Solo quien ama vuela

Por María Torres

“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor» 

(Pablo Neruda)

 Miguel Hernández, que desapareció en la oscuridad

Estás muerto pero aún pesa sobre tus espaldas una condena a muerte por ser de izquierdas, republicano y poeta. Una condena que los intransigentes, los mismos que quieren silenciarte borrando tu nombre de las calles, como si con ello pudieran eliminarte de la Historia y deshacer tu pasado, después de tantos años, se niegan a declarar nula. No tienen suficiente con haberte matado de soledad, frío, hambre, tuberculosis y piojos en una celda cuando tenías tan sólo 31 años, después de un largo viacrucis por las cárceles de España. Tú decías que eras un preso-turista.

Nadie te cerró los ojos cuando falleciste. Te amortajaron tus propios amigos y te expusieron en el patio de la prisión con la marcha fúnebre de Chopín como telón de fondo. Mientras el nuevo régimen, consolidado gracias a la traición de las llamadas democracias europeas, mostró una vez más su verdadero rostro.

Ahora parece ser que las víctimas del franquismo tienen que defender y demostrar su inocencia.

Eras el más corazonado de los hombres y también el más amargo como escribiste en “Me sobra el corazón”. Eras hijo de la luz y de la sombra y viviste y moriste siempre con tres heridas, la del amor, la de la vida y la de la muerte, como terrible y dolorosa realidad. Años de guerra y muerte, ausencias, derrotas,  pérdida del hijo, cárcel. Demasiadas heridas.

Poeta autodidacta, fecundado con las enseñanzas de la vida pobre, áspera y difícil, que escribías versos de amor para hacerte un hueco en el corazón de Josefina, envolviste la poesía con la humildad que latía en cada una de tus palabras. La impregnaste de tanta humanidad en tu constante intento de mostrar mediante el lenguaje todo lo triste de tu existencia, que tu voz y tu obra preñada de corazón, como un vendaval sonoro se ha quedado con nosotros, con los vientos del pueblo.

Neruda dijo de ti que jamás se encontró con “un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal.»

Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España”, dijo Juan Ramón Jiménez al conocer tu poesía.  Y el eco de tu voz perdura en los jóvenes poetas.

Fuiste estandarte vivo del pueblo español. Ofreciste tu vida por defender la justicia, la libertad y la legalidad de la II República. Tus palabras de poeta-soldado, eran disparos de vergüenza y altavoz contra el fascismo, porque las verdaderas armas invencibles son las palabras, aquellas que perduran traspasando las barreras temporales y espaciales.

«Para el hijo será la paz que estoy forjando / Y al fin un océano de irremediables huesos / Tu corazón y el mío naufragarán, quedando / Una mujer y un hombre gastados por los besos»

Te sepultaron en la oscuridad una vez, pero no lo conseguirán de nuevo. Nunca más conseguirán callar tu voz de extraordinario poeta, de excepcional ser humano transparente y honesto, comprometido con la vida y hasta la muerte con el pueblo, con el marginado, con el obrero, con los sometidos al yugo de la injusticia, porque nosotros, el pueblo, te seguimos recordando a plena luz y vivirás en el corazón de muchas generaciones, ya que has sido capaz de trascender la barrera de la muerte para renacer junto a cada uno de tus poemas.

La muerte no silencia los pensamientos y tu poesía aún sigue removiendo y desestabilizando conciencias, aunque el más fuerte se imponga y disponga de armas para callarlas. 

Descansa poeta, porque ya no necesitas tener los huesos hechos a las penas. Una vez dijiste “dejadme la esperanza” y precisamente la esperanza fue lo que sembraste en nosotros. 

Cómo me hubiera gustado que los versos de Neruda fueran una realidad: “Si nada nos salva de la vida, al menos que el amor nos salve de la muerte”, ya que a ti el amor te hubiera salvado, y como un deber de amor te recordamos porque “sólo quien ama vuela”.

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