Ese desencanto que nos trajo la Transición Sangrienta habría de imponerse entre la juventud, harta de que sus demandas fueran respondidas con botes de humo y pelotas de goma, y hoy, sus hijos, ya no salen a las calles ni aunque el agua potable alcance el precio de la gasolina.
Agustín fue consciente durante todo ese tiempo de su real situación. En las horas que pasaron me dijo en varias ocasiones que sabía que se estaba muriendo.
Uno de los policías condenados no tuvo reparo en alegar que «es público y notorio que los terroristas se autolesionan y luego denuncian malos tratos». La versión oficial inicial había tratado de achacar las lesiones a una «pelea» en los calabozos, como si tal cosa fueron posible.
Hubo dos detenciones, las de los fascistas Félix del Yelmo e Ignacio Ortega, a los que les incautaron una pistola y otras armas, pero fueron puestos en libertad. Tras tres meses del asesinato se cerró la investigación, sin haber identificado al asesino.
Javier, el hermano de Ángel, tras un camino largo en años y costosos esfuerzos, consiguió en 2009 que el Gobierno español, a través de la Ley de Memoria Histórica, reconociera el derecho de Ángel a obtener una «reparación moral» por haber padecido «persecución o violencia».