Por José de Villa
Jorge Mario Bergoglio Sívori («Francisco»), llegará a México el 12 de febrero de 2016 y estará en Chiapas, Chihuahua, Michoacán y el Distrito Federal. En estas cuatro entidades federales, como en casi toda la república, la violencia está a la orden del día, junto a la pobreza y a la exhibición, mayor o menor, del maltrato, desprecio y abandono de las poblaciones auténticamente indígenas supervivientes del holocausto iniciado en 1519. Se diseñó un mosaico para que se explaye y luzca el jerarca católico, apelando a la justicia, al amor y a la solidaridad con los desposeídos. Será un buen ensayo de relaciones públicas vaticanas.
Naturalmente, el escenario de fieles deslumbrados por el «representante de Cristo en la tierra», será impresionante, millonario en personas, en costos de parafernalia y de ganancias para la Iglesia Católica. El México católico mostrará una vez más todo su fanatismo, toda su ignorancia y olvidará automáticamente por unos días el baño de sangre al que está sometido, la falta de oportunidades para educarse, superarse, trabajar y gozar de una medianamente aceptable calidad de vida.
«Traigan al papa y consigan un Mundial de Futbol», fue en dos ocasiones el consejo de un pillo para apaciguar los ánimos populares, el descontento de un pueblo que no atina a gobernarse con autonomía, inteligencia y dignidad. Pueblo sobre el que cae como lápida aquella sentencia de algunos rancios historiadores: «la Conquista la hicieron los indios y la Independencia los españoles». Por eso Bergoglio llegará a México, a sacarle al mal gobierno las castañas del fuego, a difundir hasta el hartazgo el mito de la virgen de Guadalupe y con eso atemperar el coraje por las injusticias, las impunidades y el hambre que padece el pueblo.
Esta fórmula está más que aplicada y comprobada su eficacia en la nación mexicana. Funcionó una y otra vez con Karol Wojtyla, el polaco fascista que junto Margaret Thatcher y Ronald Reagan matriculó al mundo en el más despiadado capitalismo salvaje, aunque cínicamente lo condenara desde San Pedro en sus mensajes Urbi et Orbi. ¡Qué fuerza tiene la palabra, que pasan siglos y sigue engañando a la gente!
Hoy Bergoglio será el sepulturero de Ayotzinapa, Tlatlaya, Ostula, Tanhuato, Atenco y mil crímenes más del déspota Enrique Peña Nieto. Cuando pise tierra mexicana, Bergoglio se conducirá como Wojtyla, como cualquier papa se conduce en el Continente Americano, cuyos habitantes fueron elevados a la categoría humana simple y llanamente por bula de Alejandro VI y no por la mera suficiencia de una condición obvia y expresada. Desde luego, este argentino no hallará ocasión para nombrar a los artífices del genocidio en esta parte del Continente Americano: ¡los Estados Unidos!
Tal vez registre la realidad de los niños desamparados, de las viudas abandonadas a su suerte, de las familias desmembradas, pero en ningún momento llamará pan al pan y vino al vino: México sufre una narcodictadura ideada y apoyada por y para beneficio de los Estados Unidos de América.Punto.
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