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La justicia, esa que debería velar porque ningún ciudadano español sea acusado de delitos no cometidos, tiene un tufo inmenso a podrido, una intensa sensación de que solo sirve a sus amos que, nuevamente, nos asemejan más a una dictadura que a una democracia. Quién no cumple las reglas de juego no puede ser salvaguarda de las de todos.
La felicidad y la sonrisa nos vuelven empáticos. Alguien feliz es más propenso a compartir su bienestar preocupándose por las necesidades de los otros. La alegría nos pone en un estado energético que nos permite hacer más cosas y entre esas cosas puede estar la lucha y el combate de todo aquello que consideramos injusto.
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