Ucrania, carne de cañón y presa de caza

Rusia y EE. UU. se reparten el filete ucraniano mientras Europa se tapa los ojos. / Joe O’Boyle.

 Zelenski, que nunca ha entendido que la única posibilidad real de que Ucrania ganara la guerra contra Rusia residía en unas hábiles gestiones diplomáticas a través de una Europa con verdadera soberanía política, se ve enfrentado ahora a las consecuencias de sus actos.

Por Jayro Sánchez | 7/03/2025

Volodímir Zelenski ha capitulado. Tres días después de protagonizar una tensa discusión con Donald Trump por las negociaciones que este está desarrollando con Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania, su presidente ha aceptado el «fuerte liderazgo» del mandatario estadounidense en el proceso de paz y ha propuesto al máximo dirigente ruso, Vladimir Putin, una tregua parcial en los combates.

Su última esperanza sucumbió el pasado domingo. En una reunión en Londres, ejecutando los gestos solidarios y afectuosos de rigor ante las cámaras de los medios de comunicación, sus traicioneros «aliados» europeos le confirmaron que su situación es insostenible. Ellos quieren «luchar» junto a él, pero, o llega a un acuerdo con EE. UU., o está solo.

Al día siguiente, el mundo contempló cómo Trump paralizaba los remanentes de la última partida de armamento que el expresidente Joe Biden había ordenado enviar a Ucrania poco antes de dejar el cargo.

Y anteayer también observó cómo se pausaban las entregas periódicas de la información que las agencias de inteligencia estadounidenses recogían sobre los movimientos y la logística de las tropas rusas destacadas en el Estado ucraniano.

Si vis pacem, para bellum

Ambas medidas se tomaron con el objetivo de presionar a Kiev, que exige «garantías» que le permitan defenderse en la posguerra para aceptar la paz. Sin duda, es un argumento paradójico.

Similar al que algunos líderes europeos esgrimen al afirmar que la única forma de mantener seguro este país de la Europa Oriental es desplegar en él una «fuerza de paz» compuesta por tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO, en sus siglas en inglés).

Moscú jamás aceptaría semejante idea. En primer lugar, porque evitar la presencia de la Alianza en suelo ucraniano fue una de las principales finalidades de su invasión. Y, desde otro punto de vista, porque las últimas revelaciones respecto al verdadero propósito de los Acuerdos de Minsk (2014) —ganar tiempo para rearmar y entrenar al Ejército de Kiev— le han demostrado que no puede confiar en Occidente.

Además, al Gobierno ucraniano no le quedan muchas opciones. Gran parte de su infraestructura ha sido destruida, una importante porción de su territorio ha sido ocupada por soldados rusos, su población se ha dispersado y cada vez más militares desertan de su propio Ejército.

Incluso su ministro de Finanzas, Sergii Marchenko, reconocía el pasado diciembre que sus Fuerzas Armadas solo podrían resistir hasta el verano si no se les enviaba nuevo material de guerra.

Costes actuales de una paz que ya debería ser historia

Por lo tanto, Zelenski, que nunca ha entendido que la única posibilidad real de que Ucrania ganara la guerra contra Rusia residía en unas hábiles gestiones diplomáticas a través de una Europa con verdadera soberanía política, se ve enfrentado ahora a las consecuencias de sus actos.

Y va a ver a su patria no solo abandonada, sino expoliada, por sus queridos «amigos». Los recursos naturales más valiosos de Ucrania están situados en zonas controladas por Rusia, o van a ser extraídos por EE. UU. para pagar los préstamos armamentísticos y financieros que este le ha hecho a Kiev.

La reconstrucción de lo que los disparos y las explosiones han derribado será otro suculento negocio para los poderosos fondos de inversión norteamericanos como BlackRock.

Los muertos no volverán a sus casas. Los heridos no recuperarán las extremidades perdidas, ni volverán a ver por las cuencas de sus ojos ciegos. Los que no tengan techo bajo el que refugiarse serán asesinados por el frío del próximo invierno, y muchos de los que huyeron no podrán retornar, porque lo han perdido casi todo. Esta es la historia de un gran fracaso que se podría haber evitado.

La política, el arte de lo posible y de lo impensable

Si Ucrania ya afrontaba serias dificultades antes de que se produjera el golpe de Estado de 2014, ahora estas se han agravado. La extrema derecha que reivindica el legado de los ultranacionalistas ucranianos que colaboraron con el nazismo en la década de 1940 ha vivido y protagonizado la experiencia de la toma violenta del poder, y no la olvidará.

Aprovechando el caos generado por la ocupación rusa de Crimea y el conflicto en el Donbás, se ha infiltrado en los cuerpos policiales y militares del país, consiguiendo una influencia política, institucional y social mucho más eficaz, invisible y, en consecuencia, útil, que la que podría haber obtenido por medio de unas elecciones.

La diversidad étnica, lingüística y religiosa que hace no tantos años caracterizaba y enriquecía la cultura de esta nación es perseguida y aniquilada en la actualidad.

Y el proceso de democratización que se dio en ella entre finales de la década de 1980 y principios de la de 1990 se ha frenado por completo debido al establecimiento del estado marcial, que Zelenski y sus aliados políticos conservadores han aprovechado para ilegalizar a sus rivales izquierdistas y federalistas.

Negociar con la naturaleza

El águila estadounidense y el oso ruso se están dando un festín con el delicioso filete que Ucrania representa en términos geopolíticos. Y Europa, que podría haber sido el actor decisivo que distendiera las causas del conflicto que la asola incluso antes de que este explotara, ha decidido taparse los ojos.

Con sensatez, la antigua diosa no quiere atacar al temible rey de las montañas que gobierna al este. Y, con temeridad, deja que la señora de los cielos que todas las mañanas alza el vuelo desde poniente le arañe el rostro con impunidad. ¿Nunca se habrá planteado, como el hombre primitivo, relacionarse de otra manera con la naturaleza?

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