Nos acercamos en este texto a la figura de Thomas Vinterberg, cofundador de la corriente cinematográfica Dogma 95 y un cineasta que, gracias a sus provocativas películas, se ha convertido en una de las voces más relevantes del cine europeo contemporáneo
Por Roberto H. Roquer / Cintilatio
Al igual que la fotografía analógica, la música en vinilo o la cerveza artesanal, deconstruir la sociedad a través del cine se ha vuelto tan sexy que el hacerlo no ha podido escapar de las garras del postureo, habiendo proliferado por lo tanto, en las últimas décadas, un cine que pretende ser cáustico y provocativo con la sociedad actual pero que, bien por la falta de talento de los directores o por su desconocimiento de qué es lo que quieren criticar o de cómo quieren criticarlo, acaba convirtiéndose en un producto cinematográfico cuyas ideas terminan recalando en lugares comunes y tópicos tan seguros como manidos y poco interesantes que por lo general solo reciben el aplauso tibio y los cumplidos enlatados que el público suele reservar para las obras políticamente correctas. Cualquiera que esté familiarizado con la obra de Thomas Vinterberg puede coincidir con que la mejor forma de definirle como autor es decir que estamos ante un ejemplo de absolutamente todo lo contrario a lo arriba expuesto. Y es que si por algo se caracteriza el director danés es por ser uno de los cineastas más intelectualmente provocativos, subversivos y sinceros de su generación.
Nacido en 1969, el director de Frederiskberg saltó a la fama en los 90 cuando, medio en broma medio en serio, fundaría junto con su inseparable y peculiar amigo Lars Von Trier el movimiento Dogma 95, el cual propugnaba un cine austero y minimalista, sin decorados, efectos especiales o iluminación artificial. Sería la primera película circunscrita a esta escuela, Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), la que catapultaría a este director a la fama internacional tras arrasar en Cannes. El éxito de esta obra le abriría las puertas del cine de estudio destinado a audiencias internacionales y contando con estrellas de Hollywood como Joaquin Phoenix, Sean Penn o Bill Pullman. Lamentablemente, y siguiendo la estela de otros directores europeos como Ingmar Bergman o Liliana Cavani, su éxito en el cine de autor no se replicó entre el público de masas y su particular visión no cuajó entre las audiencias americanas. Tras los fracasos de películas como Todo es por amor (Thomas Vinterberg, 2003) el director regresó a sus raíces, dirigiendo producciones más pequeñas y con financiación independiente que le permitieron abordar los temas ya explorados en Celebración como la deconstrucción de las estructuras familiares y la crítica a las convenciones sociales. Fruto de esta etapa serían sus trabajos más notables como la interesante Submarino (Thomas Vinterberg, 2010), la obra maestra La caza (Thomas Vinterberg, 2012) o la recientemente oscarizada Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020), las cuales ha compaginado con producciones estadounidenses de presupuestos relativamente ambiciosos como Lejos del mundanal ruido (Thomas Vinterberg, 2015), logrando un éxito notablemente mayor que en su primera aventura internacional.
A pesar de tener una carrera que cubre más de 25 años, el cine de Vinterberg se caracteriza por mantenerse relativamente fiel a sí mismo, apostando por la evolución más que por la revolución tanto en forma como en contenido. De esta forma, el director danés se mantiene, a lo largo de su filmografía, leal a una serie de temas omnipresentes en sus películas, desde la crítica política, como puede ser en el caso de Kursk (Thomas Vinterberg, 2018), hasta el cuestionamiento del clasismo y las diferencias económicas, pasando sin duda por el que quizá sea su tema fetiche: la deconstrucción de las convenciones y las estructuras sociales básicas, en particular la institución de la familia. Una gran parte de su cine gira en torno a esta descomposición del concepto de familia, un leitmotiv que ya se deja claro en su ópera prima Celebración, en la cual narra las tensiones que una familia aparentemente modélica de clase alta sufre durante el cumpleaños del patriarca de la misma cuando uno de sus hijos revela los abusos sexuales sufridos a manos del padre durante su niñez. Esta declaración de intenciones por parte del director (materializada en una cautivadora escena en la que el protagonista de la cinta relata los abusos sufridos a mano de su progenitor ante una sala llena de invitados en un conmovedor monólogo que a día de hoy es uno de los más repetidos en escuelas de actuación de todo el mundo), no obstante, no se resiste a evolucionar y en la película de 2010 Submarino vuelve a analizar el impacto de las relaciones familiares disfuncionales durante la niñez en la época adulta, esta vez a través de la vida de dos hermanos que tras crecer en una familia tóxica viven una existencia marcada por el crimen y las adicciones a alcohol y las drogas. En esta cinta, aparentemente simple, el director danés reflexiona sobre el determinismo inherente al contexto familiar en que cada individuo se forma y en cómo la psicología de cada ser humano es en realidad inseparable de sus propias circunstancias.
Pero este afán de deconstrucción del mundo que le rodea no se limita a la institución familiar, sino que, muy al contrario, Vinterberg no dudará en volverse cada vez más corrosivo y provocativo, cuestionando sin cesar hasta las cuestiones más sacrosantas de nuestra sociedad. Esta tendencia se puede ver en su obra galardonada en Cannes La caza, la cual nos cuenta la historia de un maestro acusado erróneamente de abusar sexualmente de una niña. Vinterberg viene aquí a subvertir el tema que ya manejó en su ópera prima, eligiendo esta vez como protagonista a un hombre que se enfrenta al estigma de la acusación de un crimen que no ha cometido, con lo cual el realizador danés rompe con dos de los más grandes tabúes de la sociedad: por un lado la veneración de la infancia y la inocencia infantil y, por otro, la cultura de repulsa hacia los crímenes sexuales (algo quizá grabado a fuego en los cimientos de la narratología y la cultura universal si tenemos en cuenta que ya incluso hace 4500 años el Poema de Gilgamesh, la obra de ficción más antigua de la historia de la humanidad, comienza precisamente con los habitantes de Uruk pidiendo a los dioses que asesinen a su rey como castigo por haber forzado sexualmente a una joven mesopotámica). A través de la elección de un protagonista tan poco habitual no ya en el cine, sino en las propias narrativas que conforman nuestra sociedad, como la de un hombre acusado erróneamente de un crimen terrible que es víctima de una cacería humana, el director critica los peligros de la mentalidad de rebaño, la hipocresía de las sociedades modernas, tan civilizadas en la superficie como dispuestas a usar la violencia de forma irreflexiva para hacer justicia por su mano en el interior, y como los principios éticos mal entendidos pueden convertir al ciudadano más modélico en un monstruo. El desquiciante acoso que todos y cada uno de los ciudadanos del pueblo ejercen sobre el protagonista encarnado magistralmente por Mads Mikkelsen, ya sea dejando de dirigirle la palabra, negándole su presunción de inocencia o directamente agrediéndole físicamente, es utilizada por Vinterberg magistralmente para mostrarnos el lado violento y secreto que tanto a nivel individual como colectivo llevamos en nuestro interior. Un mensaje para nada innecesario teniendo en cuenta la sociedad cada vez más enfurecida y dada a la confrontación en la que vivimos.
Su última y oscarizada película, Otra ronda, se adentra en los territorios del nihilismo a través de la historia de un grupo de profesores hastiados y aburridos que deciden reinventar sus vidas a través del consumo de alcohol. Si bien al principio esto supondrá una notable mejora en su día a día, a la larga se generarán conflictos familiares, problemas de adicción y crisis emocionales derivadas del consumo de alcohol que terminarán con el suicidio de uno de los miembros. No obstante, Vinterberg nos deja claro en su historia que el alcohol no es la causa de estos problemas (soledad, matrimonios en crisis, estancamiento profesional, etc.) los cuales ya estaban presentes en las vidas de nuestros protagonistas mucho antes de que comenzaran a beber, y en todo caso la bebida únicamente visibiliza lo que ya estaba ahí. La conclusión a la que el director danés nos lleva mediante ese épico final con los tres protagonistas brindando por su compañero fallecido con una generosa copa que precede a un enorme Mads Mikkelsen deleitándonos con uno de los mejores números de danza de la historia del cine es sencilla: la vida es corta y está para disfrutarla. Curiosamente, esa es la nota final del desenlace del anteriormente citado Poema de Gilgamesh. Interesante que hablando de un director del s. XXI nos hayamos remitido ya dos veces a una obra de hace cuatro milenios, sin duda eso dice algo muy bonito sobre el porqué de la necesidad humana de contarnos historias.
Si, como hemos visto, los temas que Vinterberg trata en su obra han evolucionado de forma clara pero coherente a lo largo de su carrera, lo mismo puede decirse de su estilo. El director que comenzara su carrera haciendo el cine seco, minimalista y casi amateur propio del grupo Dogma 95, ha ido adquiriendo con el paso del tiempo (y el acceso a mejores presupuestos) un estilo más clásico y refinado, si bien se mantiene, por lo general, fiel a la estética intimista y contenida de su etapa inicial. De esta forma, estamos ante un director que se siente cómodo con la cámara en mano, escapando de puestas en escena pretenciosas pero que no renuncian a una clara carga narrativa, y buscando siempre dotar a las interpretaciones de sus actores de un realismo evidente, que en ocasiones incluso remite al género mumblecore del cine independiente estadounidense, aunque notándose en el caso de Vinterberg una mano directorial muchísimo más fuerte y personal. El director danés no escapa de poblar su cine con silencios y momentos de intimidad de sus personajes que se mezclan con escenas en ocasiones de violencia explícita y cruda. En lo tocante al montaje, estamos ante un realizador que entiende sus películas como un mosaico compuesto de varias escenas, cada una de ellas capturando un momento específico de la historia que nos quiere contar. Si bien independientemente pueden parecer carentes de significado, una vez que a través de la edición se juntan todas forman un relato coherente. Por supuesto, también hay un Vinterberg grandilocuente y estéticamente clasicista que deja a un lado su estilo personal de autor europeo para adaptarse a los gustos del público de masas, al cual generalmente encontramos en sus producciones internacionales de gran presupuesto como Lejos del mundanal ruido o Kursk.
Thomas Vinterberg sintentiza en su obra todo lo que un cineasta debería aspirar a ser, un artista inteligente y honesto a la vez que provocativo, que sabe que la integridad de su visión como director no se negocia pero que a la vez acepta la evolución en su obra como algo natural y enriquecedor. Sus películas, serias pero no por ello pretenciosas, son un testamento de todo lo grande y universal que ese cine tan pequeño e intimista típicamente europeo puede llegar a ser.
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