Soy metalero y me gusta ABBA, ¿es grave doctor?

Por Antonio Mautor

Esta movida tiene que provenir de mi infancia. Hace unos años en nuestro país te decían que todo lo extranjero era lo mejor; en especial Suecia y en concreto las suecas. Todo era casposo, rancio y con aroma a cultura de mesa de camilla.

El cine se encargaba de crear infames películas en las que el españolito de turno tenía que “conquistar” tierras suecas como lo hizo Cristobal Colón en América. Vendían que un país tan subdesarrollado como el nuestro a finales de los 70 y principios de los 80, tenía opciones de codearse con las democracias de rancio abolengo europeas; tener  los toros y la siesta de tu parte es algo contra lo que nadie podía hacer nada.

En medio de todo este fragor sueco-español aparecen ABBA. Festival de Eurovisión 1974, los suecos arrasan con su tema “Waterloo” y el mundo ve como Suecia reina en la música pop. El fenómeno ABBA en nuestro país también impactó de manera total; imaginaos la combinación: música, suecos, suecas y canciones pegadizas; a la peña se le iba la cabeza.

Entre tanto bombardeo de los temas de ABBA yo fui uno de los damnificados de este ataque escandinavo. Caí en las redes de los temas melódicos, empalagosos y llenos de brillantina de Benny, Frida, Björn y Agnetha. Escuchar sus canciones era como entrar en un puto trance del que no te podías recuperar.

Para sojuzgar más aún a la población española de la época, un programa de máxima audiencia de TVE, “Un mundo para ellos” tenía como sintonía principal el tema “Chiquitita”; era el acabose, el paroxismo, la locura, ABBA reinaba y nada se podía hacer.

Lo de “Chiquitita” fue muy heavy. A los pobres infantes de la época nos sodomizaron mentalmente con esta canción. Crearon tal gusano sónico en nuestras mentes, que es escuchar los primeros acordes del tema de marras, y empiezan a salir lagrimillas por mis ojos emocionados hasta decir basta.

Otras de las teorías que tengo sobre el poder de dominación de la música de ABBA sobre mí, es que en algún momento unos alienígenas me abdujeron, me metieron en el cerebro todos los temas de la formación sueca para crear conmigo un experimento bizarro; sí, ya sé que esto es una pollada, pero no es normal que me gusten tanto.

Lo más raro del asunto es que a medida que iba creciendo, mis gustos musicales se convirtieron en todo lo contrario. Me empezó a entrar el gusanillo del rock, para llegar a adorar el metal extremo; eso sí, Benny y compañia, seguían ahí.

Durante años, sobre todo en mi adolescencia, nunca dije que me gustaba su música, hubiera sido repudiado por la tribu heavy; y eso era algo que no me podía permitir. Muchas veces me miraba en el espejo y me decía: “Sí cabronazo, mucho heavy, mucho heavy, pero te gusta ABBA”.

Muchos años guardando este secreto en silencio como las almorranas, hasta que un buen día Lemmy Kilmister me quitó de un plumazo mi complejo. En una entrevista el gran Lemmy decía sin tapujos cuales eran sus mayores influencias, y que entre sus gustos musicales se encontraban los escandinavos. No me lo podía creer, ¡a Lemmy le gustaba la música de ABBA! Tantos años ocultando esta movida que me reconcomía por dentro y al final el gran icono del metal mundial reconocía que los suecos eran de su agrado.

Como un palomo con el pecho hinchado fui corriendo a mis colegas para decirles la verdad: soy metalero pero me gusta ABBA. Me  miraron como si fuera un imbécil, no hicieron ni una mueca, no tuve que decirles ni que le gustaba a Lemmy; los heavys siempre tan majos.

Con el paso del tiempo y gracias a Internet, fui descubriendo que otras bandas metal hacían covers de temas de los suecos y no pasaba nada; no estaba solo, no había hecho nada malo, era metalero aunque me gustara su música.

A día de hoy no me suele costar elegir qué disco poner dentro de mi basta colección; eso sí, como me pongas al lado un álbum de ABBA y otro de metal sufro como un perro; la cabra siempre tira al monte.

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