Japón no es ajeno a la violencia política organizada por grupos de personas. El incidente más devastador de la violencia política de posguerra fue, sin duda, el ataque con gas sarín en Tokio en marzo de 1995.
De esta manera, el verdadero culpable salía airoso de un genocidio e incluso era digno de alabanzas y vítores: Harry S. Truman. Truman ni siquiera se arrepintió de haber asesinado a miles de personas.