¿Qué te parecería si te dijéramos que el motor de la evolución es el mutualismo y no la competencia entre especies como postula el neodarwinismo?
¿Qué te parecería si te dijéramos que estamos formados por comunidades de células autoorganizadas que se han asociado gracias a la simbiosis de diferentes bacterias?
Sin ese apoyo mutuo, ni tú ni yo existiríamos.
El darwinismo social sigue dándose en la forma con que el estado y las empresas quieren moldearnos pese a la interdependencia entre humanos.
Darwin en La descendencia del Hombre (1871) identificó la siguiente paradoja: la selección natural implica la eliminación del menos apto en la lucha por la vida, pero en la humanidad se selecciona la vida social que favorece la protección de los más débiles, a través del juego entrelazado de la ética y las instituciones. Es decir que en el proceso evolutivo de la sociedad la lógica de la selección natural se invierte y abandona el orden biológico para constituirse en el orden social. En ese orden, la forma seleccionada favorece el desarrollo de capacidades y tecnologías (avances de la medicina, mejoras de las condiciones de vida, políticas regulatorias que aseguren la igualdad de oportunidades de todos los hombres, etc.), como expresión de lo que el propio Darwin denomina “instintos sociales”: “A pesar de lo importante que ha sido y aún es la lucha por la existencia, hay, sin embargo, en cuanto se refiere a la parte más elevada de la naturaleza humana otros agentes aún más importantes. Así, las facultades morales se perfeccionan mucho más, ya sea directa o indirectamente, mediante los efectos del hábito, de las facultades razonadoras, la instrucción, la religión, etc., que mediante la acción de la selección natural” La descendencia del Hombre Cap. XXI. Darwin no era darwinista social.