‘Sous le ciel d’Alice’, la belleza de una tragedia

Chlóe Mazlo reconstruyó, a través del álbum familiar, la historia de su abuela, que en los años cincuenta abandonó su Suiza natal, para trabajar como niñera en Beirut.

Por Angelo Nero

“Sous le ciel d’Alice”, el notable primer largometraje de la cineasta franco-libanesa Chlóe Mazlo, ganadora de un César en 2015 al mejor corto de animación, abre una ventana de color hacia la trágica guerra civil que asoló el país de los cedros entre 1975 y 1990.

En esa guerra, que causó más de 120.000 muertos y provocó el éxodo de un millón de libaneses, se enfrentaron  los falangistas cristianos del Kataeb del clan Gemayel y los tigres de Chamoud, junto a sus aliados israelís, contra el Movimiento Nacional Libanes, encabezado por el druso Walid Jumblatt, los palestinos de la OLP y los armenios del ASALA, y estos, contra el Movimiento Amal de Nabih Berri, y sus aliados sirios, en la denominada “Guerra de los campos”, y estos últimos también enfrentados contra los nasseristas sunitas de Al-Mourabitoun, y contra los islamistas chiitas de Hezbollah, aliados de Irán, aunque durante las guerras las alianzas de estas y de un montón de pequeñas facciones enfrentaron a antiguos aliados, en una trágica sangría que parecía derivar en un “todos contra todos”. A todo ello se sumaron, para complicar todavía aún más, tropas norteamericanas, francesas, italianas, italianas y saudíes, que contribuyeron a incendiar el polvorín libanés.

Chlóe Mazlo reconstruyó, a través del álbum familiar, la historia de su abuela, -interpretada por Alba Rohrwacher,  la musa del cine italiano de autor que vimos en “Happy as Lazzaro”-, que en los años cincuenta abandonó su Suiza natal, para trabajar como niñera en Beirut, donde descubrió el amor y la guerra.

A través de un delicioso mosaico de tomas reales y de animación Stop Motion, el film nos narra los años de juventud de Alice, en los montañosos paisajes helvéticos, donde vive en el seno de una rígida disciplina familiar, de la que huye para trabajar en Beirut, donde descubre un país lleno de luz, y se enamora de un astrofísico libanés, Joseph (interpretado por Wajdi Mouawad), que está trabajando en un proyecto espacial, que existió también en la realidad (hay un excelente documental donde se narra esta historia: “The Lebanesse Rocket Society”).

Con esa sobresaliente mezcla de escenas reales, imágenes de archivo y secuencia se animación, asistimos al romance de Alice y Joseph, a su matrimonio y al nacimiento de su hija Mona, mientras en el país se fragua la tragedia, que estalla finalmente el 13 de abril de 1975, con los primeros combates en las calles de Beirut.

El apartamento en el que se desarrollaron los días más felices de su historia, se convierte en un refugio para un aluvión de familiares y amigos que han perdido su casa, o que temen por su vida, al quedar esta al otro lado de la línea verde, que dividía los barrios cristianos de los musulmanes. Mientras se intensifican los combates entre las distintas facciones, las negociaciones anunciadas por la radio, las frágiles treguas y las tragedias grandes y pequeñas, se sobrevienen algunos momentos mágicos, mientras surge la duda de si quedarse o abandonar un país que amenaza con explotar en mil pedazos.

A través de su cortometraje “Deyouth”, Mazlo ya había iniciado un viaje a sus orígenes, para continuar con “Sous le ciel d’Alice”, un retorno a la guerra desde su germen, centrándose más en la emociones personales que en explicarnos las disputas políticas y religiosas que la causaron, incluso en los momentos más dramáticos la cineasta quiere aliviar la tensión con imágenes onírica, como la de los contendientes que defienden su parte de la línea verde bajo máscaras de animales.

La película retrata el dolor de ver como se destruye un país antes tus ojos, sin poder hacer nada para evitarlo, y como, aun así, las familias siguen sentándose a la mesa, anquen sea a la luz de las velas, y como los vecinos se reúnen en la escalera, esperando a que cese el ruido de las bombas, y como, incluso bajo estas, surge el amor.

Y a pesar de su cruenta guerra civil, de las ocupaciones israelí y siria, de las sucesivas crisis de gobierno, o de la devastadora explosión que, hace un año, devastó el puerto de Beirut, Líbano sigue manteniendo el atractivo de un país que sobrevive a la tragedia, y sigue destilando belleza.

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