Somos La Insurgencia

Por Leszno

Era el 8 de noviembre de 2016 cuando un tipo llamó al telefonillo del bloque de mis padres diciendo que quería hablar conmigo. Ya sabía que la policía secreta me estaba buscando. Unos cuantos miembros de mi colectivo musical llevaban un rato comentándonos al resto que estaban siendo abordados por policías secretas que les iban robando los teléfonos móviles y los aparatos electrónicos que llevaban consigo, para entregarles a cada uno una citación para declarar nueve días después en la Audiencia Nacional.

Al llegar al portal, ya me estaban esperando para entregarme la citación. Me piden el DNI y me dicen que tienen la orden de quitarme el móvil y cualquier aparato electrónico que lleve encima, ya han comprobado que no hay ninguna tarjeta SIM registrada con mi nombre. Les pregunto el motivo de la citación, aseguran no saber nada y que solo vienen a entregármela. Pero sí sabían dónde estaba y que no tenía móvil. Nos estaban vigilando desde hace tiempo. Aparecen mis padres, que iban a salir en un rato. Les digo que a qué viene esto que nos están haciendo y que esta persecución es una vergüenza. Dicen que ellos solo siguen órdenes. Nunca en toda mi vida he sentido este tipo de rabia. Esta vez no es por mí, es por mi clase.

Me comunico con el resto de mi colectivo. También con compañeros y amigos. A la medianoche, el colectivo residente en España está citado para declarar en la Audiencia Nacional. Inessa (a la que llegaron a poner contra la pared), gracias a su insistencia, consiguió que le entregasen un dossier. Nos imputan tres cargos: enaltecimiento del terrorismo, incitación al odio contra las instituciones del Estado y asociación ilícita. Nos hemos enterado de que han detenido a 15 bukaneros, a varios independentistas catalanes y que están encarcelando a unos chavales de Altsasu. Contactamos con un abogado y tratamos el asunto hasta bien entrada la madrugada. Voy pensando en lo que me va a costar ir a Madrid y pido ayuda a compañeros de todas partes. Esa noche no duermo mucho. El tiempo es oro. Concilio el sueño pensando en el “todo atado y bien atado”.

La mañana siguiente son todo llamadas para preguntarme cómo estoy, qué necesito para tirarle a Madrid y para hacerme saber que todo el que pueda estará apoyándome frente a la Audiencia Nacional. No había visto lo tierna que es la solidaridad hasta estas horas. Mi clase es lo más grande. Mi colectivo pasa ocho días haciéndole saber a todo el mundo lo que nos están haciendo, ya que tenemos poco tiempo. Los medios de comunicación nos han silenciado. Cosas de la democracia española. Lo llevamos mucho mejor que nuestras familias, pero poco a poco lo van aceptando. El día anterior al viaje a Madrid cumplo 25 años. Me siento cambiado, como si estuviese empezando a ser otra persona.

Comprobamos de primera mano que en este país ser cantante es como ser un criminal

El 16 de noviembre, ya en Madrid, me voy reuniendo con todos los miembros del colectivo. Es la primera vez que nos vemos todos a la vez. Inessa trae el dossier con ella y nos lo vamos pasando los unos a los otros. Denunciar la existencia de presos políticos que han luchado por nuestro pueblo, la monarquía ladrona, la policía criminal, la explotación laboral, los desahucios o la pobreza es enaltecer un “terrorismo”, incitar al odio y formar un colectivo musical de manera ilegal. Comprobamos de primera mano que en este país ser cantante es como ser un criminal. A la mañana siguiente, nos reunimos con nuestro abogado frente a la Audiencia Nacional, rodeados de un pequeño tumulto de gente, alguna hay de mi pueblo. Ante la falta de tiempo para preparar la defensa, acordamos no declarar. Dentro de la pecera, vamos entrando uno por uno en una sala de interrogatorio. La jueza instructora del caso se me queda mirando como si fuese un monstruo. Si la gente que nos espera fuera la viese, estoy seguro de que la hubiese mirado igual que ella a mí. Al salir de las mazmorras, vemos que nuestra gente nos espera en la otra punta de la calle. La policía nacional les ha amenazado con una multa de 600 euros por cabeza por manifestación ilegal. Muy democrático todo. Nos despedimos de todos entre sonrisas y abrazos, envueltos en el calor de nuestra clase. Qué bonita es la solidaridad. Vuelvo a mi tierra con una sola idea en mi cabeza: estar a la altura de la parte que nos toca en la lucha por otros de los tantos derechos que nos arrebataron hace muchísimos años, el derecho a la libertad de expresión. Pero tengo claro que no basta con movilizarse. Ahora hay que organizarse. Ya va siendo hora. Aprovechamos el tiempo e iniciamos la campaña de denuncia de nuestro caso. El grado de sinvergonzonería de la prensa está por las nubes. Llegan a decir que usamos nuestros nombres artísticos para dificultar nuestra identificación. Supondrían que en nuestros conciertos usamos dobles. Para tirarnos mierda, para eso sí nos hacen noticia. Hay gente con la que hace tiempo que no tengo trato que se empieza a acercar a mí. A otros miembros del colectivo les pasa lo mismo. Creo que vamos por buen camino.

A principios de 2017 empezamos a ver un poco de los frutos de nuestro humilde trabajo. Estamos comenzando a hacer piña con otros represaliados de cualquier ámbito, desde el artístico hasta el sindical, y creando lazos de solidaridad para hacer visibles todos los casos posibles y dar a conocer la falta de libertad que el Estado niega que existe.

A últimos de narzo, nos llega la apertura del juicio oral y la petición de la fiscalía. Nos retiran los cargos de incitación al odio contra las instituciones del Estado y de asociación ilícita, manteniendo el de enaltecimiento del terrorismo, por el cual piden a cada uno de nosotros 2 años y un día de cárcel, 4800 euros de multa, nueve años de inhabilitación para ejercer cargos públicos, el pago de las costas del juicio y la retirada pública de los temas por los que nos han imputado. Democracia en su máximo grado.

Desde entonces hasta que empieza el otoño, nuestro abogado nos plantea la línea de defensa a seguir, basada en el derecho a la libertad de expresión y de creación artística.

A mediados de octubre, los miembros del colectivo vamos recibiendo la notificación de la fecha del juicio, que será el 2 y el 3 de noviembre. Los solidarios de Torrejón de Ardoz convocan junto con nuestro abogado un acto de denuncia para el 1 de noviembre, como último empujón para llamar a la solidaridad con nuestro caso. Una asamblea del barrio de Coia, Vigo, organiza un autobús solidario por la libertad de expresión. Un medio que publica un artículo sobre nuestro caso contacta conmigo para hacerme una entrevista, pero por órdenes de la dirección, la cancelan. Qué maravillosa es SU democracia. A dos noches de ir para Madrid, un compañero de mi pueblo aporta su grano de arena para el autobús por la libertad de expresión. Si un camión me atropellase, se partiría el camión y no yo. Me siento invencible.

Al oír la letra de unos de nuestros temas, un policía llama a uno de nosotros en voz baja: “Hijo de puta”

Salgo de Málaga la mañana del 1 de noviembre, esta vez sin nadie que me acompañe. Aun así, sé que al mismo tiempo toda mi tierra se viene conmigo. Desde primera hora de la tarde, vamos llegando todos los miembros del colectivo, acompañados de un buen puñado de solidarios venidos de Galiza y de Catalunya. Nos reunimos con nuestro abogado y acordamos de manera firme seguir la línea de defensa por la libertad de expresión, con la actitud de un equipo de fútbol para ganar el partido. El acto sale estupendamente, terminando con la participación de mi colectivo con un tema grabado en directo con Repercusión, otro colectivo musical del mismo Torrejón. La comida, el techo de los madrileños y todo lo que nos hace falta es nuestro. Como canta mi hermano Saúl en un tema que recoge la experiencia de estos días: “Nunca había visto ná tan bonito, nunca había vivido nada igual/No sólo fue el calor de los míos, fue el apoyo y orgullo de los demás”.

A la mañana siguiente, nos dirigimos junto con los solidarios y nuestro abogado a la Audiencia Nacional en el autobús por la libertad de expresión. Nada más llegar, vemos un montón de prensa concentrada alrededor del tribunal. No están por nosotros. Van a juzgar a los consellers de la Generalitat por haber puesto una papeleta en unas urnas. Lo normal en esta democracia tan pura y tan perfecta. Desde que vamos entrando en la sala voy viendo cómo el juicio se va tornando como si fuese una especie de copia de un consejo de guerra fascista. Dos policías en cada lado de la sala, uno de uniforme y otro de paisano, unas juezas que nos miran por encima del hombro, un fiscal que tiene muy claro que va a ir a por nosotros (es el mismo que ha pedido 375 años de cárcel para los compañeros de Altsasu), una interprete que está hecha un flan, una prensa a la que no le importamos un carajo, una parte de nuestra gente a la que antes de entrar le han pedido el número de teléfono y otra parte que nos espera fuera porque le han prohibido entrar.

A medida que voy viendo como todos los miembros de mi colectivo vamos pasando por el interrogatorio del fiscal, vivo en mis propias carnes cómo la dictadura que arrasó a mi pueblo sigue existiendo. Están juzgando unas canciones como si fuesen textos políticos. Están hablando de revolucionarios, dirigentes obreros y sindicales, muchos asesinados a sangre fría, otros tantos encarcelados una gran parte de sus vidas por haber luchado porque nuestra clase tuviese una vida digna y otros tantos aún presos políticos, como si fuesen terroristas y asesinos. A nosotros también nos llaman indirectamente terroristas. La jueza que preside el juicio corta las intervenciones de nuestro abogado según su interés. Al oír la letra de unos de nuestros temas, un policía llama a uno de nosotros en voz baja: “Hijo de puta”. La justicia de este Estado es una puta mierda. Ponen el mundo al revés. Esto no es el régimen del ‘78. Este es el régimen del ‘39. La transcripción de nuestras letras ni siquiera está bien hecha. Por hacer el chapuzas reproduciendo incluso temas de otros raperos que no son del colectivo (y en cuyas pantallas pudimos ver también temas archivados de los miembros del colectivo que son de Latinoamérica), la jueza suspende el juicio hasta la mañana siguiente.

Nunca había visto el fascismo tan de cerca, y aún frunzo el ceño al recordarlo

De vuelta a Torrejón, nos enteramos de que hemos aparecido un par de minutos en algún telediario. No somos cantantes de un país considerado “dictadura”, así que no merecemos más atención que esa. No somos víctimas, ya somos terroristas. Aprovechamos la tarde grabando un reportaje en el que varios de nosotros hablamos sobre la represión artística desde el punto de vista de un colectivo musical represaliado como el nuestro. Por la noche, me llaman compañeros de mi tierra y mi familia para saber cómo está yendo todo y cómo estoy. No creo que seamos unos terroristas. La cena es una fiesta, en la que no faltan coñas de todo tipo. Saboreo cada momento para guardarlo en mi corazón para siempre. Aunque no paro quieto, a veces me quedo mirando a todo el mundo y sólo sonrío casi emocionado. Esta es mi gente, mi familia. A la mañana siguiente, volvemos a la Audiencia Nacional en el autobús por la libertad de expresión. Hoy no vemos prensa. Los terroristas como nosotros no se merecen ni el aíre que respiran. Esta vez entra toda nuestra gente con nosotros. Después de haberse escuchado todos los temas por los que nos quieren meter en la cárcel como “la prueba del delito”, pasan frente a la jueza como testigos el inspector de policía encargado de saber hasta cuando íbamos a cagar y el perito policial que vivía vigilando toda la música que hacemos. No quisieron mirarnos a la cara a ninguno de nosotros. La jueza cortaba a nuestro abogado cuando le venía en gana a la par que sonreía a los dos “testigos”. Miro la reacción de uno de los policías de uniforme y lo encuentro sentado en una silla, durmiendo como un bebé. Esto parece un número de Mortadelo y Filemón. Nunca había visto el fascismo tan de cerca, y aún frunzo el ceño al recordarlo, como cuando el fiscal nos comparó con yihadistas y nos llamó indirectamente psicópatas al asegurar que la lucha obrera es nuestra religión y que consideramos infieles que merecen un castigo a quien no piense como nosotros, terminando su intervención con que el mantenimiento de la petición de la fiscalía estaba basado en un riesgo abstracto de “terrorismo”. Nuestro abogado se llevaba las manos a la cabeza. Mi cuerpo temblaba de la cabeza a los pies como si estuviera al borde un colapso. Era puro coraje, como nunca antes lo había tenido en mi vida. Lo canalicé y lo eché para fuera, junto con casi todos los miembros del colectivo con los que participé en el alegato final. Dejamos clarito que sólo tenemos un juez: nuestro pueblo. Al salir de la Audiencia Nacional, empezamos a cantar enfrente suyo el tema que grabamos en directo en Torrejón. Los gallegos y catalanes ya tenían que volver a sus tierras. Me voy despidiendo de ellos uno a uno. Puedo ver la firmeza de nuestros principios y la dignidad de nuestra clase en las caras de todos. Familia, cuando leáis esto, acordaos de lo último que os dije. Y de que somos huracán.

Un medio que publica un artículo sobre nuestro caso contacta conmigo para hacerme una entrevista, pero por órdenes de la dirección, la cancelan

El pasado 4 de Diciembre, nuestro abogado nos comunica que hemos sido condenados. Recibo la noticia en Vigo, mientras estoy visitando a mis compañeros gallegos. Nos pasamos la semana recibiendo llamadas y mensajes de todas partes, ofreciéndonos todo tipo de apoyo. Mis compañeros y amigos de Málaga, de los primeros en hacerlo. Nuestras familias nos apoyan al cien por cien. Todavía están atemorizadas, pero algo menos que hace un año. Ahora dicen que los terroristas son ellos. Las familias de Galiza y Málaga se unen en una sola. Esto ya no hay quien lo detenga. El tiempo vuela, así que empezamos a reorganizar nuestra campaña de denuncia. Lo primero es interponer un recurso en el Tribunal Supremo. Si nos lo echan para atrás, llegaremos al Tribunal de Estrasburgo, esperando ya la resolución desde la cárcel. De todas formas, hace mucho tiempo que este país es una cárcel.

Al llegar a mi tierra, agarrado de la mano de mis compañeros, amigos y conocidos, empezamos a poner en marcha la organización del apoyo al pedazo del colectivo de Málaga. Caigo en la cuenta de que este ha sido el año en el que más buenas personas de todo tipo he conocido. No tengo en cuenta decepciones ni desengaños nada más que para mejorar. Ya no soy un niño. Espero que 2018 sea mejor, entremos o no en la cárcel. Sabemos perfectamente que nuestra gente es la que nos juzga y nuestros actos es lo que nos define.

En mi barrio, días antes de terminar el año, un conocido me llama con una sonrisa de oreja a oreja. Me dice que el otro día me vio en la tele. Termina diciéndome: “Ole, me alegro mucho de que hagáis lo que hacéis. Yo te apoyo hijo”. Este va a ser nuestro año. No puedo fallar. No quiero fallar. No voy a fallar. No vamos a fallar.

Somos La Insurgencia.

 

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