El régimen de Aliyev cortó la única carretera que une Artsaj con Armenia. Hace más de un mes que no ingresan alimentos, ni medicamentos, ni combustible. Magda Tagtachian, escritora y periodista, se suma a quienes cuentan al mundo este desastre humanitario.
Por Magda Tagtachian | Telam
Si hay algo que caracteriza las calles de Artsaj son sus mercados atestados con estanterías repletas de vegetales de los más diversos y extraños, productos frescos de las granjas de la zona y otros que llegan desde Armenia, parecen cuadros del famoso manierista, Giuseppe Arcimboldo. Berenjenas, repollos, manzanas rojas y verdes, coliflores, rabanitos, papas, batatas, zapallos. Y los dulces, sushuj dulce hechos con damascos, y dátiles y conservas. También panes pero especialmente el lavash que se hace con agua y harina, el pan finito; y los quesos -el más común es de cabra-, más las enormes palanganas de acero rebosantes de hierbas frescas y bien verdes “ganachi”, verde en armenio, que las matriarcas armenias, envueltas en sus delantales coloridos, usan para preparar en el momento el famoso shingalov hats, “la empanada de Artsaj”.
En un disco gigante untado con generosas dosis de manteca, las mayrigs, madres, y medz mayrigs, abuelas, preparan el shingalov hats, lo cierran como una empanada y lo sirven en mano tibio. Es delicioso y la gente se sienta en la vereda a saborearlo.
Nada existe de esto ahora.
Las estanterías están vacías.
La República Autónoma de Artsaj está sitiada desde hace más de un mes. Concretamente desde el 12 de diciembre de 2022. Esto quiere decir que los 120 mil armenios que viven en Nagorno Karabagh (la antigua denominación), no pueden entrar ni salir del lugar que habitan y habitaron sus familias ancestralmente porque Azerbaiyán cortó la única carretera que la une a Armenia y a través de Armenia con el resto del mundo: el Corredor de Lachin.
Tras la guerra de los 44 días, desatada el 27 de septiembre de 2020 cuando las fuerzas de Azerbaiyán atacaron Artsaj, se estableció un acuerdo tripartito entre Armenia, Rusia y Azerbaiyán. Artsaj tuvo que entregar las dos terceras partes de su territorio ocupado ahora por Azerbaiyán. En el acuerdo del 9 de noviembre de 2020, entre varios puntos, se establecía que Rusia se comprometía a velar por la paz en esta zona del Cáucaso, controlar que se respetara el alto el fuego por ambas partes y que se mantuviera despejado y con libre circulación el Corredor de Lachin, ese hilo que une Artsaj con Armenia y es vital.
Pero Rusia hoy parece mirar hacia otro lado. Quizá distraída con Ucrania o quizá pensando en el gas que Azerbaiyán le venderá para paliar el invierno con temperaturas bajo cero. Europa también depende del gas de Azerbaiyán. Entonces la extorsión suena completa. Para que se entienda: el 12 de diciembre, un supuesto grupo de ambientalistas de Azerbaiyan se instaló y cortó el Corredor de Lachin.
Autodenominados ambientalistas que pedían el cese de actividades de una mina de oro localizada en Artsaj y que implica mínimas ganancias para Artsaj, sobre todo en comparación a las entradas de Azerbaiyan por el gas y petróleo. Ambientalistas vestidos con chalecos de cuero animal. Ambientalistas de una autocracia -gobernada por la familia Aliyev desde 2003-, que desconoce en su historia actividad alguna en defensa del medio ambiente. Y “ambientalistas” de un régimen denunciado por Amnistía Internacional y varias ONG e instituciones de derecho internacional por represión de estado, encabezando los primeros puestos en el ranking de presos políticos.
Ese 12 de diciembre de 2022, la supuesta ambientalista abrigada con cuero animal, sostenía una paloma en su mano como “símbolo ecológico”. Cuando abrió la mano la paloma cayó sin vida al piso, estrangulada por la fuerza que ejerció la mujer. El momento quedó grabado y circuló en redes sociales, dando lugar a memes, quizá como prueba cínica de lo que en realidad este grupo de autodenominados se proponía. De hecho, entre ellos se identificó a agentes del servicio secreto de Azerbaiyán, haciendo el gesto de los Lobos Grises, organización de extrema derecha que responde al régimen de Erdogan, socio político de Aliyev.
Con la llegada del invierno y las calles cubiertas por la nieve, la máscara de los ambientalistas con tapado de piel cayó, como cayó la paloma. Ya no están y su lugar lo ocupan soldados del régimen azerí fuertemente armados. Ante esta delgada línea que separa la vida y la muerte llegaron a manifestarse en forma totalmente pacífica los armenios de Artsaj. Familias enteras, con madres, abuelas y niños sostenían carteles y banderas reclamando que abran el Corredor de Lachin. El Corredor de la Vida.
De los 120 mil armenios que viven en Artsaj, 30 mil son niños. Las clases en las escuelas están suspendidas porque las temperaturas bajo cero y la falta de alimentos no permiten sostener la actividad. Además, 350 personas no pueden recibir tratamiento médico porque necesitan viajar a Armenia para hacerlo. Y en terapia intensiva agonizan 18 pacientes. Once de ellos son niños.
Debido al bloqueo, las 400 toneladas de alimentos que llegaban diariamente desde Armenia a Artsaj ya no pueden ingresar. Existe un llamado de emergencia a la acción internacional, según lo manifiesta el propio gobierno de Armenia, de Artsaj y las embajadas de Armenia en el mundo, incluida la de Armenia en Argentina. Se propuso también establecer un corredor humanitario desde el aire, con aviones de Naciones Unidas que puedan lanzar víveres desde el aeropuerto de Stepanakert, pero aún no se pudo concretar y no hay garantías para usar este aeropuerto que quedó dañado tras la guerra del 2020.
Mientras tanto, en las calles de Artsaj, y sobre todo de la capital Stepanakert, donde la escasez es peor, y ahora también Azerbaiyán cortó el gas e Internet, se forman filas en casi todas las despensas. La gente pregunta qué hay, qué llegó esta mañana de las pequeñas granjas de la zona. A veces queda una papa o dos que dividen entre un par familias. Se rumurea que pronto podrían implementar la ración diaria de pan, como en las épocas soviéticas y como ocurrió en la guerra de los 90.
Ni hablar del café o del jabón para lavar la ropa o detergente, también ya inexistente.
En mi novela “Nomeolvides Armenuhi, la historia de mi abuela armenia”, narré justamente como en épocas soviéticas, las familias tenían que tostar garbanzos, lo único que tenían, para semejar el café. Hoy hacen lo mismo en Artsaj donde el café es un lujo ausente, igual que el tabaco.
Entonces, las familias en Armenia exprimían el último fruto del árbol de moras o de caquis en los patios de las casas para preparar dulce y conservas, o vodka, y tener algo para llenar el estómago. Entendí por qué la abuela Armenuhi, a mis 12 años, me obligó a terminar el plato de shish kebab cuando me negué a comer aludiendo que estaba a dieta.
Entendí por qué a mi abuela se le llenaron los ojos de lágrimas cuando la tía Alicia contó cómo la abuela, con el estómago hundido por el hambre, había tenido que huir de la matanza: el genocidio que los turcos perpetraron contra el pueblo armenio en 1915. La abuela tenía un año y medio y dejó Aintab, su aldea en el sur del Imperio Otomano para viajar escondida en la alforja de un burro hasta refugiarse en Alepo, Siria. Ella, su papá, su mamá y su hermanito Antranik -de nueve meses- tuvieron que dejar toda su vida atrás solo por ser armenios, ese gran pueblo originario de la meseta de Anatolia, que los Jóvenes Turcos en el poder decidieron exterminar.
“Hay sólo dos o tres historias que van camino a repetirse, como si nunca hubieran sucedido antes”.
Es la frase de Willa Cather encabeza mi libro “Nomeolvides Armenuhi” y la tomé después de ver la película “Los unos y los otros”, de Claude Lelouch. Allí, la madre judía arroja a su bebé a las vías del tren para salvarlo -los están llevando a un campo de concentración. Cuando Armenuhi vio esta escena en el cine no podía parar de llorar. Tenía 67 años. Y soltó lo que había quedado sellado en su pecho hacía seis décadas. Cuando regresaron a su casa de Aintab, tuvieron que volver a huir porque los otomanos los tomaron a punta de fusil, los sacaron desnudos a la calle y los subieron a un tren que los deportaba a Der Zor, donde ocurrieron las caravanas de la muerte, donde los armenios morían por inanición. Mi bisabuelo esperó a que se hiciera de noche, la envolvió en un trapo y la arrojó a las vías para salvarla. Así llegó toda la familia de nuevo, en 1920, hasta Alepo, comiendo pasto y tierra, poniéndose piedras en la boca para evitar las llagas por la sed. Nunca más regresaron a su tierra natal. La abuela Armenuhi llegó sola con 14 años a la Argentina, para casarse con un desconocido, el abuelo, Yervant Tagtachian.
Raphael Lemkin acuñó la palabra genocidio, luego del Holocausto. “Después de todo quién se acuerda de los armenios?”, escribió Adolf Hitler. El Genocidio Armenio fue una escuela de matanza para perpetrar el Holocausto. Lemkin, judío polaco, a quien le mataron 49 familiares, nombró lo innombrable. Genocidio: matanza, limpieza étnica de una minoría por parte del Estado, por razones político, étnica y religiosas”.
Es lo que sucede hoy en Artsaj. Aliyev también corta intermitentemente la tubería de gas para dejar sin calefacción los hogares en pleno invierno y también corta la energía eléctrica. Siembra el terror, el daño psicológico, el desgaste, además de la crisis sanitaria, humanitaria e interrumpir la producción económica local. Con total impunidad, recientemente declaró en conferencia de prensa que Azerbaiyan abrirá el corredor de Lachin para “los armenios que decidan salir de Artsaj”. Pasaje de ida, sin retorno, obviamente. Esto significa limpieza étnica. Genocidio. Es un crimen de lesa humanidad.
Hace semanas, y no se cansa de repetirlo, Aliyev también proclamó que Ereván -la capital de Armenia-, territorio soberano, es de Azerbaiyán. Además, le cambia el nombre, la llama Erevin, como forma de apropiarse. Lo mismo hizo en la guerra de los 44 días. A Shushi, le cambió el nombre por Shusha, práctica utilizada también por el Imperio Otomano cuando exterminó a los armenios en 1915. Por ejemplo, a Aintab, la aldea de mi abuela, la denominaron Gaziantep.
Cuando Aliyev vocifera que los armenios de Artsaj tendrán que irse, se le olvida el derecho de autodeterminación de los pueblos. Aquel por el cual Artsaj se convirtió en República Autónoma e Independiente, tras un referéndum en que su población mayoritariamente votó independizarse de Azerbaiyán. Es que, en épocas soviéticas, Stalin había entregado arbitrariamente y como moneda de cambio, Nagorno Karabagh a Azerbaiyan. Aliyev tampoco respeta el acuerdo del 9 de noviembre de 2020.
Los armenios pedimos la atención y la ayuda del mundo. Es urgente. Es ahora. Hay hambruna en las calles de Artsaj. Que la historia no se repita. Los armenios queremos vivir. En nuestras tierras. Merecemos vivir. En paz.
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