Trabajo doméstico: Amas de casa, amas de nada

Por Laura Isabel Gómez García

El presente artículo pretende dar a conocer cifras, datos y reflexionar entorno al trabajo doméstico no remunerado. Es importante este matiz, porque si hablamos del trabajo doméstico y de cuidados sí remunerado, la realidad, aunque a priori pudiera parecer la misma, no lo es. El trabajo doméstico y de cuidado sí remunerado es una realidad que necesita un abordaje especial y específico pues hablamos en ese caso de un trabajo que prácticamente en su totalidad está en manos de mujeres inmigrantes internas en casas de personas españolas. Ese sería a groso modo el perfil de la trabajadora doméstica y cuidadora sí remunerado; que no por ser remunerado está bien pagado ni valorado como se debiera, sino todo lo contrario. Al ser una realidad diferente al no-remunerado lo dejo para un futuro artículo, así puedo centrarme en ambos y dedicarles las líneas que ambos merecen.

El trabajo doméstico se ocupa de las tareas del hogar, de los cuidados de todos los miembros de la familia, y va desde la limpieza general de la casa, ocuparse de atender todas las demandas y necesidades de las personas que viven en ella, hasta desarrollar una multitarea continua en diferentes disciplinas, pues las madres son cocineras, enfermeras, costureras, peluqueras, limpiadoras, “mayordonamas”, canguros, profes particulares, pintoras, artistas, recaderas, administradoras, secretarias… Y todas las profesiones que se os puedan ocurrir, pues se ocupan de absolutamente todo.

En palabras más técnicas se puede definir el trabajo doméstico no remunerado, como todas aquellas actividades que producen bienes y servicios, que se realizan dentro/fuera de casa y que están centrados en cuidar, atender, y ser el pilar que sustenta el bienestar a todos los niveles de las personas que viven en el hogar, sin un salario, sin derechos y sin reconocimiento a cambio.

Este trabajo es “el rey” de los trabajos no remunerados, y así lo dejan claro los números estadísticos. Según datos de la OCDE, los hombres destinan 146 minutos/día a tareas no remuneradas, mientras que las mujeres destinan 289 minutos/día. Por lo que esta realidad está totalmente feminizada.

En nuestro país se dedicaron 130 millones de horas/día al trabajo de los cuidados y tareas del hogar no remuneradas en 2018, si estas horas se pagaran según el Salario Mínimo Interprofesional estaríamos hablando del 14’9% del PIB, siendo dos tercios de ese trabajo los que recaen sobre las mujeres (fuente: la OIT- Organización Internacional del Trabajo).

Es justo decir que estamos claramente ante una economía sumergida que nunca formará parte de la “economía oficial” porque no es rentable para los Estados siendo las mujeres sobre las que recae tradicionalmente el peso de estas tareas del hogar y de cuidados no remunerados porque tanto los Gobiernos como la sociedad en su conjunto asumen que tiene que recaer sobre las mujeres “por amor”. Ese mandato de género y rol que el Patriarcado se ha encargado de inculcarnos desde hace miles de años y que aprendemos desde nuestra más tierna infancia, el de ser buena madre y esposa abnegada que se entrega por amor a los demás, porque la mujer según esta teoría está pre programada desde el útero materno para ello. Por suerte, esta teoría se está desmontando. Las mujeres cada vez nos estamos empoderando más, nos reconocemos también como sujetos que necesitan y merecen el mismo amor que entregamos.

Hace ya muchas décadas que las mujeres salieron de la esfera exclusivamente privada de las cuatro paredes de sus casas para salir al mercado laboral en la esfera pública, en cambio mientras las mujeres sí han salido a la calle a trabajar, los hombres no han entrado en casa para trabajar dentro de ella, y así hacer un trabajo conjunto de cooperación en el núcleo familiar. Algo injusto pues la casa es de ambas partes; los hijos e hijas son de ambos también y la responsabilidad de cuidar de la familia y de las tareas domésticas debería recaer en los hombros de todos los miembros de la casa, y no únicamente en los de una persona sola.

No sirve el manido argumento de “Sí, sí, pero es que yo me marcho a trabajar y tú te quedas en casa. Ya que no trabajas, por lo menos cuidas tú de la casa y los niños”. ERROR. Tú y yo trabajamos igual, solo que tú lo haces en un espacio fuera de casa, y yo lo hago dentro de casa. Tu jornada laboral tiene un principio y un final, sabes cuando entras y cuando sales, normalmente, pero la jornada del “ama de casa”, no tiene ni principio ni final. Porque cuando tu jornada ha finalizado, la del “ama de casa” continua. Tú has trabajado 4, 6, 8 horas; ella no tiene horario, está disponible las 24horas del día para la familia y los menesteres que surjan entorno a la vida familiar; y para más inri, si friegas los platos, tienes el cuajo de decirle “Te he fregado”, o “Te he barrido la cocina”, “Te he ido a comprar”, y ahí está ella, que va y te da las gracias cada vez que pierdes 5, 10, 15 minutos de tu tiempo de ocio en “ayudar”. ¿Cuántas veces le has dado tú las gracias a ella por tenerte la casa limpia, la ropa planchada, la nevera llena, o la comida sobre la mesa? Y esto obviando el hecho de que hay hogares que tienen bebés, menores pequeñitos, adolescente y/o personas dependientes, y/o personas mayores que necesitan ser atendidos continuamente (el perfil del cuidador de los enfermos de Alzehimer, es el de mujer de entre 45 y 80 años, ama de casa, trabajadora dentro/fuera de casa, o jubilada).

¿Si el trabajo doméstico está tan bien, por qué hay tan pocos hombres todavía que no asumen su parte en él, ni dejan de trabajar fuera de casa o abandonan sus carreras para ser “amos de casa” ?, ¿por qué los hombres no han de plantearse decidir entre ser padre/no serlo para no renunciar a sus carreras profesionales? Las respuestas están claras y es porque el largo camino hacia la igualdad real en nuestra sociedad está aún lejos. Hemos conseguido una igualdad formal, hemos logrado mucho pero aún queda mucho más por delante.

Necesitamos políticas públicas de conciliación reales, basadas en la corresponsabilidad. No se puede abordar el tema de la conciliación si las medidas siguen siendo dirigidas prácticamente en su totalidad a las mujeres. Para que la conciliación sea real, hay que partir de la concienciación de la corresponsabilidad de todas las partes implicadas en el cuidado de la familia y el hogar; desterrar esa idea de “yo ayudo en casa a mi pareja/a mi madre”. Tú no has de ayudar, tú has de cooperar, colaborar y trabajar en casa como lo hace tu pareja, tu madre, tus hermanas, tu abuela…

Parece que en vez de ayudarnos a incorporarnos a la vida pública a las mujeres se nos siguen poniendo trabas, como si por querer trabajar fuera de casa se nos castigara también con continuar soportando todo el peso del trabajo doméstico sobre nuestros hombros, como si el Patriarcado nos dijera “¿No querías trabajar fuera de casa?, pues toma. Trabajas dentro y fuera”; y las mujeres nos vemos obligadas a desarrollar ese rol de “súper mamis”, o “súper mujeres”, y no, no lo somos. Somos humanas. Lejos de los eslóganes de las revistas tipo “Cosmopolitan”, lo único para lo que sirven esos mensajes es para hacernos enfermar. Por eso tenemos millones de mujeres depresivas, con trastornos mentales, con fibromialgia, y adictas a las pastillas para dormir y a los antidepresivos; cuando todo eso desaparecería en gran medida si la corresponsabilidad se ejerciera y la conciliación fuera una “realidad real”.

Tampoco es casualidad que la mayor parte de los trabajos mal pagados, contratos a tiempo parcial y contratos temporales, estén en manos de mujeres; por lo general en una pareja siempre él es quien gana más, quien tiene mejor contrato con mejores condiciones, todo ello hace que sea ella quien al final opte por dejar el trabajo o pedir reducción de jornada, y quedarse en casa sin derechos, sin un sueldo, y con ello, la feminización de la pobreza también se perpetúa, pues son los peores salarios en su mayoría los que recaen sobre las mujeres, las bajas cotizaciones a la Seguridad Social y por consiguiente unas pensiones ínfimas en la jubilación. Es la pescadilla que se muerde la cola. Hay un libro realmente bueno que refleja muy bien todo esto, se llama “¿Quién le hace la cena a Adam Smith?”, y que recomiendo muy mucho a los y las lectoras de este artículo.

El otro día en Twitter leí un tweet que refleja a la perfección la realidad de nuestras madres, parejas, abuelas, hermanas y tías y que han dedicado su vida entera a cuidar de los otros, mientras se han olvidado de sí mismas hasta tal punto que no son capaces ni de reconocer sus propias limitaciones, o necesidades de amor, ocio, tiempo libre o del placer de tener tiempo para sí mismas, sin pensar en comidas que poner, camas que hacer, lavadoras que tender o menores a los que ir a recoger al cole.

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