El mundo respiraba tranquilo cuando, el 14 de julio de 2015, se firmaba el acuerdo nuclear con Irán, que había mantenido al mundo en vilo durante casi una década. En realidad, Irán aceptaba una importante supervisión internacional de su programa nuclear civil y una serie de limitaciones a sus posibilidades de investigación y desarrollo, a cambio del levantamiento de las sanciones económicas que la “comunidad internacional” había impuesto al país persa a pesar de las informaciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica que reconocían el carácter exclusivamente civil del programa. No eran los únicos, también EEUU sabía que Irán no perseguía construir bombas nucleares, como reconocieron inequívocamente todas las agencias de información del país en un inaudito comunicado conjunto que trató de evitar un posible ataque en el tiempo de descuento del mandato de George Bush al país musulmán, tras la victoria de Obama en las elecciones presidenciales.
Sólo Israel, con Benjamín Netanyahu al frente, pataleaba contra el acuerdo cada vez que tenía ocasión; algunas veces haciendo el mas absoluto de los ridículos por el histrionismo de sus puestas en escena y sus disparatadas invenciones propagandísticas. Tras la llegada el poder de Donald Trump, su extrema sintonía con Israel, convirtió al monólogo sionista en un letal dueto, cuya principal misión era socavar los mínimos consensos internacionales arduamente conseguidos en la región, aún a costa de romper los frágiles equilibrios establecidos en Medio Oriente y de destruir la credibilidad y confiabilidad de Estados Unidos en el mundo.
Disminuir la influencia regional de Irán y acabar con el acuerdo nuclear, fueron los objetivos a batir por estos poderosos dementes al frente de sus respectivos países. La idea final era incluir en él —y a la postre proscribir— el programa de misiles persa para evitar que el país no tenga posibilidad alguna de defensa frente a ataques exteriores, ni tampoco la más mínima capacidad de disuasión con la que frenar a los enemigos decididos a atacarlo. Y con los antecedentes recientes acontecidos en la región, aceptar este tipo de condiciones adicionales sobrevenidas, equivaldría a abrir las puertas a seguras nuevas guerras de agresión. Así las cosas y con la seguridad que otorga estar en posesión de un acuerdo firmado y avalado por Naciones Unidas, Irán se negó a entrar en ese peligroso juego. Aceptar la exigencia de una renegociación a posteriori, sólo porque haya habido un cambio de gobierno en Estados Unidos, es del todo inaceptable desde el punto de vista diplomático.
EEUU acabó abandonando unilateralmente el acuerdo nuclear en mayo de 2018 —con gran disgusto para sus socios de países signatarios y de la comunidad internacional— y reanudó su particular y letal programa de sanciones. El plan era doblegar a la República Islámica usando toda la coerción de su poderío económico y las amenazas militares hasta obligarla a aceptar las nuevas condiciones de desarme e irrelevancia. La dureza de las sanciones aplicadas es tal, que también ha provocado la retirada de inversores europeos por temor a ser objeto de sanciones indirectas o secundarias de EEUU. Los mecanismos puestos en marcha por la Unión Europea para sortear el embargo, como el INSTEX, se han mostrado completamente inútiles para reactivar el comercio efectivo entre las partes.
A pesar de todo, Irán ha tratado de mantener en hibernación el acuerdo, abandonando progresivamente sus limitaciones y compromisos para dar tiempo de reacción al resto de firmantes a demostrar con hechos la voluntad real de respetarlo hasta que, tras el asesinato terrorista del general Qassem Soleimani, la República Islámica ha decidido decretar definitivamente la muerte del Plan de Acción Integral Conjunto, que es el nombre que recibía el ya difunto acuerdo nuclear.
Asesinar a la persona probablemente mas querida y admirada del país para doblegar a Irán y obligarla a a sentarse en una mesa de negociación donde robarle su soberanía, es una idea descabellada. El contenido del acuerdo del G5+1 no está en discusión, pero tampoco su política de alianzas regionales. Irán sabe de sobra que la pertenencia al Frente de la Resistencia le otorga cierta capacidad defensiva y disuasoria frente a sus adversarios.
Precisamente ahí es donde resalta la figura del teniente general Qassem Soleimani, jefe de las Fuerzas Quds, una especie de rama internacional del pasdaran, los Guardianes de la Revolución. Soleimani era el líder indiscutible de la Resistencia y por eso era odiado, tanto por Israel, como por Estados Unidos y sus aliados. Hezbollah, Hamas, la izquierda palestina, los houthies de Yemen, las milicias chiíes de Irak, el ejército sirio y todas las fuerzas que los apoyan, consideraban a Soleimani como una especie de comandante en jefe. Pero, aún más, para millones de personas en todo el mundo musulmán, Soleimani es una especie de Che Guevara, un revolucionario victorioso curtido en mil batallas contra las hordas terroristas manejadas por Estados Unidos, Israel y sus aliados. Para horror de sus asesinos, su martirio a manos del ejército americano solo servirá para encumbrarlo de héroe a leyenda, de mortal a inmortal, de persona a legión, de efímero a eterno.
Su recuerdo, su ejemplo, su martirio, será el cemento que siga aglutinando al Frente de la Resistencia en todo Oriente. Irán responderá, tiene todo el derecho a hacerlo, pero también responderán todos aquellos concernidos por el magnicidio terrorista. El Estrecho de Ormuz se puede cerrar con unas simples declaraciones de prohibido el paso a los petroleros. Por otro lado, el hecho de rodear a Irán de bases militares norteamericanas, también supone que ahora estén a tiro de piedra de los misiles persas. Israel al completo también está dentro de su radio de alcance balístico. Toda Arabia Saudí está amenazada por la resistencia yemení. En Irak hay más de 100.000 milicianos dispuestos a dar su vida para vengar el martirio de Soleimani. El estado terrorista norteamericano no podrá predecir de dónde le vendrán los golpes.
Pero al margen de respuesta militar, Trump ya ha recibido la primera de las respuestas: el gobierno y el parlamento iraquí les han exigido que abandonen el país los más de 5.000 militares y las decenas de miles de “contratistas de seguridad privados” (leasé mercenarios) a su servicio. Un golpe de este tipo puede ser más demoledor que muchas bombas.
Aunque los iraquíes, quizá, sin quererlo, también le hayan mostrado el único camino digno a tomar a los norteamericanos si no quieren que se repitan las exportaciones iraquíes de ataúdes de marines a Estados Unidos. La mega embajada y la mega base militar desde donde el imperio controlaba buena parte de la región, ya no es bienvenida. Si no se marchan, sus invitados se convertirán en invasores y su consideración como objetivo militar estará doblemente justificada, por terroristas y como ocupantes. El nerviosismo ya ha hecho mella en sus filas, el esperpento de asumir la retirada de tropas públicamente y negarla horas después es un síntoma de su auténtico desconcierto.
Qassem Soleimani sigue dirigiendo los movimientos del Frente de la Resistencia contra el imperio.
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