Las comparaciones con el Holocausto pueden parecer un poco extremas. Pero los acontecimientos en Tigray recuerdan inquietantemente a la guerra civil nigeriana de 1967-1970.
El gobierno quiere que no permitirá el acceso ni a la Comisión de Expertos en Derechos Humanos de la ONU sobre Etiopía ni a la Comisión de Investigación de la Unión Africana .
No debe de ser un conflicto tan interesante como el de Ucrania, como tampoco los son a la hora de pedir la paz y respeto para los Derechos Humanos el de Yemen, Afganistán, Siria, Sahara, palestina, Somalia.
Mientras no se producen las conversaciones de paz, en las fronteras exteriores de Etiopía también se reproducen las tensiones, especialmente en el límite de la región sudanesa de Al Fashqa, donde Sudan acusa al ejército etíope de capturar y ejecutar a siete soldados sudaneses.
La guerra en Tigray demuestra cómo el proyecto neoliberal global, que se basa en la difusión de reformas orientadas al mercado, a menudo a expensas de la seguridad económica y los derechos humanos, permite la violencia genocida en el mundo en desarrollo.
Con los tigrayanos sometidos a un sufrimiento inimaginable a manos del gobierno federal, las fuerzas de Amhara y los soldados eritreos, el vínculo entre el pueblo tigrayano y el régimen de Abiy, y con la propia Etiopía, se ha roto.
A principios del pasado mes de mayo, decenas de testigos denunciaron la quema de cadáveres de cientos de civiles masacrados en el oeste de Tigray, ocupada por fuerzas amharas afines al gobierno de Abiy Amhed, para ocultar las pruebas del genocidio.