Tiempos de desorientación y ansiedad

Hay que huir de prejuicios y evitar ciertos miedos. Aplicar medidas decrecentistas no significa perder calidad de vida; significa ralentización y recuperar valores para vivir mejor

Por Remedios Copa Sánchez

Cuando analizamos la situación social actual, se hable del país que se hable, nos encontramos entre otras similitudes con un denominador común: la incertidumbre, la desorientación y la ansiedad. A estas causas podemos sumar depresión y suicidio crecientes en las estadísticas a las que habría que sumar las que no se computan.

Estamos viviendo una situación distópica para la que la ciudadanía no está preparada, para la que no se ha preparado porque no hay peor ciego que aquél que no quiere ver  y porque existen demasiados intereses en que la ciudadanía no abra los ojos ni desarrolle espíritu crítico y, menos aún, que adquiera compromiso y empoderamiento para incidir en aquello que la atañe.

Ni antes se consideró el necesario enfoque en la educación que preparara a las personas para afrontar un paradigma obsoleto y dotarlas de los mecanismos de resiliencia necesarios para implementar la transformación social hacia un paradigma diferente, ni ahora se está aplicando una comunicación que aplique la pedagogía imprescindible para que las personas puedan entender la complejidad de lo que está ocurriendo y puedan incidir en lo que se avecina.

En lugar de exponer los verdaderos problemas que nos están acuciando y aunar esfuerzos para articular soluciones comprometidas y eficaces, equilibradas y justas, que permitan una vida digna para las personas y al mismo tiempo el cuidado del medioambiente y la regeneración del planeta, con el fin de que se pueda frenar la crisis climática y la perdida de la biodiversidad que, de seguir así, conllevará también la extinción de nuestra propia especie. Pues aún así siguen primando por encima de todo  los intereses de las grandes corporaciones y del «Mercado» y los políticos, con irresponsabilidad absoluta, destinan recursos de la población  a perpetuar guerras que solo interesan a una élite global, sin importarles el grave despilfarro, la pérdida de miles de vidas humanas que está costando, el sufrimiento de los desplazamientos forzados por las guerras y las dificultades que genera su reubicación, a lo que hay que añadir la gravísima contaminación del planeta que las guerras y el expolio de recursos están provocando.

Estamos sumidos en una crisis sin precedentes en la que confluyen diversos factores:  la contaminación del planeta incluidos sus acuíferos, océanos, tierras de cultivo y el mismo aire que respiramos, problemas provocados por la industrialización intensiva, la falta de medidas de prevención y del tratamiento adecuado de los residuos, a lo que hay que añadir el abuso del consumo que, agravado por la cultura de usar y tirar, ha terminado por agotar buena parte de los recursos del planeta; unos recursos que se deberían estar preservando y utilizando de forma racional, porque se da la casualidad de que parte de ellos son incluso imprescindibles para la puesta en marcha de otro tipo de energías alternativas a las fósiles, desarrollar industria sostenible, o alimentar la refrigeración de elementos de alta tecnología diagnóstica imprescindible para el tratamiento sanitario y, al mismo tiempo, frenar la catástrofe del calentamiento global y el derretimiento de los casquetes polares.

Debemos pensar en una sociedad basada en otro paradigma. No solo está amenazada la estabilidad del planeta y nuestra propia supervivencia por culpa del calentamiento global, también lo está el sector tecnológico y, por lo tanto, condicionado el desarrollo industrial y muchas de las alternativas que se presentan como opciones de futuro. Eso de alguna manera conlleva a cambios radicales en nuestra forma de vida y cuestiona la globalización en sí misma.

La crisis energética por el agotamiento de las energías fósiles, aún cuando se quisiera desatender a sus efectos sobre el calentamiento global, aboca a la necesidad de producción y consumo de proximidad. La escasez de energías fósiles y el alto precio que alcanzan, ( ambas cosas también agravadas por la guerra con Rusia), están provocando  encarecimiento en el precio del gas empleado en la fabricación del fertilizante utilizado para los cultivos. España ya cerraron dos fábricas por esa razón, lo que supone una gran merma de la capacidad para producir alimentos. Si a eso sumamos dificultades de suministro de gasoil y encarecimiento del transporte para su distribución tenemos razones capaces de provocar  la temida hambruna de alcance global.

Por otra parte, los intentos de huida hacia adelante por parte de los gobiernos y el afán de negocio de las grandes corporaciones energéticas están generando unos proyectos de desarrollo de otros tipos de energías que, como ocurre en España con la invasión de zonas de cultivo e incluso de reservas de la Red Natura para implementar huertos solares, parques eólicos o explotaciones de «tierras raras», convertirán  en «zonas de sacrificio» condenadas a perder su forma de vida y la soberanía alimentaria, y teniendo que sufrir la contaminación y la pérdida de biodiversidad a comunidades, e incluso países enteros, cómo están advirtiendo organizaciones de la sociedad civil, biólogos y expertos agrónomos.

Por muchas vueltas que se le quiera dar al carrete el hilo solo alcanza hasta que topa el final, pero ni empresarios avaros, ni políticos irresponsables, ni gestores incompetentes quieren aceptar que ha llegado la hora de plantear las medidas decrecentistas que la situación requiere y que, por no haberlas implementado a tiempo, ahora estamos al borde del colapso.

No es posible continuar exprimiendo un limón que ya está seco. Se acaba el tiempo de la ceguera y la huida de la realidad sólo puede llevarnos al fracaso estrepitoso en proyectos descabellados que no contemplan para nada una reducción del consumo energético y el uso racional y justo de los recursos escasos.

Pensar que unos pocos pueden continuar con el mismo ritmo de vida y acaparando la riqueza disponible solo conducirá a revueltas sociales, autodestrucción y muerte y, finalmente ya no habrá que preocuparse de si globalización o antiglobalización, como están debatiendo en Davos porque, si no se producen cambios, definitivamente nos habrán condenado al sufrimiento y el  fracaso.

Hay que huir de prejuicios y evitar ciertos miedos. Aplicar medidas decrecentistas no significa perder calidad de vida; significa ralentización y recuperar valores para vivir mejor;  la relocalización de la producción y la participación activa en el desarrollo y la vida de la comunidad también contribuirá a nuestro desarrollo y bienestar personal. Vivir más despacio nos permitirá una vida más plena y placentera.

Recuperar nuestro tiempo, redescubrir que es más importante desarrollar nuestro «ser» que desperdiciar nuestra vida en el afán de «tener»; eso es tan importante para tener una buena vida como entender que lo importante no es ganar una guerra si no el ser capaz de negociar y alcanzar la paz. En toda guerra ambos bandos pierden, pero en una guerra nuclear no hay ganadores.

Razones no faltan para tener miedos pero habrá que afrontarlos para que la ansiedad no paralice nuestra capacidad de acción.

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