Detrás de la ayuda pagada o no para migrar hay realidades muy diversas alejadas de la mitología sensacionalista.
Por Fede Abizanda | 31/08/2024
Hace ya tiempo que ‘la lucha contra los traficantes y las mafias’ viene ocupando un lugar central en el debate sobre las políticas migratorias.
Creo que puede ser útil aclarar algunas cuestiones porque hay cierta confusión.
Uno de los problemas es que se mete en un mismo saco dos cuestiones: el tráfico y la trata, que no son lo mismo.
Aunque es difícil de creer, esto nace en parte de un malentendido lingüístico de ‘falsos amigos’, pues en inglés tráfico es smuggling y trata es trafficking.
Según Naciones Unidas, la trata de personas es ‘el reclutamiento, transporte, transferencia, albergue o recepción de personas, mediante la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coerción, secuestro, fraude, engaño, abuso de poder o de una posición de vulnerabilidad’.
Y el tráfico de migrantes consiste en ‘facilitar la entrada ilegal de una persona a un Estado con el fin de obtener un beneficio financiero u otro de orden material’.
Trata y tráfico son conceptos muy distintos:
El tráfico no es necesariamente una actividad ‘criminal’ como se da a entender, sino una prestación de servicios que el migrante paga voluntariamente para que le trasladen a otro país o le ayuden a moverse.
Cosa que no sucede con la trata, que implica, necesariamente, abuso, coacción y violencia.
Y mientras el tráfico siempre es internacional, la trata se puede dar en el interior de un mismo país.
La diferencia fundamental entre tráfico y trata es que el tráfico atenta contra las leyes del Estado al que se entra de forma irregular mientras que la trata atenta contra los Derechos Humanos fundamentales de las personas migrantes víctimas de la misma.
Este artículo no pretende negar la existencia de múltiples abusos que sufren los migrantes a lo largo de su periplo. Pero no existen tantas evidencias de que la mayoría de los traficantes pertenezcan a mafias violentas organizadas a gran escala. Los tratantes, sí.
El tráfico sólo es un negocio, quizás repugnante, pero sólo es un negocio en la mayoría de los casos.
En contra de la creencia popular, los traficantes tienen poco interés en que los migrantes mueran por el camino porque hay que mantener el negocio y la reputación.
De hecho, hay muchos sistemas de pago con los que los migrantes se cubren las espaldas: una parte al salir y otra al llegar o el sistema de transferencias monetarias hawala que garantiza al migrante que si no llega, el traficante no cobra.
Algunas preguntas provocadoras: como soy aragonés, tomaré dos ejemplos de mi tierra.
Desde 1939 hasta principios de los 40, miles de exiliados cruzaron el Pirineo oscense para huir a Francia.
¿Los pastores que les guiaban porque conocían los pasos a Francia serían traficantes?
Ángel Sanz Briz, el diplomático zaragozano que salvó a 5.000 judíos del holocausto desde Budapest, ha sido reconocido por la ciudad de Zaragoza con el premio ‘Estrella de Europa’ e Israel le otorgó ser ‘Justo entre las Naciones’.
¿Sanz Briz podría haber sido un mafioso?
Con estos ejemplos no trato de hacer demagogia. Sólo explicar que detrás de la ayuda pagada o no para migrar hay realidades muy diversas alejadas de la mitología sensacionalista.
Los cayucos son barcos de pesca. Si Europa no hubiese desmantelado los sistemas tradicionales de pesca y esquilmado los caladeros africanos, muchos pescadores no se habrían visto obligados a ‘cambiar peces por personas’.
Pero vende más periódicos (y da más votos) hablar de luchar contra ‘mafiosos’ que contar la historia de un pescador arruinado al que no le queda otra alternativa que llevar a gente de las costas africanas a Europa a cambio de dinero.
Y, de paso, sirve para criminalizar el fenómeno de las migraciones desde el mismo momento en que el migrante emprende su viaje.
La migración es crimen en origen, crimen en tránsito y crimen en destino.
La cantinela de ‘las mafias’ sirve política y mediáticamente para desviar la atención de la realidad: el tráfico de personas no es la causa de la inmigración irregular sino la consecuencia de la falta de vías regulares para migrar. O sea, consecuencia de nuestras políticas.
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