En el verano de 2010, por pura casualidad y en un escenario banal, una pareja de vacaciones y una furgoneta, se da el punto de partida de uno de los mayores escándalos de espionaje político-policial de nuestros tiempos.
El problema de fondo no es que haya salido a la luz que el estado espía a la oposición y que la democracia es una farsa, lo nuevo es la generalización del «sí, hemos espiado, ¿y qué?»