos en esta dinámica social. En cierto sentido, la constante necesidad de estar permanentemente conectados parece ser el nuevo soma de nuestras sociedades.
Sistema político mundial, guerra y civilización
El Estado es la organización social que ejerce para sí el uso legítimo de la violencia. Esta es la definición que Max Weber hacía de los Estados Modernos. En la ficción de Huxley, la organización social de la violencia legítima ha sido sustituida por una nueva forma de organización del poder: el Estado-Mundo, un sistema que se extiende por todo el globo terrestre y que aúna a toda la civilización. Frente al Estado-Mundo se organiza la barbarie, es decir, todo aquel resquicio que la modernidad no ha podido – y querido – ilustrar. Un recuerdo de lo que alguna vez fue el pasado, y de lo que ahora se sitúa como turismo para los habitantes civilizados de Un Mundo Feliz.
El “salvajismo” representa la otredad, una identidad ajena a la civilización y opuesta a esta en intereses y objetivos. En ella, la religión – una extraña mezcla de chamanismo con un cristianismo a medio camino de la gestación – compone el pilar fundamental de la sociedad. La explicación de los fenómenos del mundo pasa por la voluntad de las diferentes y extravagantes divinidades que componen el panteón bárbaro. De la misma manera, las normas sociales son transmitidas a través de la institución familiar (recordemos que opuesto a la civilización donde la familia es una cuestión de burla); las tradiciones sociales se reproducen mediante la comunidad, conformada por un millar – aproximado – de individuos. La escritura, al igual que la educación, carecen de fundamento, pues en la comunidad “bárbara” la ciencia no encuentra su cabida.
En la civilización, la guerra ha sido abolida. Ya no es necesario luchar por controlar los recursos naturales, ni expandir el poder y la influencia del Estado por el mundo, pues como se sabe, no interesa expandir la civilización entre la barbarie. En tanto, el conflicto social es evitado buenamente con altas dosis de soma. El propósito de la civilización es prosperar sin generar grandes cambios sociales que, según la clase dominante, es provocadora de desestabilización, conflictos y guerras. Sin conflictos alguno, existe prosperidad, y el progreso que genera cambios en la estructura social y económica es recibido con cierto recelo.
En este universo, la ciencia se alza como el nuevo Dios. “Por Ford” es la frase más repetida en toda la obra, pues en Un Mundo Feliz, el fordismo supuso una revolución social en todos los sentidos. Trajo con sí el fin de la edad media y el inicio de la modernidad, la ciencia y la tecnología; disciplinas todas ellas que han permitido que la humanidad pueda avanzar hacia estadios superiores de progreso. Y, justamente, cuando se impone la ciencia como una nueva divinidad orquestadora del universo, se mira con recelo las nuevas innovaciones científicas que, en caso de se sospechosas de provocar revoluciones tecnológicas de gran escala, son censuradas en el Estado-Mundo con el objetivo de preservar el orden social. De la misma manera, la filosofía, literatura o la propia historia es suprimida del sistema educativo, al ser considerada como subversiva y poco útil para la sociedad. Las castas dominantes excluyen toda publicación que ponga en duda el orden establecido, o que simplemente, de una visión o una simple idea de cómo era el pasado entonces; pues la libertad, como se ha explicado, poco les sirve para el progreso social.
En cierto sentido, parece ser que las dinámicas políticas y sociales no distan tanto de parecernos al mundo pensado por Huxley. Los Estados Modernos actuales se encuentran en una encrucijada en el que el neoliberalismo juega un papel importante. Mientras que el capital, tal como lo expuso Bauman, se encuentra liberado de las ataduras que antes lo sostenían (escasa movilidad física de capital, fuerte arraigo sindical dentro de un territorio, cierta igualdad de poder en torno a las negociaciones laborales colectivas), ahora se mueve con facilidad entre diferentes Estados. Los países, dice Bauman, no pueden hacer más que arrodillarse ante las grandes riquezas a la espera de que sus suplicas sean escuchadas y estos acepten las propuestas que les están ofreciendo. De la misma manera, los Estados parecen estar perdiendo fuerza a la hora de planificar una economía, o al menos, imponer ciertas políticas económicas para obligar a los mercados a redistribuir las ganancias de la producción. Lo que parece ser es que nos dirigimos, de una manera u otra, hacia un mundo dónde los poderes públicos irán perdiendo fuerza en detrimento de los poderes privados. No es nada descabellado pensar que, en unas pocas décadas, se impongan Estados-Empresas con capacidades similares a la de los Estados Modernos.
Y es que, de la misma forma, se están empezando a librar guerras económicas y financieras entre las diversas multinacionales. Guerras todas ellas, que están afectando al desarrollo de la política mundial, dejando a los países poco margen de actuación.
Parece ser, sin entrar en bastos reduccionismos, que las ciencias exactas y naturales se han legitimado como más útiles que las disciplinas humanísticas y las ciencias sociales. La narrativa actual argumenta que conocimientos como la filosofía o materias como la música no generan beneficio social alguno. A su vez, muchas disciplinas pertenecientes al ámbito de lo social se están empezando a legitimar bajo el paraguas de la ciencia. De tal modo, conocimientos como la sociología o las ciencias políticas, se atribuyen para sí como portadoras del método científico, lo que les permite gozar de un estatus social más elevado que otras ramas del conocimiento.
Si bien, a lo largo de este ensayo se ha intentado dar una breve comparación entre la distopía de Huxley y la realidad política, económica y social actual, no cabe la menor duda de que ciertos fundamentos aquí planteados puedan estar equivocados. He propuesto este tema con idea de hacer ver al público hacia el camino al cual nos estamos dirigiendo.
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