Avi Mograbi comienza sus películas planteando directamente a la cámara algunas cuestiones de difícil solución, problemas morales que el ciudadano de a pie israelí no quiere contestar, para introducirnos en ese delirante sistema de apartheid que ha creado el estado sionista.
Durante décadas, la sociedad española ha estado ciega, sorda y muda ante una realidad tan deleznable como la tortura, mientras se horrorizaba ante los testimonios que llegaban de la dictadura argentina o chilena.
La directora nos muestra las carencias de casi todo en Palestina, la fragilidad del sistema de salud, la falta de agua potable y los cortes de suministro eléctrico, el desempleo.
El campo que ha quedado configurado en el mapa político israelí en los últimos 25 años es la derecha y la extrema derecha. Lo que se llama la izquierda liberal, en la sociedad israelí, ha sido eliminada.
En el rostro de Karam Taher, podemos ver a todas y cada una de las niñas palestinas que sufrieron la Nakba, las que, de golpe, vieron como sus sueños infantiles se transformaban en pesadillas, y les dejaban, a las que sobrevivieron a aquel horror, profundas heridas que nunca cicatrizarían.
“Carlos sentía la política de mil maneras diferentes; para él viajar era un acto político, escribir poemas, un acto político, salir a la calle gritando libertad, como en sus poemas, un acto político. Carlos militaba en las filas del pueblo.”
El film también nos invita a una reflexión sobre los refugiados, en 1939 fueron españoles, en 1948 palestinos, en 2003 iraquís, y la lista se hace dolorosamente interminable.