El régimen de Aliyev se prepara para una nueva operación cosmética, al ser la sede de la Cumbre del Clima de Naciones Unidas, en noviembre, un evento muy criticado por asociaciones de derechos humanos, tras la burla de las elecciones parlamentarias azerís.
Por Angelo Nero | 24/09/2024
Ahora que se ha normalizado el genocidio, tras casi un año de la campaña de exterminio del pueblo palestino en Gaza, y también en Cisjordania, que el mundo ha dado la espalda a la limpieza étnica en Tigray, en Danfur, que ha confinado el futuro de los rohinyas en campos de refugiados, y de que ha convertido el Mediterráneo en una inmensa común, ahora que somos inmunes a las violaciones masivas de mujeres o a la hambruna como armas de guerra, y que el foco mediático nos lleva a poner en duda las elecciones en Venezuela, mientras ignoremos el golpe de estado en Francia, donde al frente de su gobierno han puesto a un primer ministro que no ha pasado del 5% de votos en unas elecciones ganadas por la izquierda, ahora, precisamente ahora, quiero recordar a Armenia.
Tal vez porque Armenia me duele desde que entré, un 17 de agosto -día da Galiza Martir-, en el Tsitsernakaberd, el Museo del Genocidio de Érevan, y escribí: “Ante la mirada indiferente del mundo cayeron, abatidos por bala o por cuchillo, por el polvo o la piedra del camino, por el miedo o la derrota, que eran ya su único alimento, cayeron a puñados, centenares, miles, incontables cadáveres de mujeres, niños que morían con ojos de ancianos, hombres reducidos a la condición de corderos, mientras el mundo cómplice callaba, los armenios caminaban regando la tierra de sangre, empujados al exterminio de su raza, como más tarde caminarían los judíos hacia su martirio, y después de ellos los hutus, los rohinyas, en una espiral del horror que no cesa.
Cayeron como flores secas, como estrellas fugaces, como cenizas, invocando a un dios que les había dado la espalda, cerrando los ojos como ese mundo que seguía tomando café en las terrazas, bañándose en las playas, llevando a los niños al colegio, tal vez como ahora mismo, cuando siguen cayendo a centenares, a millares, los palestinos, los kurdos, los hutíes… ¿Qué futuro tiene un mundo que repite una y otra vez el pasado, indiferente ante el exterminio de pueblos, comunidades religiosas o grupos políticos?”.
El Genocidio del pueblo armenio fue el primero del siglo XX, en el periodo comprendido entre la primera y la segunda guerra mundial, en un momento de profundos cambios geopolíticos en los cuales desaparecieron fronteras y aparecieron otras nuevas, pueblos enteros fueron exterminados, bajo imperios como el otomano, que en su agonía, se llevó por delante millones de hombres, mujeres y niños, no solo armenios, sino también asirios y griegos pónticos. Solo un par de décadas después, en 1939, cuando Hitler ordenó a sus ejércitos la invasión de Polonia, dijo: «quién se acuerda hoy de los armenios». Los nazis pudieron iniciar su propio holocausto gracias al olvido, y ese olvido fue el que llenó los campos de exterminio donde, esta vez judíos, gitanos y prisioneros políticos -como los republicanos españoles- fueron pasados por las cámaras de gas.
El destino de la nación armenia, desde entonces, no ha dejado de incidir en la tragedia, tras el Genocidio de 1916, su presencia fue erradicada de la Armenia Occidental, ahora bajo dominio turco, y aunque tuvo un periodo de relativa prosperidad, como república soviética, tras el desplome de la URSS, y tras declarar su independencia, en 1990, una serie de convulsiones políticas y sociales volvió a amenazar a este pueblo caucásico, la más grave, la guerra contra el vecino Azerbaiyán, tras la declaración de independencia, en 1988, del óblast de Nagorno Karabakh, de mayoría armenia pero situado dentro de la RSS azerí. En 1994 finalizó el conflicto armado, con la victoria armenia, y el territorio se transformó en una república de facto, bajo el nombre de Artsakh.
El panturquismo o el panturanismo, ideologías que defienden la limpieza étnica y el darwinismo social, no muy distintas del sionismo, no dejaron de señalar a los armenios como objetivo, y desde la Turquía de Erdogan o el Azerbaiyán de Aliyev, no han dejado de proferir amenazas contra ellos, con un cierre de fronteras, prácticamente desde la creación del estado armenio hasta nuestros días, unas amenazas que se materializaron todavía más en 2020, cuando el ejército azerí lanzó una invasión a gran escala de Nagorno Karabakh que desbordó, con un gran despliegue de artillería y de drones de fabricación turca e israelí, al Ejército de Defensa de Artsakh, que perdió dos tercios de su territorio, quedando la pequeña república reducida a su capital Stepanakert, y a las pequeñas ciudades de Martuni, Martakert y Vank, y perdiendo el control del paso de Lachin, el cordón umbilical que les unía a la república de Armenia, que quedó en manos de las fuerzas de paz rusas.
Desde entonces el régimen de Bakú no dejó de hostigar no solo a las menguadas defensas de Artsakh, sino que un año después también dirigió un ataque masivo a las fronteras de Armenia, en lo que parecía una declaración de guerra total contra Ereván, con un gobierno, el de Nikol Pashinyan, cada vez más debilitado por sus devaneos con Occidente, que no movió un dedo cuando, en diciembre de 2022, Azerbaiyán bloqueo el paso de Lachin, y comenzó un largo asedio medieval, de la población karabají. Durante 9 meses y 18 días, la comunidad occidental ignoró como el régimen dictatorial de Aliyev intentaba doblegar con el hambre y el frío a las bravas mujeres y hombres de Nagorno Karabakh, que solo abandonaron sus hogares cuando, en septiembre de 2023, ahora hace un año, el ejército azerí inició la definitiva ofensiva para una limpieza étnica de manual que apenas mereció unos minutos en los telediarios.
En 24 horas la práctica totalidad de los armenios de Artsakh desparecieron, más de cien mil almas emprendieron el camino del exilio, pero esto no ha bastado para apaciguar las ansias expansionistas de sus vecinos, si no más bien las han alentado. Los choques en la frontera han sido continuos desde entonces, y a la amenaza turco-azerí, se ha sumado también una creciente oposición interna al gobierno de Nikol Pashinyan, al que culpan de haber capitulado contra el enemigo. Las manifestaciones en las calles de Ereván y en otros puntos del país, se incrementado, aunque hasta ahora, por falta de un liderazgo firme, no habían supuesto una amenaza clara para el gobierno armenio, aunque en mayo cobró protagonismo el arzobispo de Tavush, Bagrat Galstanián, que encabezó un movimiento de oposición cívica del que todavía no se sabe que alcance puede llegar a alcanzar.
En los últimos días el gobierno de Pashinyan anunció la desarticulación de un complot que tenía como objetivo propiciar un golpe de estado para apartarlo del poder, donde se detuvieron a varias personas de nacionalidad armenia que habían sido entrenadas en Rusia, entre ellas varios ciudadanos de Nagorno Karabakh, aunque todavía no se conocen todas las circunstancias del plan.
Mientras tanto el régimen de Aliyev se prepara para una nueva operación cosmética, al ser la sede de la Cumbre del Clima de Naciones Unidas, en noviembre, un evento muy criticado por asociaciones de derechos humanos, tras la burla de las elecciones parlamentarias, boicoteadas por la oposición, donde el partido gubernamental ha arrasado, y también por el movimiento ambientalista, ya que carece de sentido que una cumbre climática se organice, precisamente, en un país que fundamenta su economía en la extracción de gas y de petróleo de sus yacimientos en el Caspio.
Se el primero en comentar