Ucrania/Donbass: Una renovada Guerra Fría

La realidad siempre es más compleja que cualquier narrativa nacionalista y un conflicto tan extenso como el del Donbass, necesariamente tiene muchas aristas.

Ignacio Hutin

La división política y étnica en Ucrania no es nueva y es visible, notablemente obvia. Basta con mirar los mapas electorales desde la independencia en 1991: el sudeste suele votar partidos cercanos cultural y políticamente a Rusia, mientras que el noroeste se dirime entre el nacionalismo y los partidos proeuropeos. También puede apreciarse esta grieta a partir de mapas lingüísticos, en donde se ve qué en el oriente es notablemente mayor el ruso como idioma nativo, mientras que en occidente predomina el ucraniano. La región del Donbass, en el extremo oriental, solía ser la más industrializada del país, pero está en guerra desde hace casi ocho años.

Estas divisiones no significaron mayores problemas sino hasta 2013. Por entonces gobernaba el país Víktor Yanukovich, proveniente del este, y en noviembre optó por no firmar un acuerdo político-comercial con la Unión Europea. Éste implicaba el establecimiento de una zona de libre comercio y era mutuamente excluyente con un tratado firmado con Rusia. Yanukovich privilegió su relación con Moscú en una decisión tanto sentimental, porque Rusia era su aliado cultural, como económica, porque era su principal socio comercial. No parecía una decisión disparatada. Pero muchos ucranianos interpretaron esto como un alejamiento de los valores democráticos y liberales que supuestamente representa la Unión Europea para acercarse a los valores antagónicos que supuestamente representa la Rusia de Vladimir Putin. Hubo importantes manifestaciones, cada vez más violentas, hubo represión y decenas de muertos. A lo largo de más de tres meses, se conformaron agrupaciones armadas para enfrentar al gobierno, muchas de ellas se caracterizaron por su ideología ultranacionalista y por la reivindicación de colaboradores del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.

En febrero de 2014 cayó el gobierno. Como no hubo renuncia ni impeachment, hay quienes creen que se trató de un golpe de estado. Por ejemplo, el Kremlin. Este fue el inicio de un efecto rebote: mientras el occidente celebraba el fin de Yanukovich y los grupos paramilitares nacionalistas avanzaban, el este también se levantó en armas. La guerra comenzó en abril, cuando cientos de separatistas (o terroristas, según Kiev) tomaron la sede del gobierno de la provincia de Donetsk y las oficinas del Servicio de Seguridad Ucraniano. Al mes siguiente se declaró la independencia de la República Popular de Donetsk, o DNR, por sus siglas en ruso, y la República Popular de Lugansk, o LNR. Las siguientes semanas trajeron avances separatistas hacia el oeste (fueron tomadas las ciudades de Sloviansk, Kramatorsk, Mariupol) y la creación de la República Popular de Lugansk, o LNR, en la provincia más oriental de Ucrania. Pero el punto de quiebre fue el 2 de mayo.

En la ciudad portuaria de Odessa, a más de 700 kilómetros de Donetsk, se enfrentaron dos sectores de la sociedad claramente contrapuestos. Odessa vio el choque entre quienes apoyaban el movimiento “Euromaidan”, nacionalista pero con miras a occidente, y quienes apoyaban al depuesto mandatario y miraban hacia Rusia. La cuestionada anexión (o recuperación, en términos de Moscú) rusa de Crimea en marzo no hizo más que exacerbar el conflicto. Y el 2 de mayo terminó con un edificio en llamas y 46 activistas prorrusos muertos. A partir de entonces, el gobierno comandado por Petro Poroshenko comenzó a apoyar cada vez más a agrupaciones de extrema derecha como Sector Derecho, Svoboda y el abiertamente neonazi Batallón Azov. Tenían su propia financiación, su propio armamento y estaban más motivados que cualquier soldado del ejército regular.

Han pasado casi ocho años desde entonces, se han firmado los Protocolos de Minsk para terminar con la guerra, pero poco ha cambiado. Ucrania se niega a cumplir con lo firmado en la capital bielorrusa y que implicaría un retorno del Donbass a la órbita de Kiev, pero como territorios autónomos. Por otro lado, la incorporación del discurso más nacionalista a la retórica estatal lleva a naturalizar el racismo hacia la población rusa. No es casual que tantos españoles, latinoamericanos y ciudadanos de otros países hayan viajado para enfrentarse a los grupos paramilitares ucranianos y a sus discursos xenófobos. Poco les importa a estos voluntarios que el Estado ucraniano los considere terroristas.

Claro que responsabilizar por la guerra exclusivamente a Ucrania sería ingenuo. Rusia buscó proteger sus intereses económicos, políticos y en materia de seguridad y defensa frente a un país que comenzaba a escapársele de entre las manos, que se acercaba más que nunca a la OTAN. El Donbass no se hubiera independiente y en guerra sin los aportes rusos de dinero, armas, hombres y directivas. Aún hoy Ucrania considera que la guerra no es interna, sino contra Rusia y las relaciones entre ambos países son tan tensas que ni siquiera hay vuelos directos entre ambos desde 2015.

Y también sería ingenuo limitar la disputa a cuestiones identitarias. Ninguna guerra se explica sin que exista un importante negocio de por medio. Por un lado, la industria pesada del Donbass (antigua pero de calidad) pasaría a competir con la de, por ejemplo, Alemania y eso implicaría el cierre de muchas fábricas en la región. Además, el carbón local se vende a muy buen precio y quien controle su producción y comercialización se llevará un buen botín. Ese es al día de hoy el principal ingreso de las repúblicas autoproclamadas. Por otro lado, aparece la exportación de gas ruso a la Unión Europea. Estados Unidos busca ganar ese mercado, por más que su gas licuado transportado por vía marítima sea mucho más costoso que el ruso, que llega directamente a Europa occidental mediante gasoductos. Es así que la retórica de una Rusia villana, amenazante, peligrosa y poco confiable, funciona.

La realidad siempre es más compleja que cualquier narrativa nacionalista y un conflicto tan extenso como el del Donbass, necesariamente tiene muchas aristas. Eso habilita a que los distintos actores involucrados utilicen la que mejor les cuadre a sus ambiciones. Y que, de alguna forma, todos estén y al mismo tiempo no estén en lo correcto.


Ignacio Hutin, El periodista argentino Ignacio Hutin llegó a la región de Donbass, dominada por los independentistas rusófilos. Una vez allí, sobre el terreno, comenzó a investigar el día a día de las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL). En su periplo tuvo la oportunidad de visitar las trincheras y el frente de los combates que separan a los rebeldes de las fuerzas del gobierno ucraniano a escasos 500 metros. Estas experiencias las recoge en “Ucrania/Donbass: Una renovada Guerra Fría”, editado por Apostroph.

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