The whale

Esta adaptación de Aronofsky de la obra teatral del mismo título (The Whale de Samuel D. Hunter), desde mi humilde punto de vista, está desprovista de todas esas virtudes que hicieron de su director uno de los más laureados de su generación.

Por María Seráns

Un enorme, en todos los sentidos, Brendan Fraser, que llena una película para mi vacía de otros alicientes más allá de su interpretación.

Como espectadora que acude a las salas de cine llevada más por sus filias que por la opinión de la crítica especializada, esperaba el estreno de The Whale con la expectativa de encontrar en ella esos trazos de la filmografía de su director, Darren Aronofsky, que me hicieron disfrutar de películas como Requiem for a Dream, Black Swam o The Wrestler, pero no fue así.

Por el contrario, esta adaptación de Aronofsky de la obra teatral del mismo título (The Whale de Samuel D. Hunter), desde mi humilde punto de vista, está desprovista de todas esas virtudes que hicieron de su director uno de los más laureados de su generación. Apenas se vislumbran trazos de su capacidad, ampliamente demostrada en películas anteriores, de introducir al espectador en la psique de los personajes y crear cierta incomodidad al mostrar el lado oscuro de la mente humana.

De hecho, volviendo un poco al principio, si la interpretación de Fraser no fuese, como es el caso, más que digna, enfrentándose a un papel en el que es obviamente (basta con ver el cartel) complicado no caer en el esperpento, la película no tendría nada reseñable más allá de la firma, que no la huella, de su director.

Además de no cumplir con mis expectativas, la película tampoco consigue que empatice con los personajes; puede que mi mentalidad latina de atea convencida dificulte mi capacidad de ponerme en el lugar de gente con comportamientos tan influenciados por una moral dogmática, así como de comprender los microcosmos que se crean en torno a algunas comunidades religiosas en lugares como el pueblo de Idaho en el que transcurre la película.

La religión (o la espiritualidad, según se mire) lo inunda todo, con contantes referencias literarias (no en vano el personaje interpretado por Fraser es profesor de lengua), en especial a Moby Dick y la incesante lucha entre el bien y el mal, quizá por deformación profesional, uno de los aspectos que más disfruté. No creo que sea casual el hecho de que el personaje del que parten la referencias a la obra de Melville, la hija adolescente del protagonista, sea el único que me pareció interesante, despertando mi curiosidad por ella y manteniendo mi interés hasta el final.

Con todo, a pesar de sus casi dos horas de duración, mentiría si dijese que la película me pareció aburrida, más bien al contrario, creo que cumple con el propósito de entretener, y todas las alabanzas y premios otorgados a la interpretación de Fraser me parecen bien merecidos.


María Seráns es Licenciada en Filología y Graduada en Estudios Ingleses.

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